TESAURO

CRONOLOGÍA

ARCHIVO F.X.

MÁQUINA P.H.

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PEDRO G. ROMERO

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Zéro de conduite

11 de mayo de 1931. Les événements d’Espagne. Quema del colegio de Maravillas e iglesias adyacentes. Madrid. Los acontecimientos españoles, de Pathé Journal, Francia. Periodicidad 1936-1939. Fotografía Daniel Jorro. Archivo Pathé.

 

7 de abril de 1933. 0 de conduite (Cero en conducta). Gare de Belleville-Villette, Belleville, París 19, París, Francia. Una película escrita y dirigida por Jean Vigo [1]. Producciones Franfilmdis. 1946. Fotografía Boris Kauffman. Archivo Gaumont.

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El Gobierno, en cuyo seno anida la misma revolución que aparenta sofocar, si, por una parte, se había decidido a proclamar el estado de guerra, por otra se creía en la necesidad de dar una satisfacción a los amotinados y mandaba detener a muchas personas de orden. Como el populacho adivinase el doble juego del Gobierno, la anarquía siguió reinando en los barrios de la capital. Algunas manifestaciones de desharrapados cruzan las calles con cartelones en los que se pide la expulsión de los jesuitas, y en bares y cafés se reparten hojas clandestinas invitando a las violencias, que allí se llaman justicias. No obstante, hay un momento de pausa en los incendios. Pero a las tres de la tarde Madrid se ilumina con una nueva hoguera; está ardiendo el colegio de Maravillas, que desde hace cuarenta años dirigían los hermanos de las Escuelas Cristianas. Una treintena de hombres sucios y feroces inicia el asalto: cede la puerta de hierro, caen efigies y cornisas; cruje el gimnasio en súbita hoguera. Lo que no desaparece por el saqueo es incendiado y destruido despiadadamente. Después de que los alumnos consiguieron escapar, los hermanos se deciden también a ponerse a salvo, no sin antes haber pedido inútilmente el auxilio a los centros oficiales. Salen vestidos de seglares, pero la gente los distingue por su palidez. Se oyen voces que azuzan los instintos sanguinarios, y ya la masa se dispone a lincharlos cuando unos hombres con brazalete rojo, los guardias cívicos, se abren paso entre ellos y los liberan de sus garras. Un grupo de maleantes los siguieron hasta la Casa de Socorro, enfurecidos por las palabras de un orador callejero que pedía la muerte de todos los frailes. Al poco tiempo, las cien ventanas del edificio eran ya otras tantas bocas por donde asomaban las llamas. Un estruendo formidable retiembla el espacio: son las techumbres que se desploman. Chispas y cenizas llenan el aire. Y el suntuoso colegio se convierte en un montón de escombros. Con él se perdió numeroso material científico y un magnífico Museo de Mineralogía.

 

Si bien una «transvaluación» nietzscheana de la moralidad del rebaño a menudo tiene implicaciones más conservadoras que radicales (no obstante el hecho de que muchos anarquistas fueron admiradores devotos de su obra, en particular Emma Goldman), Zéro de conduite comienza con un mero desdén por las falsas virtudes de la uniformidad, pero alcanza su apogeo con una rebelión extremista, aunque prototípicamente infantil, en contra del orden establecido. El gesto final de desafío revolucionario por parte del escolar transforma lo que algunos podrían haber considerado una serie aleatoria de estampas en una crítica anarquista específica. Con ocasión de un acto formal para celebrar la finalización de los cursos, al que concurren representantes de la Iglesia y el Estado (un obispo y un gobernador), los alumnos recalcitrantes interrumpen los actos con silbidos, arrojan zapatos y armas de fabricación casera a los invitados de honor y se escapan a la libertad por el techo de la escuela. Resulta claro que esta gozosa rebelión no constituye la mera negación de un régimen escolar deprimente, sino un ataque a la pedagogía autoritaria que amalgama los motivos anticlericales y los antiestatistas. Con todo, y a pesar de que el final de la película sugiere algo así como una variante educacional de la comuna autónoma de Bakunin a la manera de antídoto para la escolarización represiva, no sorprende que la conclusión de final abierto deje sin respuesta el interrogante acerca de si una estructura educacional alternativa, o una «desescolarización» amplia, ofrecen la solución más anarquista. Alan Lovell parece subestimar las implicaciones extremistas que contiene el final de Zéro de conduite, cuando afirma que el «statu quo ha sido perturbado, pero no derrocado». Es verdad que los golpes pedagógicos centrados en los niños, al igual que los equivalentes políticos adultos, sólo lograrían reemplazar una jerarquía corrupta, arraigada, con otra. Sin embargo la película de Vigo mella las presuposiciones ideológicas de la pedagogía tradicional con más éxito que muchos folletos serios.