TESAURO

CRONOLOGÍA

ARCHIVO F.X.

MÁQUINA P.H.

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Michel Leiris

30 de noviembre de 1936. La Virgen de la Amargura, en su refugio junto al hermano González Campos. Fotografía de Cecilio Sánchez del Pando. Dios se hizo hombre. Imprenta de la Gavidia. Sevilla.

 

30 de noviembre de 1936. Cómo pasa la heroína del caos milagroso de la infancia al orden feroz de la virilidad masculina. Fotografía de Michel Leiris. L’Age d’homme. Gallimard. París.

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El de San Juan de la palma ardió parcialmente. Pronto se supo que la imagen de la Virgen de la Amargura no corrió peligro al custodiarla en su casa desde el 26 de abril, un hermano de la cofradía: González Campos. Indiscutiblemente, impresiona la contemplación de la talla dentro del embalaje con el que la protegió.

 

¿Cuáles son los objetos, los lugares, las circunstancias que despiertan en mí esa mezcla de temor y afecto, esa actitud ambigua que determina la cercanía de una cosa a la vez atrayente y peligrosa, prestigiosa y rechazada, esa mezcla de respeto, de deseo y de terror que puede pasar por el signo religioso de lo sagrado?

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El templo de San Juan Bautista, más conocido comúnmente bajo el nombre de iglesia de San Juan de la Palma, no padeció el martirio del fuego; pero, en cambio, fue saqueado de arriba abajo y todas sus bellezas de cuadros, esculturas, orfebrería y ropas sufrieron muchísimo durante el paso de las hordas. Desgraciadamente, a las numerosas mutilaciones sufridas por su tesoro artístico, reparables en su mayoría, hay que añadir la pérdida total de muchos cuadros y esculturas. También fue saqueada y destruido la mayor parte de su interior, pero las imágenes titulares de la Hermandad de la Amargura se salvaron por estar ocultas en lugares seguros. Entre las obras de arte perdidas figuran el santo titular, Santa Mónica, una Virgen de la escuela flamenca, un San Antonio, la Virgen de las Maravillas de Hita del Castillo; y el grupo escultórico de la Piedad, atribuido a Pedro Roldán.

 

En el tiempo de otros siglos y en el espacio de otras culturas, para dar una salida natural a los movimientos de afectividad, existieron ritos, juegos y fiestas en virtud de los cuales los hombres podían imaginar que suscribían un pacto con el mundo en virtud del cual iban a revivir el reencuentro consigo mismos. Así pues, una descarga estaba, de esa manera, siempre a punto de operarse puesto que se podía dar satisfacción a las aludidas pulsiones febriles sin que tuvieran la necesidad, para exteriorizarse, de ser subjetivadas ya fuera tomando una vía explosiva, ya endosándoles un disfraz utilitario, ya camuflándolas de funesta racionalidad. Pero en nuestros días y en nuestra civilización ya no es posible encontrar una salida aceptable para estas agitaciones subterráneas que de forma esporádica y fragmentaria, al azar de las ocasiones o bajo la forma edulcorada de creaciones artísticas, no han dejado de emerger desde las oscuras profundidades del entusiasmo colectivo. De ahí un tedio, una impresión general de vida castrada, hasta tal punto de que, a los ojos de algunos, las coyunturas difíciles, incluidas las más catastróficas, aparecieran como deseables, en la medida en que podrían ser capaces, por lo menos una vez, de cuestionar la totalidad de nuestra existencia.

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Pese al saqueo del templo de San Juan de la palma y el incendio de su almacén, la Hermandad de la Amargura salvó a sus imágenes titulares por estar custodiadas en el domicilio del hermano González Campos, desde el 26 de abril hasta el 30 de noviembre de 1936. El hermano González Campos declaró lo agradecido que en su casa están por la presencia en ésta de Nuestra Señora, el calor que su Sagrada Imagen llevó a su hogar y el baño de piedad que tan Venerable Presencia ha dejado en su solar.

 

Otro ídolo era la salamandra, la “Radieuse”, adornada con un efigie de mujer que se parecía a un busto de la República. Verdadero genio del hogar que presidía el comedor. Atractiva por el calor que difundía y por los carbones incandescentes; temible porque mis hermanos y yo sabíamos que si la tocábamos nos quemaríamos. A su lado me llevaban de noche, cuando me despertaba preso de accesos de tos nerviosa, atacado por un mal sobrenatural de la noche, destrozado por una tos que se introducía en mí como un cuerpo extraño, yo tenía la sensación de convertirme de pronto en algo prestigioso –el héroe de una tragedia– rodeado como estaba por la inquietud y la solicitud afectuosa de mis padres.