John Ruskin
14 de agosto de 1936. Iglesia parroquial de Peñíscola incendiada. Castellón de la Plana. Historia de la Cruzada Española. Volumen IV. Tomo XVI. Ediciones Españolas S. A., Madrid. 1941. Asesor artístico Manuel Sánchez Camargo.
14 de agosto de 1857. Detalles del interior de una iglesia abandonada en Venecia. Economía política del arte. A Joy for Ever and its Price in the Market, oThe Political Economy of Art. Londres, The Ruskin Library. Ilustración artística de John Ruskin.
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La destrucción del tesoro artístico, dada la forma en que sistemáticamente se procedió al asalto de los templos, tenía que revestir en Castellón y en su provincia caracteres de verdadera catástrofe. No se puede decir que fueran los atentados hechos esporádicos y aislados, sino que, por la coincidencia de fechas y procedimientos, tuvieron que obedecer a un plan general estudiado y preparado minuciosamente. Casi todos los desmanes se producen en el mes de agosto y cuando ya los pueblos están sometidos por completo al arbitrio de la revolución. A los templos se da el uso más infame: se los convierte en salones de baile, en centros de corrupción, en almacenes, cuadras, establos y porquerizas. Calcúlese lo que con todo esto había de sufrir el patrimonio cultural y artístico acumulado al cabo de tantos siglos en esos templos.
El extraordinario retraso en la aparición de ese volumen suplementario se debe principalmente a que el autor creyó necesario reunir la mayor cantidad de notas posible de los edificios medievales de Italia y Normandía, ahora en proceso de destrucción, antes de que los restauradores y los revolucionarios consumasen su destrucción. Últimamente, el autor se ha consagrado a dibujar edificios (en los que, mientras él dibujaba un lado, los albañiles derribaban el otro) y no puede comprometerse aún a una fecha precisa de publicación de la conclusión de Modern Painters. El autor sólo puede prometer que el retraso de ésta no se deberá a indolencia alguna de su parte.
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En esta histórica ciudad, que fue residencia de Benedicto XIII, también fueron saqueados los templos e incendiado cuanto había en ellos, a excepción de la ermita de la Patrona, seguramente por encontrarse muy cerca del polvorín y para evitar la explosión de éste. La iglesia parroquial ha quedado inservible por haberse destruido la techumbre. Fueron robadas las valiosas joyas regaladas a esta ciudad por el Papa Luna, aunque han podido ser recuperadas posteriormente.
Esta iglesia, este palacio, residencias de obispos y príncipes. Todo destruido. No podemos achacarlo solamente a los revoltosos tiempos que asuelan el continente europeo. La inmoralidad de los reyes es comparable a la villanía de los líderes revoltosos. Nuestro lamento no quiere sustituir la vida de un hombre por un puñado de piedras. Una vida se pierde para siempre, pero una iglesia aún puede esperar otro crimen: el de su reconstrucción.
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En los años sesenta, el boom turístico permitió a las poblaciones de la costa remozar las ruinas de toda esa arquitectura religiosa que fue irremisiblemente destruida en la guerra y revolución españolas entre 1936 y 1939. La mayoría son falsificaciones, imposturas de tipo kitsch, cuando no falsos decorados de cartón piedra. Sería fácil achacar a la tradición fallera de la zona lo ocurrido, tanto en la eficacia de las destrucciones como en la comicidad de sus restauraciones.
Ni el público ni quienes tienen a su cargo el cuidado de los monumentos públicos entienden el verdadero significado del término restauración. Pues significa la más absoluta destrucción que un edificio pueda sufrir: una destrucción tras la cual no quedan restos que reunir: una destrucción que se acompaña de falsas descripciones de lo destruido.
