Mnemosyne
1909. Placa que recoge tres tomas de la profanación, almacenamiento y exposición de las momias del Convento de las Capuchinas, Jerónimas y Magdalenas, durante los sucesos de La Semana Trágica [1]. Barcelona. Fotografía donada por el Archivo Sagarra. Actualmente fondos del MNAC. Museo Nacional de Arte de Cataluña. Fotógrafo Josep María de Sagarra.
1929. Colección de paneles fotográficos ordenados iconográficamente. En relación con la Muchacha que Avanza, la Procesionante o la Gradiva. Sección de “Gestos”. Panel nº46. Ordenación temática. Atlas Mnemosyne. Atlas de imágenes. Archivo fotográfico de la Biblioteca Aby Warburg [2]. Instituto Warburg. Woburn Square, Londres. Selección de Fritz Saxl.
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Las turbas, una vez destruido el edificio y quemado el templo, penetraron en el cementerio, y como manada de chacales, se lanzaron sobre los sepulcros, los abrieron, los destruyeron, sacaron fuera los cadáveres, arrastráronlos por el hermoso claustro y los colocaron en espantosa exposición á las miradas soeces de la canalla que en aquel día y en días sucesivos campó por sus respetos. Pero no paró aquí la monstruosa tragedia. El pueblo, es decir, el pueblo no, porque ni siquiera los hijos de él que tienen la desgracia de perder los nobles atributos de la personalidad humana, descienden á tanto: asesinarán, incendiarán, martirizarán, pero no serán capaces de profanar un cadáver. Si algún crimen de esta especie se ha cometido en la historia, jamás fué por hijos del pueblo, sino por personajes de elevada alcurnia ó posición social, cuya ilustración y preeminencias no sirvieron más que para extremar su perversión. Tanto es así, que en ningún código civilizado hay pena alguna para el profanador de cadáveres, como no la hubo antiguamente contra el parricida. Por eso se cuenta que, preguntado Solón porqué no había establecido ningún castigo contra el asesino de su padre, contestó que porque era un crimen tan monstruoso, que horrorizaría á la misma naturaleza, por lo cual era imposible que se cometiera. Por eso el gran legislador griego no introdujo en su código pena alguna contra el parricida, y por eso los códigos modernos no han consignado el menor castigo contra el profanador de cadáveres.
La memoria no es sino una colección de aquellos estímulos a los que se responde mediante manifestaciones vocales (lenguaje sonoro interno). Por tanto, la siguiente formulación sería una definición de los objetivos de mi biblioteca: una colección de documentos relativos a la psicología de la expresión humana. La cuestión es la siguiente: ¿Cómo se originaron las expresiones humanas y las pictóricas? ¿Cuáles son los sentimientos o puntos de vista, conscientes o inconscientes, tras los que aquéllas se almacenan en los archivos de la memoria? ¿Existen leyes para gobernar su formación o resurgimiento? Los medios de mi biblioteca deberían servir para responder al problema que tan apropiadamente formulara Hering en términos de “la memoria como materia organizada”; asimismo, esta cuestión debería servirse de la psicología del hombre primitivo –es decir, el tipo de hombre cuyas reacciones son reflejos inmediatos más que respuestas literarias– y tener en cuenta igualmente la psicología del hombre civilizado, que recuerda de forma consciente la formación estratificada de su pasado ancestral y personal. Con el hombre primitivo, la imagen de la memoria da como resultado la representación religiosa de las causas; con el hombre civilizado el desapego mediante el hecho de nombrar. Toda la humanidad en la relación memoria e imagen es esquizofrénica. La memoria suscita primero un movimiento reflejo inmediato o deliberado –de naturaleza combativa o religiosa–, después las imágenes de la memoria se almacenan conscientemente en representaciones y signos.
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No se halló en los sepulcros profanados ni un miserable ochavo; verdad es también que tampoco se halló en las numerosas casas religiosas quemadas y destruidas ninguna máquina de hacer bombas, ni ninguna máquina de hacer moneda falsa. Pero, en cambio, la fantasía popular hizo de las suyas… presentándose como vengadores de monjas y frailes torturados, martirizados, para satisfacer pasiones en alto grado reprobables.
En este proceso de “desdemonizar” el almacén de impresiones heredado que creara el miedo en otro tiempo, el que abarca toda la gama de expresiones en poder de las emociones: desde la ensoñación indefensa hasta el canibalismo criminal. Asimismo, imprime el sello de una experiencia extraña a la dinámica de los movimientos expresivos humanos que se extienden entre los extremos de los arrebatos orgiásticos –como, por ejemplo, luchar, bailar o agarrar–. Ello hizo que el público educado del Renacimiento, enseñado en la disciplina de la Iglesia, considerase esta esfera como una región prohibida donde sólo a los dejados de la mano de Dios, que daban rienda suelta a las pasiones incontroladas, se les permitía vivir sin freno. Este proceso es el que pretende ilustrar el atlas Mnemosyne. Está relacionado con el esfuerzo psicológico por absorber estas acuñaciones preexistentes para plasmar la vida en movimiento.
