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X FILES
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F.X.
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F(X)
L'ARGENT
Noveno
Pedro G. Romero
Esta última entrega de materiales y documentos del Archivo F.X. en forma de boletín, que amplía sus contenidos en la www.fxysudoble.com convenientemente indizada, presenta ahora en Málaga un número casi monográfico. El Archivo F.X. viene produciendo desde 1999 una enorme cantidad de trabajos y atenciones, muchas pueden concretarse y visibilizarse con la difusión de estos boletines. El libro de Natalie Zemon Davies, El retorno de Martin Guerre, había protagonizado muchas de nuestras pesquisas en el contexto del País Vasco y Navarra donde ensayamos el proyecto Una violencia pura. La traducción al castellano se encontraba descatalogada hasta la reciente impresión por parte de la editorial Akal cuando estas líneas estaban ya comenzadas. No pasaba lo mismo con la reciente traducción catalana, disponible en la edición de la UPV y en el que resuena fonéticamente la lengua que se hablaba en la Tolosa/Tolouse del siglo XVI. Es interesante subrayar que Zemon Davies escribió su ensayo a propósito de una película y es en diálogo con sus imágenes que aparece el ensayo historiográfico. Esa es nuestra modesta intención, hacer resonar el Martin Guerre en el contexto de trabajo del Archivo F.X.
Todo número monográfico tiene algo de devoción, y sí, este noveno tiene todos los visos de convertirse en una novena. Martin Guerre pertenece a una familia vasca, de Hendaya, emigrados a las proximidades de Tolouse, donde contrae matrimonio siendo aún muy joven con Bertrande de Rols, casi una niña. Los problemas de herencia y descendencia van agravando el extrañamiento de vivir en una comunidad extranjera. Martin Guerre, un día, desaparece. Es importante saber que los años de ausencia y espera se viven agitadamente. Hay una guerra entre los reyes de España y Francia, la reforma y el protestantismo se extienden por el orbe católico, la imprenta marca su propio desarrollo. Cuando Martin Guerre vuelve se produce un verdadero alboroto en la comunidad. Se remueven las ideas de propiedad, de linaje, de discurso. No sólo la felicidad de Bertrande, hay un optimismo que se traslada al pueblo entero de Artigat que le acoge. Cuando se acusa a Martin Guerre de impostor todas estas contradicciones se hacen evidentes. En el juicio público a Arnaud du Tilh, quien ha actuado como doble de Martin Guerre durante todo este tiempo, se descubren los entramados que mantienen funcionando a una comunidad, las certezas que la sostienen. El verdadero Martin Guerre regresa mutilado, había perdido una pierna al servicio de los enemigos españoles en la batalla de San Quintín. Arnaud du Tilh ha funcionado como un espejo y lo que se ha visto allí amenaza con derrumbar toda una forma de vida. Se entiende así la dureza de la condena: retractación pública y horca. Hay algo de purificador en la sentencia, algo de exorcismo comunitario. El juez Jean de Coras sabía bien lo que estaba en juego; simpatizante de la Reforma, acabó asesinado como protestante. Montaigne, que parece asistió a este juicio histórico, hizo notar su perplejidad en una breve obra maestra: De los cojos.
Uno de los mayores malentendidos en torno al trabajo del Archivo F.X. es aquel que lo sitúa bajo la rúbrica de la Memoria Histórica y otras operaciones de legitimación a costa del pasado, del pasado trágico y luctuoso. Propiamente es como “malentendido” que funciona la relación del Archivo F.X. con el pasado, con la tradición, con la historia. Y es interesante hacer notar que todas las imágenes que acompañan este boletín concebido para la ciudad de Málaga procedan de Euskadi y Navarra, dos lugares excepcionales, por diversos motivos, en relación a la iconoclastia anti sacramental en el Estado Español durante los siglos XIX y XX. En este sentido, volver a señalar que los trabajos del Archivo F.X. sobre estas imágenes de San Lorenzo Mártir en Maruri, Vizcaya, o del Convento de Pedro González Telmo de San Sebastián, o, finalmente, de la Exposición Internacional de Arte Sacro de Vitoria de 1939, son tan pertinentes en Málaga como en cualquier otro sitio. No sólo hablan de acontecimientos históricos, también son unidades lingüísticas del juego de lenguaje, atípico, es verdad, que llevamos proponiendo desde hace quince años ya. Viene al caso, entonces, este Málaga Euskadi da para titularnos. En 1986 los Agustín Parejo School presentan una revista, vídeos, acciones, una cinta del grupo U.H.P., carteles, pegatinas, etc., bajo ese mismo título, Málaga en Euskadi. El subrayado político que tiene ese desplazamiento topológico, esa dupla identitaria que lo hace tan pertinente. Una identidad verdadera contiene, al menos, dos identidades falsas que se suman.