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Quedó enterada la Junta de una comunicación recibida del señor secretario de la Junta Central, fecha 10 de los corrientes, interesando de esta delegada una exposición comprensiva del estado de los monumentos nacionales: monasterio de Benifazá; arco romano de Cabanes, murallas, castillo e iglesia de Santa María, en Morella; castillo y palacio de Peñíscola e iglesia arciprestal de San Mateo, y de otros monumentos aunque no tengan la calificación de nacionales. Y comprendiendo las dificultades de desplazamiento nos indica que en su lugar pidamos los informes de los Consejos Municipales respectivos. La Junta acuerda que se hagan gestiones cerca de la Escuela Automovilista del Ejército, Cuerpo de Carabineros y Gobierno Civil para que nos faciliten un coche para hacer personalmente la investigación e informar a la Central, quedando encargado de realizarlas especialmente el vocal señor Sos Bainat. Sólo cuando se agote toda posibilidad de realizar dichos desplazamientos se recurrirá a oficiar a los Consejos Municipales en solicitud del informe de los mismos, y no habiendo más asuntos de que tratar el señor presidente dio por terminada la sesión de que certifico.
The Seven Lamps of Architecture es la meditación de un ciudadano culto, sensible, conocedor minucioso de algunas arquitecturas, conservador y políticamente tory, ante el fenómeno de la revolución social de 1848. Por una parte es el terror del mundo burgués descrito por Runcini ante el avance de las masas. En el libro, desde la primera página hasta la última, hay frecuentes alusiones a la acción depredadora que la revolución –¡y los restauradores!, la bête noire de Ruskin– están llevando a cabo de forma inevitable. Ante el avance de una imparable ola de barbarie y de destrucción del bello mundo del pasado, el texto ruskiniano se presenta como un vibrante sermón, una apasionada llamada a cambiar las mentalidades con el fin de que se detenga el proceso de destrucción y de construcción sin sentido. Por otra parte, esta llamada al orden no puede hacerse con la brutalidad de los simples represores. Ruskin denota incluso su comprensión de los excesos revolucionarios cuando da cuenta de las razones de frustración de una clase obrera explotada, vaciada de cualquier gratificación en su trabajo y empujada por la misma ceguera de las clases dirigentes hacia los excesos que 1848 ha puesto ante sus ojos.
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Una recomendación para Peñíscola. La restauración de campanas en los distintos templos donde la revolución de 1936 vació los campanarios. Representar esta quiebra con una pequeña campana rajada y sorda. No debe sumarse al campanario original pero sí dar un testimonio.
Un detalle de su destrucción debe aparecer reflejado en el edificio de nueva planta. Las grietas en una ventana o una columna quebrada no como falsificación, sino como evidencia de que no estamos copiando un edificio medieval, más bien veneramos su ruina.
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Si alguien tiene derecho a destruir estos edificios son aquellos que lo edificaron con el dolor de sus manos y el sudor de su frente. Quienes habían sido explotados durante siglos en la construcción de estos templos al lujo y el poder que los cristianos llaman catolicismo se toman ahora su venganza. Son sus cuerpos los que se han sacrificado para levantar los edificios en los que cada piedra es un hijo muerto de hambre y cada columna una esposa afligida por la enfermedad y la pena. Si alguien tiene derecho a llevarse a su casa cada uno de estos ladrillos, a cubrir su tejado con estas magnificentes cubiertas, a sostener su choza con estos arbotantes exagerados son sus obreros. Los obreros, hijos de los obreros, nietos de los obreros a los que una sociedad de clases, durante siglos, había asegurado su eterna condición. Eso está cambiando y ese cambio no puede separarse de esta justificación: quienes destruyen los templos son los mismos que los han construido.
Es inútil hablar de destrucciones más gratuitas o ignorantes; mis palabras no llegarán a aquellos que las cometen, pero tanto si se me escucha como si no, no puedo dejar de insistir en la verdad de nuevo: la conveniencia o el sentimiento no deben determinar que conservemos o no los edificios de las épocas pasadas. No tenemos ningún derecho a tocarlos. No son nuestros. Pertenecen en parte a quienes los construyeron y en parte a todas las generaciones de la humanidad que nos han de seguir. Los muertos todavía tienen derecho a ellos: por su trabajo, por respeto a lo que hicieron, por su expresión de sentimiento religioso o por lo que pueda haber en esos edificios que ellos desearon que fuese permanente no tenemos derecho alguno a destruirlos. Somos libres de derribar lo que hayamos construido nosotros mismos; pero en aquello para cuya realización otros hombres entregaron su fuerza, riqueza y vida, sus derechos no desaparecen con su muerte; menos derecho tenemos aún a usar lo que ellos nos han legado, pues pertenece a todos sus sucesores.