TESAURO

CRONOLOGÍA

ARCHIVO F.X.

MÁQUINA P.H.

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Pablo Picasso

Estudio del cuaderno nº13, 1-R, lápiz y gouache sobre papel de color crudo. Aproximadamente Junio y Julio de 1907.

 

La Virgen Dolorosa de la Hiniesta, calcinada por un incendio provocado que redujo a escombros y cenizas la parroquia de San Julián, situada en el barrio de la Feria. 8 de abril de 1932.

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Dos semanas después de celebrarse el IV Congreso del Partido Comunista de España en Sevilla y de suspenderse las procesiones de Semana Santa –con la excepción de la Hermandad de la Estrella que sí procesionó, contradiciendo la orden de Consejo General de Cofradías–, la noche del 8 de abril de 1932 ardió la iglesia parroquial de San Julián y se perdieron todo el patrimonio de la Hermandad de la Hiniesta y las obras de arte custodiadas en su interior. Cuando los bomberos llegaron al lugar y buscaron las bocas de agua, se las encontraron rellenas de piedras. Además, fueron recibidos con gritos de rechazo. La plebe quería fuego. Todos los periódicos locales recogieron la noticia con alardes tipográficos. La más activa y valiente campaña de denuncia de lo ocurrido la hizo Domingo Tejera de Quesada, director del diario "La Unión", quien no dudó en calificar el incendio de provocado por manos criminales, frente a la opinión del gobernador civil que lo consideraba fortuito. En las Cortes, Manuel Azaña dijo que el fuego había sido casual. Toda la presión oficial se volcó contra el periodista, que fue procesado, pero sin lograr rendir su pluma. En julio del mismo año 1932, la policía detuvo a los presuntos autores del atentado y le dio la razón a Domingo Tejera. Habían sido dos conocidos homosexuales: Rafael García Aguilar 'La Pinocha', que también era conocido como 'Custodia Romero', y Antonio Lagares Vinot 'La Bizca'. Los dos habían sido detenidos en otras ocasiones por intentos de incendios de templos donde residían Hermandades y domicilios de sacerdotes, pero siempre tuvieron testigos a su favor y no pudieron ser condenados. Como bien escribió Domingo Tejera de Quesada, se habían detenido a los ejecutores del incendio, que además eran reincidentes, pero siempre quedaba sin esclarecer la mano inductora y criminal, que era lo más importante. Nunca se supo quien había pagado a los incendiarios de iglesias. Más de dos años después del atentado, en junio de 1934, se celebró la vista de la causa contra los dos acusados. Un jurado popular los absolvió por falta de pruebas.

 

Pero, ¿por qué esperar coherencia o término, si el cuadro había sido realizado en un estado de rencor, de conflicto y de terror? Hace tiempo, en 1965, el crítico británico John Berger sugirió, casi de paso, que Picasso, en los tiempos de sus primeros años en París, "sufría, probablemente, de una enfermedad venérea que le obsesionaba". Más tarde, en su "Picasso: Art as Autobiography", de 1980, Mary Gedo se dedicó a establecer la acusación, que le había confirmado Françoise Gilot: interpretaba en gran parte la evolución y el aspecto final de "Les Demoiselles..." a la luz de la historia médica del artista y de su ambivalencia respecto a las mujeres, para concluir que "elementos del conflicto latente no resuelto por Picasso, a propósito del cuadro, persisten perfectamente en su falta de coherencia". Hay probablemente algo de cierto en esto, y la verdad ha de ser conocida. Sin embargo, en este caso, y tratándose de nuestra percepción de "Les demoiselles...", esto no deja de comportar un desplazamiento de acentuación que puede muy bien volvernos a llevar a un simplismo reductor no menos estéril que las concepciones formalistas que tenía que atacar hace dieciséis años. Me enteré el otro día por un neoyorquino -no hay más que de esta especie- que la verdad era hoy en día perfectamente clara: en 1907, Picasso había contraído la sífilis, y había pintado "Les demoiselles..." para desahogar su rabia contra las mujeres. Pero si tal era el verdaderamente el objetivo final del asunto, a propósito de un cuadro tildado siempre como 'la primera pintura moderna', ¿Qué nos podría pues enseñar esto sobre el modernismo?.

