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HELIOS

Lanza

Silverio Lanza

 

 

 

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Semana Santa

 

—Pepe, eres tonto, tu pasión por el juego te perjudica mucho, te sobra el trabajo, porque trabajas bien, y en cuatro horas te ganas a veces más de dos duros. Hoy escasean los grabadores buenos, tal vez porque hay muchos malos. Pudierasser rico y no lo eres. ¿Por qué juegas tanto?

 

—Si te aprovechas de que estamos en Cuaresma para echar sermones, te aseguro que pierdes el tiempo dedicándomelos a mí. Algunos, como tú, a fuerza deregalar moral al prójimo, os quedáis sin ella.

 

—Te ocupas de otro asunto distinto del que tratamos. El que yo tenga viciosno es razón para que los tengas tú, y sobre todo, bien sabes que te puedo servir demodelo en virtudes. Ahora tratamos únicamente de que haces mal en jugar, y vuelvoa preguntarte: ¿Por qué juegas? ¿Lo haces para ser rico? No es cierto. Cuandoganas un duro lo tiras enseguida. ¿Juegas acaso por buscar sociedad? Tampoco, porquemuchas veces abandonas a tus amigos para meterte en un garito donde apenasse habla y donde no ves sino extraños. ¿Por qué juegas, Pepe, por qué juegas?

 

—Si fuera otro quien me hiciera esa pregunta le contestaba con el bastón; perotú eres mi amigo, me lo has demostrado y voy a decirte las razones que tengo parahacer una cosa que, dicho sea de paso, no ofende a nadie, y, por consiguiente, anadie le importa; pues yo puedo hacer de mi dinero lo que me parezca conveniente,supuesto que nadie lo gana por mí, y con esto ya estabas contestado, pero, no obstante,continúo. Yo no tengo más capital que mis manos y mis ojos. Trabajo, mal quepese a tus teorías, por necesidad, por precisión. Si tuviera una buena renta no trabajaría.Yo no tengo ni padre, ni madre, ni familia alguna. A mí no me gustan las mujeres,porque la mejor de todas ellas es la menos mala; odio a los hombres, porque cadadía que pasa se van pareciendo más a las mujeres. El vino me hace daño, la cienciame apesta, es una familia cursi con muchísimas pretensiones; la literatura es unaprostituta, sólo procura agradar a quien la paga; si alguna vez la ves bien vestida puedesasegurar que lleva traje ajeno. Si no juego me aburro y he ahí por qué juego.

 

—Cásate.

 

—¿Por qué? ¿Para qué? ¿Con quién?

 

—Porque es bueno, para que seas bueno y con una mujer buena.

 

—Antes de entrar en discusión, ¿por qué no te casas tú?

 

—Pienso hacerlo.

 

—Pues cuando tú lo hayas hecho hablaremos del asunto.

 

—Eres incorregible.

 

—Bueno, basta de sermón. ¿Dónde vas a pasar la Semana Santa?

 

—Aquí en Madrid.

 

—Lo siento; yo me voy a Sevilla; ya no puedo volverme atrás, entre otras cosas,porque tengo con el director el compromiso de entregar allí diez mil reales queya me ha dado. Haces mal en no venirte conmigo; lo pasaríamos bien.

 

—Ya sabes que estoy muy ocupado.

 

—¿Con la rubia?

 

—Qué malicioso eres.

 

—Estupidez de amante; negáis aquello que quisierais ver pregonado por todala ciudad. Estoy convencido de que todo el mundo está loco y de que yo soy elúnico cuerdo.

 

—Delirios de enfermo; siempre soñando que va de viaje.

 

—Volvemos a discutir: creo lo más prudente que paguemos y nos vayamos.

 

—Sí, vámonos.

 

—¿Te vienes conmigo o te marchas a tu casa?

 

—Me voy a dormir.

 

—Adiós. No reces; ya has hecho hoy bastante para con Dios convirtiendo a un impío.

 

—Ya te convertirás tú solo.

 

—Soy mal apóstol. Adiós.

 

—Adiós.

