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Georges Bataille

Entre 12 de febrero hasta 4 de octubre de 1936. La Virgen de la Esperanza Macarena, en su refugio de la calle Orfila, nº6, de Sevilla. La imagen de la Virgen dentro del cajón en que fue ocultada. Cajón del Banco Español de Crédito. Archivo de la Hermandad de la Esperanza Macarena. Traslado posterior a la capilla de la Universidad. [1942] Sin autor conocido.

 

Entre el 1 y el 7 de octubre de 1944. Georges Bataille, al fondo de la sala, encajonado entre dos muebles de la Biblioteca Nacional, en la presentación de la edición sevillana de Historia del ojo de Lord Auch. París. Edición limitada de 199 ejemplares. Ilustrada por Hans Bellmer [1] con 6 grabados.136 páginas. Séville [París], s.e., 1940 [1944] Nouvelle version.

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Febrero de 1936 trajo el Frente Popular y con él la práctica desaparición de la II República. El poder estaba ya en la calle. La Internacional Comunista cerraba su cerco sobre España, y Sevilla, «Sevilla la Roja», título que las izquierdas clamaban orgullosas, volvería a ser la clave; primero, del triunfo arrollador del Frente Popular, y después, del éxito inicial del alzamiento militar. Días antes del triunfo del Frente Popular, temiendo lo peor, la Junta de Gobierno acordó que sólo tres personas conocieran el lugar secreto donde quedaría custodiada la venerada imagen. Deseaban evitar el más mínimo riesgo. Durante la madrugada del día 12 de febrero, en una furgoneta del Banco Español de Crédito, conducida por el Hermano Mayor, José Ruiz Ternero, se trasladó la imagen a su nuevo refugio secreto. Dentro de la furgoneta, cuidando de la caja de madera donde se trasladó la imagen, fue Domingo de la Torre, mientras que Antonio Román Villa esperaba en el lugar escogido para refugiarla, que era su propio domicilio en la calle Orfila, número 6, donde tenía además instalada su Clínica Veterinaria. De allí sólo saldría y siempre en horas de madrugada y en el mayor secreto, para el septenario y la salida profesional. Concretamente, la Macarena volvió a San Gil el día 15 de marzo y regresó a su refugio el día 23 del mismo mes, una vez celebrados los cultos cuaresmales. Luego, volvería el día 5 de abril, Domingo de Ramos, para regresar a la calle Orfila el Sábado de Gloria, día 11 de abril. Mientras tanto, el lugar de la imagen en el templo era ocupado por un gran cuadro de Nuestra Señora. Por supuesto, durante el tiempo eventual que la Virgen estuvo en San Gil, grupos de hermanos hicieron guardias nocturnas y diurnas para evitar riesgos de atentados. Hay que añadir, que así como en las anteriores ocasiones en que la Macarena fue escondida, pasado algún tiempo se conocieron los lugares, con riesgos para los propietarios de los domicilios, en esta última ocasión el secreto fue total. Nadie, absolutamente nadie, pudo saber de labios de las tres personas dueñas del secreto, el lugar donde la Macarena estaba refugiada.

 

La intervención en los asuntos públicos es incluso normal en todas las organizaciones del mismo orden. Parece pues, necesario reservar el nombre de “sociedades de complot” para aquellas sociedades secretas que se forman expresamente con vistas a una acción distinta de su existencia propia: en otras palabras, las que se forman para actuar y no para ‘existir’. Resulta inconcebible considerar cosas que no sean trabajos que ‘hay’ que realizar. Y parece absurdo que unos hombres pretendan unirse planteando la mera existencia como el objeto esencial de su unión. Ahora bien, la profunda virtud del principio mismo de la “sociedad secreta” consiste precisamente en que constituye la única negación radical y operante, la única negación, que no se reduce sólo a frases; de ese principio de la necesidad en cuyo nombre los hombres actuales colaboran en el embrollo de la vida. Por ahí, y sólo por ahí, escapan las aspiraciones humanas sin ningún compromiso posible con los desvíos y con las auténticas estafas realizadas por las formaciones políticas que se sirven de la inclinación natural a la explosión y a la violencia para llegar, en definitiva, a cualquier negación brutal de esa inclinación a la explosión, procediendo así lo mismo que la organización militar, que funda y aumenta el poder de la necesidad. Para terminar, recordaré que Caillois dice de la “sociedad secreta” que está unida a un sagrado que consiste en la violación que se desprende de las reglas de vida, a un sagrado que gasta, que se gasta. Recordaré al mismo tiempo que la tragedia ha salido de las cofradías dionisíacas y que el mundo de la tragedia es el mundo de las bacantes. También dice Caillois que uno de los fines de la “sociedad secreta” es el éxtasis colectivo y la muerte paroxística. El imperio de la tragedia no puede ser cosa de un mundo sombrío y deprimido. Es evidente que los charlatanes no podrán retener el poder. Sólo la ‘existencia’ en su totalidad, que implica el tumulto, la incandescencia y una voluntad de explosión que la amenaza de muerte no se detiene; puede ser considerada por lo que, siendo imposible de sojuzgar, debe necesariamente sojuzgar a todo el que consienta en trabajar para otro: en definitiva, el mando corresponderá a aquellos cuya vida surja hasta tal punto que amen la muerte.

