TESAURO

CRONOLOGÍA

ARCHIVO F.X.

MÁQUINA P.H.

LA INTERNACIONAL

PEDRO G. ROMERO

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Libro

Julio de 1936. La pintura está protegida con papel fechado en agosto de 1937. Pinturas del Museo Diocesano de Valencia dañadas en el incendio de 1936. Sobre el óleo Santa Lucía y santa Margarita de Rodrigo de Solsona. Tabla de 60 x 50 cm. Sin número de incautación. Fotografía María Gómez Rodrigo.

 

Julio de 1896. Disposición tipográfica para el Libro de Stéphane Mallarmé [1]. Ensayos, ideas y apuntes para el Libro. Stéphane Mallarmé. Livre. Edición preparatoria Armand Colin (no publicada). Cosmopolis. Mayo 1897. París. Feuillet 99B. Notes inédites en vue du Livre (1957). Fotografía Nadar.

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En la relación de pinturas sobre tabla quemadas que se muestra a continuación (2001) se incluyen los datos correspondientes al estado de conservación, número de incautación, imágenes anteriores a la guerra pertenecientes al archivo Mas y bibliografía. También veremos algunas de ellas ya restauradas y los resultados del trabajo realizado. Las páginas de El Mercantil, fechadas en agosto de 1937, fueron improvisadas para frenar los desprendimientos de la pintura al óleo entonces abrasada.

 

En el Libro (proyecto e ideas publicadas en 1956), Mallarmé pretende adjudicar al poeta la misión de escribir la obra que, por ser la explicación órfica de la tierra, someterá al dominio del espíritu humano el azar, símbolo de la imperfección de ese espíritu. Una tirada de dados nunca abolirá el azar (1897), es un largo poema de versos libres y tipografía revolucionaria que constituye la declaración trágica de la imposibilidad de lo planteado en el Libro.

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Lo peor de estos desperfectos son los levantamientos de las imprimaciones, de peligro inminente, por la separación de la madera de los estratos. En algunos ejemplares, mientras el hinchamiento de las capas de la estratificación es parcial, en otros es sumamente alarmante por estar totalmente separados de su base. Es de presumir la imposibilidad del traslado de estas meritísimas joyas. Sería temerario un atentado a su sagrada integridad el someter dicha fragilidad a la aventura de un cierto descalabro. Y tal es la sutileza de su grosor que se pulverizan al ligero contacto. Soy contrario, en absoluto, a su movilización en las presentes circunstancias.

 

«Todo, en el mundo, existe para concluir en un libro», afirmó Stéphane Mallarmé al justificar su empresa lírica por excelencia: el Libro, cuya escritura sometería el azar al gobierno del espíritu humano. Si el poeta es el único capaz de ofrecer una explicación órfica de la tierra, su gran imperfección sería, justamente, el azar. Mallarmé creía necesario suprimir los arpegios fortuitos para poder entonar «la canción de la tierra» en las cuerdas de su lira. Sólo así la palabra, entre las páginas del Libro, presentaría concluyentemente todos los estados de la materia del mundo, libre de la corrupción y las contingencias del hombre que la escribe.

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La doctora María Gómez con este libro describe en público el proceso de restauración del retablo de San Miguel. Pero con muy buen criterio, en un capítulo inicial ha reconstruido los percances de las obras de arte de la catedral y del palacio Arzobispal, comenzando por el inicial intento del cardenal Reig al fundar el primer museo diocesano en las dependencias del arzobispado, con el fin de recoger y defender contra mercaderes sin escrúpulos y poseedores ignorantes las obras de arte dispersas por la diócesis y con peligro de perecer. Recuerda a continuación los azarosos días de julio de 1936 y se refiere a los incendios de la catedral y del palacio Arzobispal. Tan sólo a partir de estos datos podrán comprender los jóvenes estudiosos qué se quiere decir cuando se habla de los «quemados de la catedral» y llegarán a percatarse de los motivos por los que tantas obras de arte se hallan en tan lamentable estado. Y en esta breve crónica tiene un merecido recuerdo para quienes, movidos por el instinto de la sensibilidad artística, no se desprendieron de tan mutilados lienzos y tablas, sino que los conservaron. Gracias también a ellos, hoy ha sido posible que lo que parecía muerto haya recuperado la vida.

 

Sin embargo, Mallarmé no pudo sino esbozar un proyecto tan desmedido y ambicioso como ése. Contra sus más firmes convicciones, contra el sólido ardor y la fe ciega que corren a lo largo de sus manifiestos epistolares, la Nada terminó por ocupar las páginas del Libro: hojas en blanco, tachadas, corregidas o editadas en la mente y la memoria; borradores de una «Obra Pura» que ni siquiera igualan la incontable cantidad de concepciones y teorías que Mallarmé vertió sobre ella en su correspondencia. Irónicamente, el reconocimiento lírico y brutal de su fracaso como productor de dicha «Obra Pura» sería Un golpe de dados, la gran herencia de Mallarmé a la aventura poética del siglo xx, límite y cumbre que Valéry llamara con exactitud el «espectáculo ideográfico de una crisis». En Un golpe de dados, el poeta concretó lo que no pudo en Igitur o el Libro mismo: la fundación y conclusión de un nuevo mundo a fuerza de abjurar del mundo conocido; la creación de un Pensamiento (así, con mayúsculas mallarmeanas), una imagen, una lengua, una gramática y, sobre todo, una retórica para ese nuevo mundo, aun cuando implicara la elusión del autor y, simultáneamente, permitiera redactar la fábula de su aniquilamiento. Nada de ello se habría realizado sin el reconocimiento del triunfo del azar sobre la idea del orden, sin antes entender que una poesía inoculada contra el accidente resulta una «falsa mansión / enseguida / evaporada en brumas / que impuso / un límite al infinito».