TESAURO

CRONOLOGÍA

ARCHIVO F.X.

MÁQUINA P.H.

LA INTERNACIONAL

PEDRO G. ROMERO

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Salon des Indépendants

1937. Depósito franco. Pinturas amontonadas en espera de su envío al extranjero. Comisión de la Junta de Gobierno de la Universidad de Valladolid para investigar los desmanes cometidos por los rojo-separatistas en las provincias vascongadas. Bilbao. Fotografías de Ricardo Magdalena, Manuel Ferrandis y Francisco Antón.

 

1884. Sin instrucciones precisas de jurado alguno las obras aparecen por todo el salón con un calculado desorden. 1er Salon des Artistes Indépendants pour Société des Artistes Indépendants. Pavillon Polychrome. Palais de l’Industrie. París. Fotografías de Odilon Redon, Georges Seurat [1] y Paul Signac [2].

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En la provincia de Vizcaya, sede del separatismo, han sido profanadas el 90% de las iglesias, ermitas y conventos; ha sido regla general, como puede deducirse de la lectura de las actas, el establecer en ellas cuarteles, parques de intendencia, depósitos de municiones, refugios para los huidos, etc. Como consecuencia natural, quedaba suprimido el culto, habiendo lugares en los que esta supresión ha durado todo el tiempo de la dominación roja, y como los ocupantes de los lugares sagrados, que unas veces eran separatistas y otras comunistas, socialistas o anarquistas, no tenían ningún respeto a los objetos religiosos, han dejado en los lugares ocupados las más patentes huellas de su salvajismo e irreligiosidad.

 

En el París de finales del siglo XIX los artistas necesitaban un sitio apartado de los salones oficiales, el famoso Salón Nacional creado por la monarquía y continuado por la república. La idea era encontrar la forma de articular todas aquellas obras que eran rechazadas, un año tras otro, de las Exposiciones Nacionales de arte que controlaba la Academia. Los «rechazados» ocupaban, sin embargo, la mayor parte del espacio público del arte, las pequeñas galerías y tiendas de arte junto al Sena, los escritos de críticos y poetas, la tertulia de café y la vida popular del arte. Se trataba de dar carta de naturaleza a la obra de estos artistas que la Academia tildaba de profanadores del «sacro templo del arte». La municipalidad de París supo encontrar un lugar para aquellos artistas que pronto serían considerados como fauves (fieras).