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La Junta de Gobierno había ideado varios mecanismos secretos. Por un sistema de poleas instalado detrás de la capilla, cualquier peligro o movimiento extraño es abortado mediante un engranaje complejo: varias puertas contra incendios y una cámara secreta entraban en acción. Para julio de 1936 el mecanismo no estaba dispuesto. La forma mecánica que entre los varales mecánicos del paso procesional tenía un funcionamiento óptimo, resultaba inservible en la capilla si no se accionaba por acción humana. En las pruebas. La imagen se desplazaba en una especie de tobogán y se depositaba en una cámara acorazada sin que sufriera ningún daño. El paso de la posición vertical a la horizontal era un riesgo para la imagen. Por eso resulta paradójica, con una economía de medios tal, la milagrosa solución adoptada al final. La cama mecánica que acogía a la Virgen solucionaba artesanal y devotamente lo que la mecánica y la técnica no había sabido resolver de forma elemental.

 

Una economía general tiene sus leyes físicas y naturales. Las mismas que rigen en el mundo. Los dos movimientos principales son el movimiento rotativo y el movimiento sexual, cuya combinación se expresa mediante una locomotora compuesta de ruedas y pistones. Estos dos movimientos se transforman uno en otro recíprocamente. De este modo constatamos que la tierra al girar hace copular a los animales y a los hombres y (como lo que resulta es también la causa de lo que provoca) que los animales y los hombres hacen girar a la tierra copulando. La combinación o transformación mecánica de estos movimientos es lo que los alquimistas buscaban bajo el nombre de piedra filosofal. Como consecuencia de esta combinación de valor mágico, la situación actual del hombre está determinada en medio de los elementos.

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Mientras nosotros llamamos “triste sucesos” al asalto de las hordas rojas marxistas que quemaron hasta los cimientos la Iglesia de San Gil; nos olvidamos de Doña Victoria Sánchez Contreras, limpiadora de la iglesia de San Gil , que se jugó literalmente la vida y tuvo a la Macarena dos días metida en su humilde morada, mientras ellas dormía en el suelo. Gracias a esta buena señora en primer lugar y posteriormente gracias a Don Antonio Román Villa, a Don José Ternero Salgado y Don Domingo de la Torres Rodríguez , hoy podemos seguir viendo a la Macarena, repito no después de un “lamentable suceso” o de un “incendio” como si aquello hubiera sido un cortocircuito, sino del asalto de los frentes populistas de socialistas y comunistas. Toda esta historia se merece un azulejo, una placa, como un castillo, en san Gil y la Anunciación, como obligatoriamente nos quiere colocar sólo desde la parte de la memoria histórica roja. La foto superior corresponde exactamente al 4 de octubre de 1936 (efemérides que a destiempo se celebraba este fin de semana). La Virgen de la Esperanza Macarena inmediatamente después de salir del cajón que sirvió para ocultarla y transportarla. La puerta del fondo es la que comunica el templo de la Anunciación con el patio del recinto universitario. Se había salvado del todo, mientras en España era una ensalada de tiros y las Iglesias eran teas en llamas y los hombres y mujeres de Dios eran masacrados. El degradado en su lápida “macareno”, Queipo de Llano fue en tercer y definitivo lugar a quien agradecerle ese momento, tras la desaparición del miedo a la destrucción –a Málaga llegó muy tarde– y no digamos sus arengas radiofónicas en plena guerra para que la Madre de Dios tuviera un templo, que es exactamente el que tiene hoy. Es decir, hubo una pérdida, a punto estuvo y hubo un gasto. Pero si se trataba de derroche, la que lo mereció fue la Madre de Dios. En eso no nos iban a ganar. Si en la guerra hay excesos, hay aquí un gasto enorme, muy grande y tenemos ahora una joya y un templo. Esto también es contabilidad.

