New Harmony
27 de julio de 1909. Convento de Siervas de María. Calle de la Universidad. Barcelona. Serie Sucesos de Barcelona, n.º 69. Relatos de sedición e incendios en Barcelona y Cataluña. Barcino. Editorial Hispano-Americana. Postal edición Ángel Toldrá Vinazo.
27 de marzo de 1827. Disolución de la Comunidad de New Harmony. Indiana. The Armonist. Gary Scott Collins’s ancestors and related families. Un año de convivencia en la comunidad de New Harmony. Washington. Editorial Rosalie Allan Collins Collection.
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Al llegar al refectorio, los revoltosos hicieron añicos las mesas de mármol y descolgaron un hermoso cuadro al óleo que había, destrozándolo a puntapiés. Al día siguiente algunos amigos de la Casa, junto con alguna hermana, recorrieron el convento, recogiendo algunos objetos que no habían sido pasto de las llamas, pudiendo contemplar los enormes destrozos causados. Del convento e iglesia sólo quedaba la fachada, que amenaza ruina, todo lo demás está convertido en ruinas.
Que todo depende del entorno, del ambiente y del hábitat, ésa era la piedra de toque del sistema creado por Owen. El continuo enfrentamiento sobre cuestiones religiosas, económicas y sociales produjo deserciones y expulsiones con nuevos cambios de constitución, que a su vez iban acompañados de divisiones y escisiones. A finales de mayo se disolvió la comunidad de New Harmony.
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La religiosa que les recibió manifestóles que no comprendia cómo ellas, que cuidaban a los enfermos de todas las clases sociales, tenían que abandonar su residencia. Aquellos hombres no atendieron a la hermana, contestándoles ésta que ellas estaban en su casa y que no se moverían de la misma. En esto personas amigas de la casa y algunos vecinos insistían en que las hermanas abandonaran su residencia, ya que los revolucionarios no respetaban a nadie, manifestándolas que los próximos conventos de las Arrepentidas y Adoratrices eran presa de las llamas. A las ocho salió una hermana para asistir a los enfermos de la clínica del doctor Botey, y al Ilegar a la calle de Aribau se encontró con la turba, que con latas de petróleo, escaleras, hierros, etc., iba a incendiar su convento. Sin respetar a dos individuos de la Cruz Roja que la acompañaban, la atropellaron a empujones, siendo de notar que todo su interés estaba en colocarla en el centro del grupo, lo que pudieron evitar algunos vecinos de dicha calle que lograron ponerla a salvo. A las nueve menos cuarto, cuando unos vecinos estaban colocando una escalera en la pared del jardín para que pudiesen trasladarse las religiosas a un terrado vecino, oyeron un fuerte golpe que dieron los incendiarios en la puerta del convento. Iniciaron el fuego por la habitación del capellán Rdo. don José Lluch, incendiando todos sus muebles y saqueando las habitaciones. No encontrando comunicación con la iglesia se fueron a la puerta del convento, incendiándola. Después de invadir la iglesia y convento, al llegar al claustro tocaron la campana de la comunidad en medio de un vocerío ensordecedor. En este momento la superiora y once religiosas, ayudadas de unos buenos vecinos, pasaban por el jardín a un terrado próximo.
Las escuelas –en las que regía la separación de sexos– eran pensionados. Una iglesia abandonada servía de taller para los alumnos que quisieran aprender los oficios de carpintero o zapatero. Los alumnos dormían en el altillo de la iglesia en camastros, en filas de a tres, muy cerca del lugar de instrucción. Una ex alumna de la escuela escribió sus recuerdos de la vida en New Harmony: «En verano las niñas llevaban vestidos de lino crudo, con un tartán escocés los domingos o en ocasiones especiales. En invierno llevaban vestidos de lana gruesa. Al despertar, un grupo de niñas iba a ordeñar las vacas y esta leche, junto con gachas hervidas en grandes cazos, constituía lo esencial del desayuno, que los niños tenían que tomar en quince minutos. Comíamos pan un día a la semana, el sábado. Yo pensaba que si alguna vez conseguía salir de allí comería dulces y pasteles hasta reventar. Después del desayuno íbamos desfilando hasta la casa comunitaria N.º 2. Recuerdo las pizarras colgadas de una de las paredes del aula y los alambres con bolas ensartadas que nos servían para los ejercicios de cálculo. Había clases de canto, que nos servían para repasar las lecciones. A la hora del almuerzo nos solían dar sopa, y para la cena gachas de nuevo y leche. A la puesta de sol nos íbamos a dormir en pequeñas literas colgadas del techo en hileras… A intervalos regulares nos llevaban desfilando hasta la farmacia de la comunidad, donde suministraban por igual a todos los alumnos una dosis de un producto que sabía a azufre. Los niños internos no estaban autorizados a ver a sus padres excepto en raras ocasiones. Yo vi a mis padres dos veces en dos años».
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Uno de los incendiarios se revistió con un alba, bailando entre las risotadas de los revolucionarios que le coreaban.
Una de las funciones que suplía el baile rock and roll procedía de aquel histerismo que se reservaba para los bailes comunitarios.