Para Walter Benjamin la figura del doble no esconde una patología infantil, como en Freud, o la plusvalía de un trabajo originario, como en Marx, por contraponerle dos de las lecturas de las que se vale su “pequeño Jorobado”. Lo cierto es que una figura contrahecha, también, como el verdadero Martin Guerre, es la que inspira su reflexión sobre el doble, sobre la dialéctica, sobre la doblez. Todos términos correspondientes aunque no iguales. La dialéctica en la imagen es la que permite que el doble tenga autonomía, independencia del mero reflejo, y que, a su vez, tenga la capacidad sancionadora, correctora y ejemplarizante de la otra cara, del otro lado de las cosas. El pequeño tullido de Benjamin nos enseña en las hojas de un libro pasado rápidamente, como en el cinematógrafo, calidoscópicamente, las imágenes de toda una vida, las que no recordamos, lo olvidado y lo reprimido, pasando delante de nuestros ojos.
Es curioso que el fondo histórico del caso Martin Guerre se alimente del conflicto entre las imágenes y las palabras. En una comunidad pre-moderna la llegada de Arnaud du Tilh tiene un efecto mágico, encantador. Es una magia moderna que se enfrenta a otra antigua –superstición, fetichismo, brujería– muy presente en todo el relato. Es una magia nueva, hija de la perspectiva óptica, del amor cortés y del capital financiero que viene a trastocar todo un mundo en el que todavía propiedad, matrimonio y representación están anudados, religados a la tierra. Cuando se restituya la verdad –el verdadero Martin Guerre– esta está físicamente dañada. El doble monstruoso que es Arnaud du Tilh es hijo de una tecnología nueva que reduce –la ventana– e intensifica –el cuadro, el libro– la experiencia del mundo. No es casualidad que el asunto se resuelva mediante la vuelta al orden de la Reforma protestante y el catolicismo de Trento, ni que Jean de Coras, el testigo privilegiado del conflicto sea una víctima más de las Guerras de Religión que asolaron Francia al inicio de la época moderna. El falso Martin Guerre no es un impostor, más bien una conciencia que anda entre Arnaud du Tilh y el propio Martin. Es sobre la posibilidad de esa ambivalencia que se mueve la narración histórica, el informe judicial de Jean de Coras y en ensayo de Zemon Davies.
Hay una hipótesis de trabajo que parece situar los comienzos de la conciencia crítica moderna en torno al marranismo, desde Fernando de Rojas hasta Baruch Spinoza pasando por Uriel da Costa, Juan de Prado, Juan de Lucena, López de Villalobos o Miguel Servet. Hay también una genealogía que parte de Erasmo de Rotterdam y otra, aún, desde Lutero. En todos los casos y simplificando la cuestión, se trata de individuos que aceptan dos credos, uno por tradición y otro por imposición. Moverse entre dos credos antagónicos y que en la observación de esa diatriba –no sería propio llamar a ese movimiento dialéctica– aparezca un punto de vista nuevo, ciertamente móvil, que empieza a emanciparse de su condición de “súbdito”, por más que el “sujeto” resultante no sepa bien, precisamente, a qué o a quién se encuentra sujeto. A Miguel, Señor de Montaña, como gustaba de llamar Quevedo a Michel de Montaigne, se le cuenta también entre los marranos.