 

La actividad humana no es enteramente reducible a procesos de producción y conservación, y la consumición puede ser dividida en dos partes distintas. La primera, reducible, está representada por el uso de un mínimo necesario a los individuos de una sociedad dada la conservación de la vida y para la continuación de la actividad productiva. Se trata, pues, simplemente, de la condición fundamental de esta última. La segunda parte está representada por los llamados gastos improductivos: el lujo, los duelos, las guerras, la construcción de monumentos suntuarios, los juegos, los espectáculos, las artes, la actividad sexual perversa (es decir, desviada de la actividad genital), que representan actividades que, al menos en condiciones primitivas, tienen su fin en sí mismas. Por ello, es necesario reservar el nombre de gasto para estas formas improductivas, con exclusión de todos los modos de consumición que sirven como medio de producción. A pesar de que siempre resulte posible oponer unas a otras, las diversas formas enumeradas constituyen un conjunto caracterizado por el hecho de que, en cualquier caso, el énfasis se sitúa en la pérdida, la cual debe ser lo más grande posible para que adquiera su verdadero sentido. Este principio de pérdida, es decir, de gasto incondicional, por contrario que sea al principio económico de la contabilidad (el gasto regularmente compensado por la adquisición), sólo racional en el estricto sentido de la palabra, puede ponerse de manifiesto con la ayuda de un pequeño número de ejemplos extraídos de la experiencia corriente.

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¿Por qué no está la corona? El 18 de Octubre de 1936 de regreso, tras la procesión extraordinaria y cultos en la Catedral por acción de gracias por la salvación de España, se detuvo en el Ayuntamiento y entregaron la corona de oro al General Queipo de Llano por colaborar al tesoro de la nación en situación bélica. Es decir, la Macarena entregó su corona para pagar la guerra contra los rojos que habían intentado destruirla. El 9 de febrero de 1937 el General Queipo de Llano anunció la inminente devolución de la corona de oro de la Esperanza Macarena, pues se había obtenido su equivalente en oro, por donaciones populares, en medio de un clamor popular. Así llegamos al sábado 27 de Febrero de 1937, en este acto con la presencia del cardenal Illundain (uno de los cardenales más anticofrades de nuestra historia) se devuelve la preciada presea a su Bendita Propietaria, que como ven fue colocada en el suelo del altar del culto, en la Iglesia de la Anunciación de la calle Laraña. Esta es nuestra memoria histórica, documentada, fotografiada y de feliz tuvo muy poco, hubo mucho miedo, mucha angustia, mucho fuego y mucha sangre. Algún día los capillitas se sacudirán los complejos y no tendrán que pedir perdón por haber sido las víctimas.

 

No basta con que las joyas sean bellas y deslumbrantes, lo que permitiría que fueran sustituidas por otras falsas. El sacrificio de una fortuna, en lugar de la cual se ha preferido un collar de diamantes, es lo que constituye el carácter fascinante de dicho objeto. Este hecho debe ser relacionado con el valor simbólico de las joyas, que es general en psicoanálisis. Cuando un diamante tiene en un sueño una significación relacionada con los excrementos, no se trata solamente de una asociación por contraste ya que, en el subconsciente, las joyas, como los excrementos, son materias malditas que fluyen de una herida, partes de uno mismo destinadas a un sacrificio ostensible (sirven, de hecho, para hacer regalos fastuosos cargados de deseo sexual). El carácter funcional de las joyas exige su inmenso valor material y explica el poco caso hecho a las más bellas imitaciones, que son casi inutilizables. Los cultos exigen una destrucción cruenta de hombres y de animales de sacrificio. El sacrificio no es otra cosa, en el sentido etimológico de la palabra, que la producción de cosas sagradas. Es fácil darse cuenta de que las cosas sagradas tienen su origen en una pérdida. En particular, el éxito del cristianismo puede ser explicado por el valor del tema de la crucifixión del hijo de Dios, que provoca la angustia humana por equivaler a la pérdida y a la ruina sin límites.