 

—¿Dónde voy? Vamos a jugar un rato. Algo de razón tiene Antonio; la verdades que el tal entretenimiento me cuesta mucho dinero, y, por consiguiente, mucho trabajo; pero no siempre han de venir las contrarias. Ayer, si juego un rato más,no me hago de oro; pero se me acabó el dinero. Esos chicos andaluces juegan muy limpio, y además son unos caballeros; jamás tienen una disputa; lo mismo se les da a ellos cien duros que a mí una peseta. Ayer… ¡qué atrocidad! nueve derechas seguidas. Por fin quebró, pero ya no era tiempo; el rubio amigo de los andaluces sí que hizo negocio. Se estuvo doblando en las nueve, y al cambiar metió más de tres mil reales a la sota; fue un cambio a tiempo, se llevó un dineral. Mala cara puso el banquero; cogió los pocos cuartos que había encima de la mesa y dejó de tallar. Parecía estar muy incomodado; los dos andaluces tomaron café y no convidaron al otro: deben haber hecho las paces porque esta tarde los vi juntos.

 

Bien mirado, cualquiera cree que hay aquí casa de juego. El otro día venía un inspector delante de mí, y al llegar a la esquina se metió por la otra calle. Inocente. Qué lleno está esto; bien se conoce que tallan esos muchachos. No juego hasta más tarde. No me gusta estar de pie.

 

—¿Quiere usted sentarse?

 

—No, gracias; siempre me ofrece V. el sitio cuando vengo, pero esta noche no quiero molestarle.

 

—No es molestia. Siéntese V., yo lo voy a dejar.

 

—Siendo así… ¿Cómo va el juego?

 

—Está loco. Hay que jugar martingalas.

 

—El cinco contra el tres. Mucho dinero tiene la banca. Muy buenas, señores.

 

—Buenas noches.

 

—A ver; uno que vengan de la calle que nos dé juego.

 

—Allá voy. Cinco duros al cinco. No debiera haber jugado tanto, pero me miraba todo el mundo y no iba a poner una peseta. La verdad es que me gusta más ese tres de oros.

 

—¿Juega V. al gallo?

 

—Caballo y rey. No tengo juego, pero ahí van cinco duros para las dos.

 

—¿A las de abajo?

 

—Sí.

 

—A ver que tal ojo tiene ese señorito.

 

—Me fastidia ese tío. ¡Si creer que yo soy menos hombre que él porque llevo chistera! No sé si decirle alguna grosería. Es malo hacerse de miel. A la primera vez que vuelva a aludirme le tiro la silla y…

 

—Juego.

 

—Cuatro, siete, as, dos, cuatro. Voy a perder; seis, sota, sota, otro siete,otra sota, un cuatro, caballo. Estoy de buenas. Ojo, no me vayan a levantar un muerto para que le vaya tomando el gusto.

 

—Cinco duros.

 

—Cinco. Al menos en esta talla no pierdo. Buen gallo. El caballo no tenía más que cincuenta reales.

 

—¿Ha ganado ese caballero?

 

—Sí, señor; y V..

 

—Yo no tengo pierde.

 

—Valiente tío. No sé qué decirle.

 

—Juego.

 

—Vamos allá. Un rey; cerquita andaba; seis. ¡Bajó! ¡Cinco! Decididamente estoy de suerte. Diez duros de ganancia. Vamos a hacer juego: ninguno lo lleva. Todos juegan sin saber por qué. Ahora se han dado izquierdas y el gallo. Bueno es saberlo. Me parece que voy a hacer dinero. Me vendrá bien para el viaje.

 

—¿Quién corta?

 

—Venga aquí. Dios ponga tiento en mis manos. As y dos. No juego hasta que no echen el gallo. ¿Y si se dobla alguno? Allí voy. Cinco duros lleva el as.

 

—¿No tiene moneda más chica ese caballero?

 

—No señor. ¿Le interesa a V.?

 

—Era por ver si quería V. cambiarme una peseta de cinco reales.

 

—Baje V. a la tienda.

 

—No se incomode V. que no lo merece la cosa. ¿Quiere V. tomarse media columnaria en café?

 

—No hay inconveniente. Ahí va esa sin columnas para que se fume V. la mitad.

 

—Señores, un poco de silencio.

 

—¡Hola! Otra vez cinco y tres. Los cinco duros del as casan con el cinco; cinco duros de cinco y dos, estos cinco al cinco, otros cinco a las de abajo.

 

—Parece que está V. pregonando el número de la lotería que sale mañana.

 

—¿Le ha hecho a V. gracia?

 

—A mí, sí, señor.

 

—Y a mí también.

 

—Pues júntese V. con un perro chico para que sea más gente.

 

—Señores, tengan un poco de silencio.

 

—Me parece que a ese tío le voy a romper algo. No sé que daño le haya hecho yo…

 

—Juego.