El caso es que es habitual que en estas genealogías predomine la escritura, la palabra escrita, como vehículo de esa toma de conciencia crítica. Lo doble, la dialéctica, la doblez pertenecen, surgen, aparecen en el espacio del libro. Hasta la imagen dialéctica benjaminiana comparte este carácter escritural: lectura de la imagen. Es más, las modernas imágenes, figuras y formas se construyen en reacción, en oposición casi a lo escribido. Y sin embargo, creo que sería posible reconstruir una genealogía crítica de las imágenes desde presupuestos similares. No se trata tanto del anacronismo de imponer el carácter dialéctico de las imágenes a la pintura de Velázquez, Zurbarán o Murillo. Se trata de entender las funciones de trasmisión, operación y función de las imágenes. El estudio sobre Fray Hernando de Talavera y sus edictos sobre uso de las imágenes entre los judeo-conversos de Sevilla y entre los moriscos de Granada, que ha desarrollado Felipe Pereda en las Imágenes de la discordia nos permiten una primera aproximación a esos comienzos. Las imágenes, su censura y su propagación indiscriminada, proceden de un mismo conflicto. Es su función y no su esencia, legislada siempre a posteriori, la que justifica su aparición y centralidad en el catolicismo hispánico. De ahí siempre la importancia de su conceptualización, por más que esta quiera remitirse a simples argumentarios teológicos.
¿Cómo puede hablarse entonces de las imágenes? En su Observación de los colores Wittgenstein señala que no se puede hablar propiamente de rojo sino de un determinado nivel de rojez, y en ella hay un brillo y un tono que afecta a nuestra estimación de rojez, es decir que se puede hablar del rojo pero siempre se habla del rojo por aproximación. Es la misma recomendación de Montaigne en De los cojos: “Me parece”, “Acaso, En algún modo, Alguno, Se dice, Yo pienso”, “¿Qué quiere decir? No lo entiendo, Podría ser, ¿Es cierto?”. Sólo así puede uno aproximarse a los problemas, a los hechos del mundo que no podemos alcanzar con total entendimiento. Las imágenes no son una traducción, ni un sistema de comunicaciones simbólico ni una semiótica. Esas reducciones literarias son lógicas y se pondera con estas herramientas su dominio desde el reino de las letras. Las imágenes no sólo son autónomas, sino que están en el mundo como cosas, terriblemente materiales.
Ese estatuto de ser una cosa más en el mundo y no sólo una representación, una cosa como una piedra o un tronco de madera abandonados en un prado, eso es algo que nos recuerda permanentemente la violencia contra las imágenes. Podríamos decir que es un resultado colateral, inesperado y paradójico. Las imágenes son siempre atacadas por falsas y es así como recuperan su veracidad. Así, las mismas herramientas que nos sirvieron un día para cuestionar la verdad, deben servirnos hoy día para recuperar la veracidad de las cosas, ni ley ni relativismo, sino ese “Me parece” del que hablaba Montaigne.
Fijémonos un momento en algunos de los iconos propagandísticos del siglo XX, obras de Picasso como Guernica –Málaga Euskadi da–, Sueño y mentira de Franco o Retrato de Marquesa de culo cristiano echándole un duro a los soldados moros defensores de la Virgen. Precisamente de este último lienzo existe un apunte en los archivos de la Brigada Lincoln que confirma sus vínculos con los Caprichos de Goya, tal y como sostienen Salvador Haro e Inocente Soto, especialmente con el Capricho D, Sueño de la mentira y la inconstancia, con la enseña del rostro bifronte. Y es que la rotundidad de estas imágenes se basa principalmente en su ambivalencia. La imposibilidad de ser agotadas por lectura alguna, de ser reducidas a discurso, de cumplir su función de mera propaganda. No hay mensaje unívoco, el significado siempre es un impostor que parasita la imagen por un tiempo, y cuando vuelve la verdadera imagen siempre cojea, se siente su tambaleo, golpeando contra el suelo con pata de palo, madera contra la piedra.