Marcel Broodthaers
30 de julio de 1909. Patio interior del convento de Religiosas de Jesús-María. San Andrés. Serie Sucesos de Barcelona, n.º 23. Relatos de sedición e incendios en Barcelona y Cataluña. Barcino. Editorial Hispano-Americana. Postal edición Ángel Toldrá Vinazo.
30 de enero de 1974. Un jardin d’hiver. Catalogue-Catalogus. Marcel Broodthaers. Palais des Beaux-Arts. Bruselas. Société des Expositions / Londres, Petersburg Press, 1974. Edición limitada a 120 ejemplares. Colección Maria Gilisen. Galerie Jos Jamar, Knokke.
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La Congregación de Jesús-María, establecida desde mediados del pasado siglo en San Andrés de Palomar, deseando satisfacer del mejor modo posible las necesidades de aquella población eminentemente obrera, hizo el sacrificio de reemplazar el antiguo pensionado por estas nuevas obras gratuitas de cultura y beneficencia social.
Desde que empecé a hacer arte, el mío, el que he copiado, la explotación de las consecuencias políticas de esta actividad –cuya teoría sólo puede ser descubierta fuera de su ámbito– me ha parecido ambigua, sospechosa, demasiado angélica. Si el producto artístico es cosa de la cosa, la teoría se convierte en propiedad privada.
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Desde el año 1907 la Congregación se vio obligada a dotar a las escuelas de los edificios que actualmente poseían en la Rambla de Santa Eulalia, números 126 y 130. En las escuelas diurnas se proporcionaba educación e instrucción a niñas pobres, hijas en su mayoría de obreros, y asistían por término medio anual de 100 a 150, mayores de siete años.
Si examinamos de cerca la foto, advertiremos que, con algún maligno placer, Broodthaers ha modificado el lugar mucho más que las diferentes acomodaciones, haciendo colocar más allá del umbral de la primera galería un panel que establece una especie de pasadizo en zigzag que obliga al público a aglomerarse antes de entrar en su exposición. No obstante, ante esa entrada no es el público el que se apretuja, sino unas palmeras las que hacen cola desde el fondo de la sala.
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Las escuelas nocturnas funcionaban de seis y media a ocho y media de la noche, concurriendo de 500 a 600 obreras. Estas escuelas estaban divididas en siete secciones a cargo de 26 religiosas. Desde su creación han pasado por las escuelas más de 6000 alumnas.
Un jardin d’hiver está basada en la idea de que el cine es una desgracia peor que el teatro y menor que la televisión. Quiero decir que la desgracia está en función de un público cada vez más numeroso, en beneficio del aumento de la recaudación. Lo que no deja de ser una suerte.
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El día 30, cuando las obreras que vigilaban celosamente creían a salvo sus queridas escuelas, presentáronse las turbas de once a doce del mediodía y a hachazos y grandes gritos abrieron las puertas e incendiaron el edificio. No prendió el fuego como el populacho se creyera, y mucho quedaba a salvo; pero el 31 por la tarde volvieron los desalmados y consumaron el incendio completo de muebles, altares, pianos, armoniums, etc.
Aquella especie de glorieta de la primera versión se volvió a utilizar, pero descentrada e invertida: si bien en la primera versión el centro estaba vacío, en ésta estaba ocupado por varias palmeras rodeadas de las mismas sillas plegables vueltas hacia el follaje. Una vitrina contenía dos serpientes disecadas, una de ellas venenosa. Un facistol pintado de rojo cubierto de mejillones –mueble que había formado parte de un conjunto de 1966, desmebrado tiempo atrás.
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A todos los vecinos incluso se les conminó con el incendio si no se dejaban registrar para sacar lo perteneciente a las escuelas. Y suerte que nada guardaban por previsión de lo que sucedería.
Ése era el estado del decorado arquitectónico cuando Broodthaers invadió el terreno de esta venerable institución. A causa de su elegancia, contrastan de manera extraña con la solemnidad del entorno.
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Actualmente no puedo pensar que el valor del trabajo del arte se concrete en otra instancia que en el paso del objeto a mercancía. El déficit de la cosa es suplido por lo que tiene el arte de nuevo.
El valor de lo destruido y perdido asciende a unas cien mil pesetas, de las que difícilmente podrán rehacerse las escuelas, dado que aún existe un déficit remanente del edificio nuevo.
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Un escenario de ruina y destrucción. El patio del colegio, al que se habían arrojado muebles y marcos de puertas y ventanas desde los pisos superiores para quemar junto al archivo, aparecía sucio de ceniza y barro, pues los tiestos de las macetas habían sido rotos uno a uno y la tierra y las raíces se desparramaban por el suelo.
En Barcelona, me señala Federico las cualidades de las palmeras de Marcel Broodthaers como modelos de árbol para la clasificación del mundo. Me señala éstas, en macetas, que se mueven en el espacio y van indicando direcciones, cortando caminos, etc. Cuando rompen el tiesto y agarran raíces, las palmeras testimonian un archivo de la ruina.