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Entonces tuvieron lugar las escenas más horribles que presenció Barcelona en aquellos tremendos días. Respondiendo á la consigna del martirio, la muchedumbre organizó una manifestación que, precedida por grandes cartelones, en los que se leía en letras negras “Monjas martirizadas”, recorrió varias calles de Barcelona paseando por ellas los cadáveres. Uno fue colocado encima de una barricada; otro fue arrojado á la puerta de la iglesia parroquial del Pino (la de San José Oriol); dos fueron abandonados en la puerta de don Eusebio Güell, en la calle del Conde del Asalto… Cogen los cadáveres, se lanzan á la calle, y sin dejar de gritar como energúmenos ¡Monjas martirizadas, Monjas martirizadas!, éste baila con un cadáver una danza lúbrica, aquél le pone un cigarro puro en la boca á otro cadáver, y le hostiga para que fume; quiénes los arrastran y pasean en manifestación báquica por las calles, profanando cuanto hay en la conciencia humana digno de respeto, quiénes colocan aquellos venerados restos sobre barricadas… y los restantes fueron conducidos á través de las Ramblas y calles adyacentes, detrás del Ayuntamiento, en donde el fúnebre cortejo topóse con un oficial del Ejército, el cual, horrorizado de tanto salvajismo, echó mano al revólver, acorraló á la turba, que huyó despavorida refugiándose en las casas inmediatas, en tanto que el oficial llamaba á un pelotón de soldados de los que había en la plaza de la Constitución. Todos aquellos desdichados cayeron en poder de la tropa y los cadáveres fueron recogidos y depositados en el dispensario del Ayuntamiento.
La liberación de los movimientos expresivos desinhibidos, que tuvo lugar concretamente en Asia Menor entre los seguidores de los cultos báquicos, abarca toda la gama de expresión cinética de la naturaleza humana en poder de la experiencia fóbica que se extiende desde la absorción pasiva e indefensa hasta el frenesí criminal, y todos los movimientos que intervienen pertenecen al culto tiasótico como, por ejemplo, saltar, correr, bailar, agarrar, llevar o traer. Siempre que éstos se representan en obras de arte, transmiten los ecos de esa entrega a las profundidades. Las marcas de la forja tiasótica son, en efecto, una característica misteriosa y esencial de estas acuñaciones expresivas que hablaron, por ejemplo, desde los antiguos sarcófagos a la sensibilidad de los artistas del Renacimiento.
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¿Qué significaba destruir la memoria? ¿La quema del patrimonio artístico de las iglesias o la profanación carnavalesca de sus criptas y cementerios? Una ciudad medieval que guarda su identidad, su historia y su memoria aún en los cementerios necesita de un terremoto que de paso a la ciudad nueva. Acaso no constituía ya una tradición esos periódicos desenterramientos, desde 1835 por lo menos. ¿No se constituyen los ritos de las fiestas de carnaval como la colección de gestos destructivos necesarios para poder renovar las imágenes, las creencias, las obligaciones, los trabajos de un nuevo tiempo de Cuaresma? Además, sobre esos solares profanados, ¿no debía de construirse la Barcelona moderna? Hacía falta espacio, y no solamente físico, para que la ciudad inventara nuevos signos en los que reconocerse.
Aby Warburg inicia sus investigaciones, que la miopía psicologizante de una determinada historia del arte ha definido como ciencia de la imagen, iconología, cuando de hecho se centran en los gestos considerados como cristal de la memoria histórica, y la controversia que le fija un destino y los intentos de los artistas y de los filósofos, que para Warburg rozan la locura, por librarlos de este destino, para liberar los gestos de la esfera de las imágenes. Puesto que estas investigaciones se hicieron en el campo de las imágenes, se ha pensado que las imágenes eran también el objeto; pero de hecho, Warburg transformó la imagen, que incluso para Jung es por excelencia la esfera inmóvil de los arquetipos, en algo dinámico e histórico; este fue su gran descubrimiento. Al final del siglo, Warburg trabajaba en un enorme atlas que llamó Mnemosyne, y que habría consistido en una serie de fotografías de todo tipo de fenómenos –de cuadros, de esculturas tanto antiguas como modernas, de temas de actualidad, etc.– que siempre se ha considerado como una especie de repertorio de imágenes de Occidente.