 

—¿Perderé? He arriesgado mucho. No me contengo. Un rey, otro, un cuatro,una sota, seis, baja, baja, baja. ¡Dios mío! Pinta de bastos; el cinco es de oros. No se ve el número; el tres, es de copas. ¡Ah! ¡El cinco! Todos me miran. Debía haber puesto mucho más.

 

—Cinco.

 

—Cinco.

 

—Cinco.—Cinco. Buen golpe ha sido éste. Si sigue así.

 

—Cinco.

 

—Cinco. He hecho la jugada más bonita de toda la noche. Si lo sé copo al cinco. Tenía fe en él. Le hubiera puesto el alma.

 

—Cinco.

 

—Cinco. Total veinte duros, y diez de antes treinta duros gano; al primer cinco que venga lo meto todo. ¿Qué le parecerá este golpe al gañán ése?…. ¿han ido a América por el café?

 

—No, señor. Es que no hay leche hasta que no salgan las burras.

 

—La verdad es que tiene buenas ocurrencias.

 

—¿Sabe V. lo que estoy viendo?

 

—¿Qué?

 

—Que se le puede sacar muy poca plata a la peseta que V. me ha dado.

 

—¿Es falsa?

 

—No señor; apenas se la mira ya dice lo que es. No engaña a nadie. Véala V..

 

—Demonio de tío, ha cambiado por otra la que yo le dí. Bueno: ahí tiene V. un duro, a ver si le puede V. sacar una peseta y deme V. las otras cuatro.

 

—¿Va V. a hacer una finca?

 

—No señor. ¿Por qué?

 

—Como anda V. recogiendo escombros.

 

—Y a V., ¿qué le importa? Dele V. las cuatro pesetas al mozo y déjeme V. en paz.

 

—Señores, silencio.

 

—No se incomode V., y deme un pitillo y haremos humo mientras viene la breva. A propósito de breva…

 

—Señores, tengan un poco de silencio.

 

—No juego ahora. Sí; no quiero perder el tiempo. Se vienen dando izquierdas. Quince duros de rey y seis.

 

—No gaste V. los tacones tan altos que se va V. a resbalar.

 

—Yo no me caigo aunque vaya en zancos.

 

—¿Quiere V. jugarse otros quince conmigo?

 

—Allá van.

 

—Los va V. a perder.

 

—Me importa poco.

 

—Dese V. una vuelta por la calle de Alcalá y haga usted una caridad con el ministro.

 

—Este se cree que yo soy un cualquiera. Voy a poner cinco duros más a izquierdas. No; aquí tengo papel del dinero del Director. Veinte más con los cinco duros de rey y seis.

 

—Señorito, que se le va a V. el equilibrio. ¿Quiere usted jugarse conmigo veinte más?.

 

—Sí, señor; ahí los tiene V..

 

—Se va V. a ir sin chistera.

 

—No será V. el que la pague.

 

—Una onza soy caballo.

 

—Aquí este caballero que juega al seis.

 

—Allí van veinte duros para hacer la onza.

 

—Bueno; ya sabemos que sobran cuatro.

 

—No me dará V. la vuelta.

 

—Juega alguien más?

 

—Vamos, tire V..

 

—No tenga V. prisa, señorito, que no es V. sólo.

 

—Le está esperando su mamá para meterle en la cama.

 

—Es que necesita dinero para hacer buenas obras.

 

—¿Ha dicho V. que copaba?

 

—No, señor.. Sí. ¿Qué hay en la banca?

 

—Con ocho mil reales estamos pagados.

 

—Va copado el seis.

 

—Silencio, señores.

 

—Juego.

 

—Una, dos, tres, cuatro, cinco. No viene. Tarda, ocho. ¡Dios mío! nueve,diez. ¡madre de mi corazón! once, ¡El caballo!

 

—Silencio, silencio, señores. Aquí nadie tiene que cobrar nada. A ver ese caballerito que está llorando, llevarle a la inclusa.

 

—Caballero, haga V. el favor de retirarse. Aquí no queremos párvulos

 

—Hoy es jueves; todo el mundo me supone en Sevilla; hace seis días que no salgo de casa; si al menos viviera en un cuarto interior, pero aquí… Por delante de esta reja han pasado hoy muchos de mis conocidos, entre ellos Antonio; iba con su novia, es bonita, parecían ambos muy satisfechos. ¡Qué mal le sienta el sombrero alto! Pero al menos es feliz, y yo… ¡Maldita suerte! No sé para que nací. A nadie soy provechoso, ni aún a mi mismo; pero qué hacer. Aquí estoy encerrado como una fiera: en cuanto anochezca saldré un rato. ¿Dónde encontraría dinero? Si hoy tuviera suerte. ¡Oh! No. Volver otra vez a ser la mofa de todos. Lloré, fui un cobarde. Jamás me lo perdonaré. Además, no tengo dinero. Si pudiera encontrar quien me diera algo, tal vez en un momento de fortuna…pero, ¿quién? Si quisiera mi patrona… Me dijo el otro día que tenía ahorrados sesenta duros y que quería emplearlos en cualquier pequeño negocio. Sí, eso es. Veamos. Doña María…

 

—¿Es V. quien me llama?

