TESAURO

CRONOLOGÍA

ARCHIVO F.X.

MÁQUINA P.H.

LA INTERNACIONAL

PEDRO G. ROMERO

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La Criolla

25 de julio de 1936. Cabezas de San Juan y María Salomé. Esculturas del Convento de las Concepcionistas destruido en la Guerra Civil. Edificio ocupado por los milicianos bajo las siglas CNT-FAI. Fotografía de Pelayo Mas Castañeda. Convento de la Concepción. Toledo.

 

25 de junio de 1936. Tony El Conejo y Antonia La Gaditana. Pareja de baile por sevillanas para un número de transformismo. Afiliados con carnet sindical de CNT, sección Espectáculo. Fotografía de Jules Kruger. Cabaret/Salón de baile, La Criolla. Barcelona.

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Se habían intercambiado las imágenes decapitadas de la Madre Fundadora y de la Inmaculada Concepción de manera que la Momia, Santa Reliquia, de la Madre Fundadora tenía puesta la Cabeza de Nuestra Señora Inmaculada y la escultura votiva de la Virgen tenía la testa de la Santa Beatriz con la Estrella de Oro señalada en la cima del Cráneo. Los que hicieron este Baile, a la postre hermoso, quisieron profanar y mofarse más, a su pesar, consiguieron el milagro de que, por un Instante -pues hacerlo Eterno arrastraría el pecado de Soberbia- la Venerada y la Venerante confundieran sus Personas.

 

La pareja de baile se cruzaba en un baile por sevillanas, típicamente andaluz. Ella bailaba con el torso desnudo y la otra, también “ella”, profusamente maquillada, le seguía con un rico bordado de Manila. En uno de los cruces el muchacho trasvestido se despojaba de su piquillo y se lo colocaba a ella y seguía el baile, apenas demostrando que se trataba de un desnudado cuerpo varonil. La galana seguía el baile con su mantón. En el engaño, los asistentes piropeaban por igual  ala chica que al chico y tengo que decir que, acabado el baile, fue el hombre el que convocó detrás de sí a una mayor clientela.

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Los Sagrados Restos de Santa Beatriz sufrieron diversos avatares: primero fueron venerados en Santa Fe, después en San Pedro de las Dueñas. En 1499, su sobrina Felipa de Silva se los llevó al convento de Madre de Dios (dominicas) hasta que, en 1512, la Comunidad de la Concepción los solicitó y fueron trasladados y recibidos en esta Casa Madre con gran fiesta y alegría. ¿Quién iba a decir que, a los 424 años, volverían a encontrar cobijo y amor en el convento de dominicas de Jesús y María? Ahora el motivo era la guerra de 1936. Los Sagrados Restos fueron profanados, sirviendo esta profanación para que una vez más resplandeciera la mano de la Divina Providencia. Los Sagrados Restos fueron reconocidos por el agradable perfume y por la estrella en la frente del cráneo.

 

Con la llegada de la República el local se fue transformando en un lugar frecuentado por homosexuales, travestis o transformistas. En los espectáculos se imitaba a Concha Piquer o Pastora Imperio. La pugna con otro local de idénticas características, el Wu-Li.Chang, para conseguir los mejores actores fue enorme. Adolfo Hueso,  anarcosindicalista, nos cuenta en ”Recuerdos de un cenetista”: “En la Criolla era el viejo transformita Bertini, que en sus mejores tiempos llegó a hacer dudar si era hembra o macho… Enfrente la estrella era Mirco, lleno de juventud, luciendo un deslumbrante vestuario femenino, que las malas lenguas afirmaban que era pagado por un conocido fabricante, que harto del amor fácil había optado por el “homosexualismo”.