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La Hermandad de la Macarena ha consolidado esta particular velá como lugar de encuentro y convivencia no sólo para los cofrades sino para todos los sevillanos, ofreciendo un programa de actividades lúdicas, en las que hay desde música, con orquestas y charangas, hasta una gran tómbola y atracciones infantiles. Además, el domingo día 2 será un día especialmente dedicado a los más pequeños, con juegos y actividades expresamente diseñados para ellos. En cualquier caso, la hermandad, aparte de dar sitio a la vertiente lúdica de la convocatoria, configura estas fiestas como otra vía de ayuda a sus fines solidarios, con la asistencia social a la cabeza, a la que destina anualmente una cifra superior a los 200.000 euros, procedentes en su mayor parte de las arcas de la propia corporación, de aportaciones voluntarias, de loterías o rifas o de actividades como las que representan sus Fiestas de la Macarena. Del 29 de septiembre al 2 de octubre, el parque de la Torre de los Perdigones acogerá las Fiestas de la Macarena, que la Hermandad de la Macarena, en colaboración con el Ayuntamiento, organiza desde 2003, año en el que recuperó esta velá que, hasta esa fecha, permaneció sin celebrarse cien años. Fue el hallazgo de un cartel anunciador de las antiguas «Fiestas del Rosario» en el Archivo de la corporación el que puso en marcha, en la etapa de Juan Ruiz Cárdenas como hermano mayor, la recuperación de estas fiestas, tal y como explicó ayer a ABC de Sevilla el actual hermano mayor, Manuel García. Anoche, como prólogo al acontecimiento, se presentó el cartel del pintor onubense, un homenaje a la imagen encajonada a salvaguardia de todo peligro en 1936 –¡ustedes ya saben!–, que anunciará las fiestas, en las que habrá carpas tipo jaima y barras en un recinto adornado con iluminación veneciana, con su perímetro exterior engalanado con banderolas alusivas a la fiesta.

 

En los diferentes deportes, la pérdida se produce, en general, en condiciones complejas. Cantidades de dinero considerables se gastan en mantenimiento de locales, de aparatos y de hombres. Las energías se prodigan, en lo posible, con la finalidad de provocar un sentimiento de estupefacción y, en todo caso, con una intensidad infinitamente más grande que en las empresas de producción. El peligro de muerte no se evita, ya que constituye, por el contrario, el objeto de una fuerte atracción inconsciente. Por otra parte, las competiciones son, a veces, la ocasión para repartir riquezas de un modo ostensible. Muchedumbres inmensas asisten a ellas. Sus pasiones se desencadenan con gran frecuencia sin control alguno y la pérdida de ingentes cantidades de dinero queda comprometida en forma de apuestas. Es verdad que esta circulación de dinero beneficia a un pequeño número de profesionales de la apuesta, pero no por ello esta circulación puede ser menos considerada como una carga real de las pasiones desencadenadas por la competición, que ocasiona a un gran número de apostadores pérdidas desproporcionadas con sus medios. Estas pérdidas alcanzan frecuentemente una importancia tal que los apostadores no tienen otra salida que la prisión o la muerte. Por otra parte, formas diferentes de gasto improductivo pueden estar ligadas, según las circunstancias, a los grandes espectáculos de competición que, del mismo modo que los elementos animados por un movimiento propio, se sienten atraídos por una turbulencia mayor. Así es como a las carreras de caballos se asocian procesos de clasificación social de carácter suntuario (basta mencionar la existencia de los Jockey Club) y la producción ostentosa de las lujosas novedades de la moda. Hay que hacer observar, además, que el conjunto de los gastos que tienen lugar actualmente en las carreras es insignificante comparado con las extravagancias de los bizantinos, que unen a las competiciones hípicas el conjunto de la actividad pública.

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Para conocer la procedencia de la efigie hay una hipótesis que no ha sido tenida en cuenta, hasta ahora, por nadie: la del trueque por un reloj con el Hospital de las Cinco Llagas. Esta historia, aunque conocida por tradición oral, ha sido ignorada hasta ahora por cuantos han investigado la cuestión. Desde Bermejo, el primero en referirla, no se ha considerado como factible. El admirado investigador decimonónico, que en la faceta histórica aportó una información fehaciente y documentada, pero que en la artística se dejó llevar por atribuciones y no proporcionó muchos datos contrastados, rechazó la hipótesis del trueque por no hallar el documento en que constase. Esto es lo que en 1882 escribía al respecto: “Circula también otra noticia que presume de mucha credibilidad, principalmente entre los feligreses de la mencionada Parroquia y es, la de que la Imagen de Nuestra Señora de la Esperanza perteneció al dicho hospital, y que la adquirió la Hermandad por un reloj que en cambio entregó al dicho establecimiento, con la condición de que si en algún tiempo entraba la Imagen por sus puertas, quedaría privada de ella la Corporación”. En nuestro concepto esta noticia no es más exacta que la anteriormente refutada; ora porque no existe documento, memoria o apunte alguno, que directa o indirectamente persuada su certeza; ora porque la misma Imagen la rechaza. En efecto, si el cambio que se supone hubiera tenido lugar, debió precisamente otorgarse algún instrumento público para su perpetua validez y firmeza; de él hubieran las partes contratantes obtenido las correspondientes copias, y la Hermandad además, con especial solicitud en sus libros, hubiera consignado ese contrato para evitar en todo tiempo la pérdida de la Imagen, a título de ignorarse la condición en él marcada. La imagen sería fruto de un trueque y el reloj del intercambio marcaría su procelosa historia.