 

—Sí, señora. ¿No me dijo V. que deseaba colocar unos cuartos?

 

—Sí.

 

—Pues se le presenta a V. una ocasión excelente.

 

—A ver.

 

—Una ocasión magnífica. Mañana decididamente me marcho a Sevilla. Allí hay muy buenas maderas; compro con ese dinero algunas planchas, las vendernos aquí y hacemos de cada duro cincuenta reales.

 

—¿Y eso es seguro?

 

—Mire V. que yo no quisiera exponerme.

 

—Es un negocio que no tiene quiebra.

 

—Pues siendo así cuente V. conmigo. Mañana le daré a V. el dinero.

 

—El caso es que lo quisiera hoy en parte porque voy a arreglar la maleta y además porque tengo proporción de que me lo cambien en oro, lo cual es una ventaja.

 

—Bueno, pues voy, por los sesenta.

 

—Salimos del primer paso. ¡Fortuna, Señor, fortuna!

 

—Tenga V. D. José, y Dios nos dé buena suerte.

 

—Falta hace, pídaselo V. de veras. ¿Quiere V. que le extienda, un recibito?

 

—No, señor. Nosotros ya nos conocemos, y bien sé yo lo formalote y honradoque es V.

 

—No importa. Puede ocurrir cualquier cosa.

 

—¿El qué?

 

—Lo imprevisto.

 

—No ocurrirá nada. No quiero yo recibos de V..

 

—Está bien. Sea como V. quiera.

 

—¿Tiene V. algo que mandarme?

 

—No, señora.

 

—Traeré luz.

 

—No hace falta porque voy a salir ahora mismo, entre otras cosas a cambiar.

 

—Ea, pues, hasta luego.

 

—Vaya V. con Dios. Animo; parece que todo se va arreglando. Vamos a jugara vida o muerte. Esta noche a la ruleta. Se gana más en menos tiempo. Ya es denoche. A la calle. ¡Qué animación! Voy a encontrarme con algún conocido. Tomemospor esa callejuela. ¿Qué hará ahora Antonio? Parece mentira que haya hombrestan tontos; y, sin embargo, discurre bien, pero es un babieca; siempre predicandomoral. Si no lo hiciera de buena fe sería insufrible. Ya estoy cerca. ¡Oh! Sigano, qué gran noche voy a pasar… y ganaré, seguramente. ¿Qué dirán cuando mevean? Hoy les probaré que no soy ningún niño. Fui un cobarde. No debí llorar.Ya estamos. Es extraño, nadie se ha fijado en mí; parece que no me han visto enla vida. A la ruleta me voy. Poca gente hay. Esto está siempre menos animado.

 

—Señores, hagan juego.

 

—¿Qué ha salido antes?

 

—El veinticinco.

 

—Tercera docena; pues a la tercera pongo un duro. Veremos si estoy de suerte.

 

—El treinta y seis encarnado.

 

— No me puedo quejar. No cabe duda que es tercera.

 

—Dos para uno de tercera.

 

—La verdad es que si juego tan poco voy a perder el tiempo. Vamos a ponercinco duros a tercera; otros cinco a pares y otros cinco al encarnado. Animo.Ahí van otros cinco a pasa. Si se repite el treinta y seis doy el gran golpe. Voy aponerle un duro. Ya va rodando la bolilla. ¡Cómo me late el corazón! Buena señal.¿Qué saldrá?

 

—El siete negro.

 

—Maldito sea. Maldición. He perdido veintiún duros, es decir, diez y nueve,porque gané dos antes. Esto es cuestión de vida o muerte. ¿Qué me queda? Cinco y cinco, diez, y diez veinte, veinticinco, treinta, cuarenta; total cuarenta y un duros. Ahí va todo a primera. Si no gano voy a hacer pedazos el Universo. Cuánto tardaen caer esa bola. Vamos.

 

—El once negro.

 

—Soy feliz.

 

—¿Qué hay ahí?

 

—Cuarenta y un duros.

