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Sobre el intento de fijar la imagen de aparato

 

Para los formalistas rusos el trabajo del arte era, sobretodo, una función, y así, más que preguntas sobre su origen, su esencia, sobre ese ¿qué es el arte?, lo que importaba es su funcionamiento. En ese sentido, para estos teóricos, los roles de autor, creador o productor quedan aglutinados bajo el paraguas de “artista”, una palabra que, en su tiempo,  querían distinguir con sutileza de términos como pintor, escultor o diseñador. Los productivistas redujeron ese término al de “fabricante”, un trabajador que finalmente se pondría al servicio del “comisario político”. Así, muchas de las funciones que toma el artista hoy día, no sólo después de Duchamp, también después de los constructivistas rusos, pasa por disolver sus actividades como artista, comisario o curador (la doble denominación castellana para la palabra curador y comisario asume en su non sense esta ampliación de su propio significado). Por ejemplo, para Pedro G. Romero, su trabajo con la danza y el teatro flamencos (Israel Galván o Niño de Elche, Rocío Márquez o Tomás de Perrate, etc.), su papel activo no acierta a fijarse: director artístico en el contexto francés, dramaturgo para los alemanes, escenógrafo entre los ingleses. La recuperación del término “aparato” del vocabulario de los formalistas rusos, descargada de las referencias del productivismo marxista y del hegelianismo alemán, retoma su significados relacionados con máquinas biológicas o mecánicas, con la gestión colectiva, con la función de la prótesis, con la organización litúrgica o performativa, en fin, con la organización crítica de las cosas.

Pedro G. Romero, Sín título, 189-378, (La sección áurea) de 1988-1990, junto a piezas de Dora García, Inmaculada Salinas, Hanna Darboben, Eugenio Dirtbon y Humberto Rivas en la exposición Aplicación Murillo: Materialismo, charitas, populismo, comisariada durante 2018 y 2019 junto a Luis Martínez Montiel y Joaquín Vázquez.

Fotografía: © Pepe Morón y Javier Andrada