ARCHIVO F.X.

Texto

Santo Dios

 

Por Pedro G. Romero

 

 

 

Contaba Alberto Cardín que Ocaña, travestido Rambla arriba, Rambla abajo, tarareaba un “¡Santo, Santo, Santo Dios!” con la misma música del himno andaluz. Cardín le increpó: “¡bravo, Ocaña! Ya sabía yo que el nacionalismo era un sentimiento religioso”. Ocaña, arrugándole el ceño le espetó: “Pero que dices chiquillo de andalú ni na, este es el himno de los segadores de mi pueblo, nuestro Els Segadors, que Blas Infante nos lo había mangao, robao, así te lo digo, ¡niña!”. El gesto de la mano que acompañaba a mangao era bastante expresivo y explícito. Ocaña era de Cantillana, un pueblo cercano a Sevilla, donde Blas Infante ejerció de notario y donde tomó la melodía, la métrica y el espíritu del que sería después Himno de Andalucía. El Santo Dios era un canto de Iglesia, un agradecimiento de los segadores a Dios por la fortuna de la cosecha de cada año, especialmente si la cosecha era buena. Blas Infante fue un político ejemplar, filosóficamente frecuentaba ambientes libertarios pero su burguesía -afligida desde su posición de notario- le llevó al empeño que conocemos como nacionalismo andaluz, en un primer momento, curiosamente llamados, liberalistas de Andalucía. No puede ser casualidad que eligiera como modelo esta canción de segadores cuando Els Segadors, que será himno catalán, representaba una notable enseña. Las burguesías capitalistas que operaban en Catalunya, el País Vasco, Galicia o Andalucía tomaron el nacionalismo como una forma de asentar su modelo de sociedad. Antes el pasodoble La Giralda de Eduardo López Juarranz o el Andalucía que escribieron a dos manos Conrado Goettig y André María del Carpio aspiraron a ser himnos de la región. Hubiesen sido otros modelos de Andalucía. La canción ganadora del concurso de himnología, nuestro Santo Dios, parece que sonaba transcrita en una partitura del siglo XVIII que conservaba una hermandad local. No sabemos si el Maestro José del Castillo –después, Manuel del Castillo, sería quién ultimaría la armonización actual–, director de la orquesta municipal de Sevilla, el músico al que Blas Infante traspasó el encargo, leyó aquella partitura ni se la quedó o la extravió, ¿quién sabe?. Blas Infante, desde luego, se adaptó en métrica y melodía al original. La bienintencionada letra que compuso para el Himno de Andalucía, sea por Andalucía libre, España y la humanidad es tremendamente eficaz y coincide con el salmo del Santo Dios. Andaluces levantaos, pedir tierra y libertad, refleja, en efecto, ese pasado libertario o liberalista al que hemos aludido.

 

El caso es que la anécdota del origen del himno de Andalucía es muy conocida y, a la vez, casi un secreto. Ninguna página oficial de la Junta de Andalucía hace referencia a tamaña obviedad. “En la Misa de las Espigas de la Virgen de la Soledad de Cantillana, entre niños y niñas cantores, este himno sabía a gloria divina”, Ocaña dixit. Tampoco se enseña en las escuelas esta procedencia, en el ramillete identitario que se regala a los niños cada 28 de febrero. Lástima que nadie tuvo la ocurrencia de celebrar la región un 29 de febrero, que también los hay. El anecdotario nacionalista dice que Infante definió la melodía del himno como “música democrática”. Años antes –el tema se estrenó tan sólo 8 días antes del golpe de estado cruento de Franco y de la inmediata represión violenta y persecución del himno– Blas Infante había estado buscando entre las melodías del flamenco campesino inspiración para su himno nacional (según el particular delirio etimológico de nuestro político, “flamenco” significaba fellah menghú, algo así como “campesino errante o fugitivo” en la lengua de los moriscos). Por supuesto, esta canción de los segadores de Cantillana si estaba llamada a ser himno de Andalucía debía tener una arqueología adecuada, ejemplar, legitimadora. Así, se ha relacionado con exhortaciones musulmanas como la de Al· lahu akbar, incluso el ritual campesino parecería esconder una ceremonia cripto-morisca de salutación. Por supuesto, se ha llegado a hablar de la recuperación de himnos que se entonaban en los ritos de verano de la Andalucía hispano-romana y de atávicas melodías del mítico Tartessos. ¡Amamos a los nacidos el 28 de febrero, qué le vamos a hacer! La etnomusicología busca nuestras raíces arbóreamente como otros se van por las ramas que diría José Bergamín. Entonces, hay que decir, no se usaba la palabra lisérgico, pero hay que reconocer que tanto el himno patrio como el Santo Dios tienen algo de psicodélico. Más parece que sería el cornezuelo del centeno el que otorgaba tanta locuacidad y visiones muchas en tan sencillas y humildes palabras.