21 de julio de 1936. Montón de objetos religiosos en la Plaza mayor, procedentes de todas las iglesias de la ciudad. Servicio de recuperación del Tesoro Nacional. Dirección General de Propaganda. Vic. Barcelona.

21 de julio de 1938. Cabezas y figuras alrededor de una hoguera en una calle de Alemania. Bocetos preparatorios realizados durante su detención en la prisión estatal. Dirección General de la Policía. Gestapo. Múnich. Alemania.

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En la ciudad de Vich, centro de gran vida religiosa, en la mañana del martes, día 21 de julio, llegaron unos camiones con tales bandas forasteras al país y en medio de la noble Plaza Mayor. Su jefe con voz estentóreo, de pie en uno de ellos, anunció: Antes de dos horas, Vich ha de arder por los cuatro costados. Y efectivamente, con rápida disciplina, aquellos técnicos, bien provistos de material de bomba y de esencia, se lanzaron a incendiar iglesias y conventos, a profanar venerados sepulcros de Santos y otras figuras de la Iglesia, como Balmes y Torras y Bages, jugando al fútbol con el cráneo de este último.

Una obra definida por los efectos de la acumulación, de la masa humana. En un mundo sin Dios, los hombres y los objetos, procedentes de todas partes y lugares, se confundían amontonados. El espacio confundido con el tiempo: eso expresan también estas composiciones caóticas. La reproducción de los detalles de la destrucción, de la sinrazón humana. Este panorama de la guerra a través de sustantivos, un mosaico de embrutecimientos como una letanía de horrores: piojos, ratas, alambradas, chinches, granadas, bombas, cuevas, cadáveres, sangre, aguardiente, ratones, gatos, gases, cañones, suciedad, balas, morteros, fuego, acero, eso es la guerra: ¡Una obra del diablo!.