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1. Con poco más de veinte años, Beatriz abandonó Portugal y llegó a Castilla con el séquito de la infanta Isabel de Portugal, quien se unía en segundas nupcias con el rey D. Juan II. De esta unión nacería Isabel la Católica, a quien Beatriz mecería y, más tarde, siendo Isabel reina, ayudaría en la fundación de la Orden. 2. La corte de Castilla residía por entonces en Tordesillas y el ambiente palaciego estaba dominado por intrigas y frivolidades cortesanas de la época. 3. Las fiestas, cacerías y bailes iban envolviendo la falsa atmósfera de la corte; la bella Beatriz y sus limpios ojos fascinaron a nobles y caballeros; le sonreía gran porvenir. 4. Nadie podía adivinar la lucha interior que padecía. Su mente, fija en Dios, la ayudaba a superar cuanto le acontecía en medio de la corte. 5. En un baile de Palacio brilló de tal modo y con tanto encanto que se escucharon quejas de damas y princesas por la falta de atención de los caballeros. 6. Fuese por intrigas de algún caballero resentido ante la negativa de Beatriz a sus pretensiones, fuese por celos de la reina, que llegó a ver en ella una amante rival, cayó en desgracia de ésta. Por ello, un día la invitó a acompañarla a los sótanos del palacio y, al llegar al lugar, acercó a Beatriz a un cofre o baúl grande y, empujándola, la metió, cerrándola con llave. 7. En estos momentos tan difíciles, según se recoge en el Proceso de Canonización, «recibió la visita de la Reina del Cielo, vestida de blanco y azul, que la consoló con su presencia. Le anunció que sería liberada y le confió el mensaje de que fundara una orden consagrada al culto y honor de su Inmaculada Concepción», con el mismo hábito que ella traía: blanco y azul. 8. Una señal del Cielo hizo entrar en razón a la Reina y abrió el cofre y en vez de encerrada se la encontró bailando con su vestido blanco y azul. 9. Como reconocimiento se consagró con voto de virginidad, con firme propósito de cumplir el mensaje recibido. 10. En este momento se empezó a gestar la Orden de la Inmaculada Concepción.

 

Se zarandeaban las parejas de baile  de dos, de tres y de cuatro personas , en la mesa 8 un carterista estaba intentando robar a una pareja de ingleses que se besaban apasionadamente. Un joven con aires de estudiante se paseaba por las mesas ofreciendo cocaína y otros alcaloides. En la mesa 12, una señora de mediana edad sacaba una jeringuilla y se inyectaba con calma morfina en el muslo mientras pedía otra cerveza. En la 8, Juanito el francés, un jovencito imberbe disfrazado de mujer, estaba dándole palique y ofreciendo sus favores sexuales a un padre de familia. Le hablaba de la amistad, la honestidad y otras zarandajas. Mientras le contaba afligido que no conoció a su padre y que su madre fue una puta muy delgada, le robaba la cartera prometiéndose así mismo que algún día sería un gran escritor. Mientras con expectación observaba aquel panorama dantesco, me tropecé con dos hombres tatuados con la boca pintada que bailaban vestidos de marineros manoseándose los genitales mientras se besaban. Un viejo sexagenario vestido de flamenca, mientras vitoreaba a la cantante rusa Irusta, se repintaba rutinariamente los labios en la mesa 10. En la 1, un señor trajeado se arrancó públicamente un moco de la nariz y con una calma pasmosa lo dejó pegado bajo el mármol de su mesa. El sarasa Bertini que lo había sorprendido, lo llamó “guarro” desde la barra y soltó una risotada de espanto. Bertini era el invertido más popular de La Criolla por la delicada belleza de su rostro, su aterciopelada forma de cantar en los aseos, la coquetería de su vestimenta italiana, la tersura nívea de su piel y ese pañuelo infinito que le sobresalía escandalosamente del cuello. “Esa es una niña”, decían los otros sarasas de La Criolla, “una muñeca que zurea como una paloma cuando la follan los albañiles del Chino”. Enfrente de Bertini, dos bujarrones que olían a espliego abandonaron la mesa 11 de camino al lavabo entregándole uno al otro un billete de dos pesetas. Todo temblaba en La Criolla al son de las risas, las tonadas y el tintineo de las copas.