 

Una vez demostrada la existencia del gasto como función social, es necesario tomar en consideración las relaciones de esta función con las de producción y adquisición, que son opuestas. Estas relaciones se presentan inmediatamente como las de un fin con la utilidad. Y, si bien es verdad que la producción y la adquisición, cambiando de forma al desarrollarse, introducen una variable cuyo conocimiento es fundamental para la comprensión de los procesos históricos, ambas no son, sin embargo, más que medios subordinados al gasto. A pesar de ser espantosa, la miseria humana no ha sido nunca una realidad digna de atención en las sociedades porque la preocupación por la conservación, que da a la producción la apariencia de un fin, se impone sobre el gasto improductivo. Para mantener esta preeminencia, como el poder está ejercido por las clases que gastan, la miseria ha sido excluida de toda actividad social. Y los miserables no tienen otro medio de entrar en el círculo del poder que la destrucción revolucionaria de las clases que lo ocupan, es decir, a través de un gasto social sangriento y absolutamente ilimitado. El carácter secundario de la producción y de la adquisición con respecto al gasto aparece de la forma más clara en las instituciones económicas primitivas debido a que el trueque es todavía tratado como una pérdida suntuaria de los objetos cedidos. El trueque se presenta así, en el fondo, como un proceso de gasto sobre el que se desarrolló un proceso de adquisición. La economía clásica creyó que el intercambio primitivo se producía bajo la forma de trueque, pues no tenía, en efecto, ninguna razón para suponer que un medio de adquisición como el intercambio hubiera podido tener como origen, no la necesidad de adquirir sino la necesidad contraria de destrucción y de pérdida. La concepción tradicional de los orígenes de la economía no ha sido arruinada más que en fecha reciente, incluso muy reciente, por lo que en gran número de economistas sigue considerando arbitrariamente el trueque como el ancestro del comercio.

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La transformación de la moneda en medalla, por un lado, destruye el valor de cambio de unos 50 céntimos de euro, en el valor actual del euro. Por el otro, la conversión del metal en medallita de la Virgen acentúa su valor, no sólo espiritual, también su valor material. Ese incremento se puede comprobar en cualquiera de los mercadillos de compraventa y segunda mano que existen en la ciudad, sea el citado Jueves, el Charco la Pava o el que culmina cada domingo en el llamado Pasaje de los Seises, frente a la Catedral.

 

En el noroeste americano, las destrucciones consisten incluso en incendios de aldeas y en el destrozo de pequeñas flotas de canoas. Lingotes de cobre blasonados, una especie de moneda a la que se atribuía un valor convenido tal que representaba una inmensa fortuna, eran destrozados o arrojados al mar. El delirio propio de la fiesta se asocia lo mismo a las hecatombes de patrimonio que a los dones acumulados con la intención de maravillar y sobresalir.

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Se trata de una obra de Isaura. En conclusión podemos decir que el palio que cobijó a la Macarena a finales del siglo XIX quedó destruido con casi total seguridad en el incendio de San Román en 1936 y que el palio existente en Aracena es, sin menosprecio alguno de la obra, una pieza distinta salida de la misma factoría barcelonesa de Isaura. Queda claro, al menos para quien suscribe, que el palio que figura en las cinco primeras ilustraciones es el mismo, o cuanto menos idéntico (tengamos en cuenta que estamos hablando de una pieza realizada en serie). Mientras el palio de la Macarena tiene un perfil totalmente curvilíneo de mayor a menor, el perfil del palio de Aracena es prácticamente recto. Sin embargo los colgantes y guirnaldas si son claramente idénticos y acuñados en el mismo molde.

