Witte de With
1938. Convento de las Descalzas. Un aspecto del claustro con los efectos producidos por los obuses el día 4 de enero. Madrid. Instituto de Patrimonio histórico Español. Fototeca de Información Artística.
1990. Imágenes de un videojuego. El visor del dispositivo de disparo es atacado por el enemigo. Una imagen de la fábrica. Rotterdam. General press contact Zoë Gray or Nathalie Hartjes at press@wdw.nl.
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Obviamente, la principal fuente de problemas la siguió constituyendo la CNT. Casos típicos serían lo ocurrido en el Convento de las Descalzas o en la iglesia de San Sebastián, incautadas y gravísimamente dañadas por los bombardeos nacionalistas d noviembre de 1936. Aunque la iglesia estaba custodiada por una guardia de milicianos, al comprobarse que el Cristo de la Capilla de los Actores había sido sacado por miembros de las Juventudes anarquistas que fueron a la iglesia “a por leña”, la Junta intentó recoger lo que había quedado bajo los escombros de los bombardeos, tapando primero con la animadversión de los milicianos (para quienes la gente de la junta “olía mucho a cera”) y después con la del Sindicato de Técnicos de la CNT. Fue entonces cuando se pudo comprobar que la iglesia había sido utilizada como campo de tiro y algunas piezas como blanco. Se consiguió recoger las obras e incluso hacer con ellas una exposición en la misma iglesia, pero al final no podrían llevarse a los depósitos de la Junta, pues la CNT las consideraba como propias.
La estabilidad de un centro de arte y exposiciones que trabaja con representaciones radicales del propio arte, la cultura visual y los media necesariamente tiene que debilitarse. No existe posibilidad de trabajar con operaciones consecuentes en el activismo político artístico que no pongan en tela de juicio la propia institución que los acoge, los produce o los muestra en una exposición o pase de videos, organizando debates o procurando ediciones del material artístico trabajado. Este cuestionamiento implica, en muchos momentos, la necesaria total desaparición de la institución, al menos que esta no se convierta en un recipiente de expresiones de cultura radical como si se tratase de un almacén de flores exóticas o un burdel de prácticas sexuales extremas. No se trata de justificar la actitud de artistas o curadores, pero en algún momento la institución tiene que ser raptada. Puede desaparecer y aparecer después del acontecimiento, pero en toda la operación de comprensión y relación con la experiencia artística el contenedor –espacial, social, económico– tiene que diluirse necesariamente. Esa es la transparencia que tenemos que exigir a la Institución Arte.