 

—Que hacen ochenta y dos.—Siguen con éstos en primera.

 

—Como V. guste.

 

—Parece que he producido efecto. Todo el mundo me mira. Ahora ganarédoscientos cuarenta y seis pesos; enseguida lo pongo todo a pares, gano y me voy. Ya cae, ya cae.

 

—El treinta y cinco negro.

 

—¡Maldición!… ¡Me marcho!… ¡Esto es horrible!… ¡Dios maldito! ¿cuándo acabarás de maltratarme?… ¡Cuánta gente! ¿No?… ¡Partida de estúpidos! ¿Qué hago?…¿Dónde voy?… ¡Esto es horroroso!… ¡Maldita sea mi suerte!… ¡Dios, Dios, parece que te estás mofando de mí!… ¿Qué hacer?… ¡Estoy perdido! A estas horassabrá el Director que no he ido a Sevilla. ¡Me pedirá su dinero!… ¿Qué hago?… ¡yesa infeliz mujer tal vez en este momento esté pensando alegremente, en sus futurasganancias; ese dinero que era el pobre fruto de su constante ahorro!… ¡Ah! soyun malvado… Pero ¡Dios mío! ¿porqué me abandonas así? ¿Qué resolución tomo?…¡Mañana mismo expuesto a la vergüenza de todo el mundo, hecho un miserableque todos se complacen en señalar con el dedo… luego… el presidio!… Yo preso, deshonrado para siempre, prefiero morir. Si tuviera valor para suicidarme… peroni aún tengo esa arma. ¡Ah! sí; gracias, Señor, gracias; ya sé cómo matarme. ¡Morir ahora que estoy lleno de vida, ahora que oprimiría el mundo entre mis dedosy lo haría millones de pedazos!… ¡Mañana el presidio y la infamia eterna! ¡Oh! ¡Espreferible la muerte! ¿Qué es eso? Una iglesia aún abierta. ¡Si es Jueves Santo! Voya entrar a despedirme de mi madre. ¡Yo sabía rezar! ¡Pobre madre mía! ¡Si me vieraahora!… ¡Qué hermoso es ésto! ¡Qué iluminado está! Se siente aquí un perfumetan grato. ¡Este silencio, esta nave tan alta! ¡Cuán grande es Dios! ¡Ah! ¡Si yo no fuera un miserable sabría rezar! Me da vergüenza; todos saben, hasta los niños máspequeños, y yo… Creo que estoy malo: se me va la cabeza… ¿Qué es esto? Apenaspuedo sostenerme. Voy a sentarme en aquel banco. ¡No sé si llegaré!… ¡Dios mío!¿Qué me pasa? ¡Dios mío! Tened piedad de mí… Me caigo … No llego … ¡Ay! ¡Ay,madre! ¡Ay! ¡Dios! ¡Madre mía!.

 

“Señora doña María Gutiérrez. Muy señora mía y de mi mayor respeto y consideración:He recibido su grata que me honró. Desgraciadamente ha sido V. víctimade un miserable estafador, y siento que esto haya atacado a su salud. Su huéspedde V., D. José Molé, no se ha fugado como V. supone. Según me he enterado,ese canalla jugó y perdió hace pocos días diez mil reales que yo le había entregadopara un asunto particular mío. Por lo que V. me dice en su carta, no volvió a salirde su casa hasta anteanoche. Apenas hubo salido se marchó a jugar de nuevo, y perdió,según mis noticias, unos cincuenta o sesenta duros. Finalmente, pocos momentosantes de cerrar la iglesia de San Luis, hallándose en ella, hubo de sufrir unaccidente, tal vez efecto del vino, y al caer tropezó con la esquina de un banco quedandomuerto en el acto. Ese fin ha tenido su huésped, demasiado honroso parasemejante miserable, pues debiera haber muerto en un tablado expuesto a la vergüenzapública. Con esto queda contestada su atenta carta. Aprovecha esta ocasiónpara ofrecerme suyo seguro servidor Q.S.S.P.P.B. Felipe Mirell.”

 

“Sr. D. Felipe Mirell. Muy señor mío: Gracias por su atención en contestara mi carta. Ambos hemos sido víctimas de un engaño. Dios, que es infinitamentebueno, habrá perdonado al autor. Mañana, por encargo mío, diré una misa por eleterno descanso de su alma un señor sacerdote de la parroquia de San Luis. Muchome alegraría de que la oyésemos juntos. La misa será a las diez. Soy su obediente servidora, María Gutiérrez.”