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La Virgen era una simple imitación de Isis, de Cibeles, de Salambó o de Isthar; de cualquiera de las belicosas y violentas, como Atenea, Ma o Bellona; y de las diosas destructoras de varones, Diana, con quien compartía celebración el 15 de agosto, así como de las diosas seductoras y lujuriosas, como Afrodita. Toda la bibliografía sobre la relación entre las religiones orientales de la mediterraneidad clásica y el cristianismo y toda la que aborda de algún modo la figura de la Madre de Dios desde fuera del dogma católico, coincide en lo mismo... Este tipo de razonamiento no era ajeno al que podían realizar las masas populares españolas más o menos concienciadas. La propia María llego a identificarse con el mismo demonio y con todo lo que de demoniaco había en unas creencias no tan distintas de las practicadas por una milenaria brujería. ¿Cómo no esperar que la revancha contra la Iglesia alcanzara los niveles de rabia y vehemencia que alcanzó en España, un país que, como hacía notar Richard Wright, no es que no se hubiese convertido al protestantismo, sino que ni siquiera había llegado a ser católico? Aquí, el proyecto que debía establecer el patriarcal culto a la Ciencia, la Razón, el Progreso y la Política se enfrentaba no a algunos siglos de afrentas y obstáculos, sino a lo que se imaginaba como milenios de dictadura de lo colectivo, del afecto y del sexo, la insoportable tiranía del suelo y de la sangre. El viejo y repugnante matriarcado de la fantasía etnocéntrica estaba vivo, aquí, entre nosostros, hoy mismo, en pleno siglo XX, y la Libertad y el Progreso de la Humanidad, una humanidad hecha a la imagen y semejanza del padre edípico occidental, sólo podía realizarse en España, como había anticipado Walt Whitman: "sobre las catedrales ruinosas, las mojigangas destrozadas y las tumbas de los sacerdotes". En nuestro país se había estado librando una gran batalla, acaso la última en Europa, no sólo contra el catolicismo y su estólida exterioridad ritualista, sino contra lo que éste venía a ejecutar: los designios de la Señora y las leyes que, desde sus dominios -la casa, la carne, la tierra- querían continuar gobernando la vida. Acabar con la Iglesia en España equivalía, para la mentalidad iconoclasta, a acabar, en el mundo llamado civilizado, con el último reducto desde el que se imaginaba a las madres defendiendo su antiguo imperio, el atávico y sedicioso poder de las raíces.

 

Se ha dicho que "Les demoiselles d'Avignon" habían sido influidas por el arte negro; esto no es cierto. ¿Recuerdan aquel asunto, en que estuve mezclado, cuando Apollinaire robó del Louvre unas estatuillas? Eran estatuillas ibéricas... Pues, si miran las orejas de "Les demoiselles d'Avignon, ¡reconocerán las orejas de estas esculturas!. Por otra parte sólo cuenta la realización. En este aspecto, es exacto que el cubismo tiene orígenes españoles y que soy yo quien ha inventado el cubismo. Habrá que buscar la influencia española en Cézanne. Se encuentra en el camino del asunto; la influencia de El Greco sobre él, pintor veneciano. Pero su construcción es cubista. Las máscaras negras vinieron después; nos hemos apoyado en ellas; nos hemos agarrado a ellas, como siempre.

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¡Es el retorno a la Virgen Negra!¡La primordial! ¡Madre de todas las virgenes!¡El retorno de la Virgen Negra!.

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Debido a que “este arte crudo y distorsionador” se ha reservado para la figura humana, Bataille insiste en su intencionalidad, en su identificación como una especie de vandalismo primigenio labrado en las imágenes del hombre. En efecto, Bataille desea sustituir la serena imagen del placer como principio motor del deseo de dibujar, tal como la planteaba Luquet, por el espíritu de destrucción. Las marcas que el niño hace en las paredes, sus garabatos sobre el papel, responden a un deseo de destruir o mutilar el soporte. En cada una de las subsiguientes fases evolutivas trazadas por Luquet, Bataille ve la reafirmación de un nuevo deseo de alterar y deformar lo que antecede al sujeto: "El arte, cuando es verdaderamente arte, procede así, mediante sucesivas destrucciones. De suponer una liberación de los instintos, dichos instintos son sádicos".

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“Quiere hacernos beber petróleo y comer estopa" parece que dijo Braque sobre Picasso delante de "Les Demoiselles d'Avignon", siempre según Kahnweiler... Cuerpos hechos de estopa y petróleo... Antorchas en la noche... Cuerpos milagrosamente en pie, como castillos de arena; cuerpos caídos que ruedan como los engranajes de un molino que se vuelve a poner en marcha después de mucho tiempo; cuerpos de este mundo, porque están hechos de lo que queda de él; cuerpos explícitos, porque ya no tienen nada que callar. Cuerpos hechos de tanta claridad, que algunos los ven en sombras: oscuros, obscenos. Pero la obscenidad no puede ser atributo de lo que se quiere ardiente circuito  del deseo.