 

La usura, que interviene regularmente en estas operaciones bajo forma de plus valor obligatorio en los potlatch de revancha, ha permitido poder decir que el préstamo con interés debería ocupar el lugar del trueque en la historia de los orígenes del intercambio. Hay que reconocer, en efecto, que la riqueza se multiplica en las civilizaciones con potlatch de una forma que recuerda el hipercrecimiento del crédito en la civilización bancaria. Es decir, que sería imposible realizar a la vez todas las riquezas poseídas por el conjunto de los donadores en base a las obligaciones contraídas por el conjunto de los donatarios. Pero esta semejanza alude a una característica secundaria del potlatch.

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Fue él quien regaló a la Virgen las espléndidas esmeraldas que luce y que son una de sus características de exorno más conocidas a nivel popular. Le regaló las esmeraldas y el luto. A la Macarena, según narra Jesús Palomero en el libro oficial de la Hermandad, la vistió de luto riguroso, por primera y única vez en el siglo XX, Juan Manuel Rodríguez Ojeda, artífice del mayor y más revolucionario cambio estético de la cofradía, precisamente por la muerte de Joselito. También en la misma obra se relata que antes de 1900 era más común ataviar a la Virgen de negro, y se refleja que José Castro la vistió de medio luto en 1925 para un besamanos y que Juanito le puso una saya negra en 1936 cuando fue ocultada para evitar su destrucción en el comienzo de la Guerra Civil.

 

El don debe ser considerado como una pérdida y también como una destrucción parcial, siendo el deseo de destruir transferido, en parte, al donatario. En las formas inconscientes, tales como las que describe el psicoanálisis, el don simboliza la excreción, que está ligada a la muerte según la conexión fundamental del erotismo anal y el sadismo. El simbolismo excremencial de los cobres blasonados, que constituyen en la costa noroeste objetos de don por excelencia, está basado en una mitología muy rica. En Melanesia, el donador designa como su basura a los magníficos regalos que deposita a los pies del jefe rival. La relación entre el don y el desecho es tan esencial como su transmutación ritual en tiempos de guerra.

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La hermandad comienza su historia con un régimen de vida muy severo, casi ascético, tanto en la formación espiritual como en la práctica de la caridad y asistencia a los enfermos del Hospital de la Sangre. Los hermanos se reunían en la iglesia los lunes al toque de las oraciones, y los miércoles y viernes del año se leía una lección de un libro devoto y luego, de rodillas, se pedía por las necesidades del pueblo cristiano y por las demás que se ofreciesen. El 4 de enero de 1596 la hermandad otorga poder con el fin de suplicar el privilegio de la agregación a la Basílica de San Juan de Letrán de Roma, gozando por ello de sus gracias e indulgencias, como así también solicitó poderse titular Cofradía de Nuestra Señora de la Esperanza y del Señor San Juan de Letrán. Por esta época, la hermandad contaba con autorización para poder procesionar con su estandarte en calidad de “encomendados” detrás de la imagen del Santo Cristo Humillado, de la Cofradía de la Humildad y la Cena, llegada a la Iglesia de los Basilios en 1621. Por fin, el Viernes Santo de 1624 realizó por primera vez la estación a la Santa Iglesia Catedral yendo sola, sin obligación de acompañar a otra, disgustando esta autorización a la hermandad de la Sagrada Cena y Cristo de la Humildad, que en 1625 presentaba un recurso para que se impidiese a la Esperanza salir sola, y obligarla a hacerlo agregada a ella. Desde 1629 logró variar de día y desde entonces tiene fijada su salida en la Madrugada. La primera noticia que existe sobre la centuria es de 1658, año en que se indica en un libro de cuentas el acompañamiento de una representación de pretorianos de Pilato, pagándose diecisiete reales de vellón por el transporte de llevar y traer las armas, limpiarlas y aderezarlas. El Consejo de Castilla el 31 de enero de 1793 aprobó la unión con la Hermandad del Rosario de San Gil, debiéndose por ello tener dos mayordomos, dos consiliarios y dos secretarios para no confundir el objeto de ambas instituciones. Mal se debieron llevar estos hermanos cuando el 8 de febrero de 1797 se solicitó la separación de ambas corporaciones. Después se avinieron y no llegaron a disgregarse. Desde que la Reina María Cristina visitase San Gil en octubre de 1892 para  venerar a la Virgen de la Esperanza, no han cesado de postrarse ante la Señora diferentes miembros de la Casa Real. Miembros de la junta de gobierno, cofrades vestidos de nazareno, cuatro de ellos portando bocinas, y representantes de las hermandades del Gran Poder y del Silencio, recibieron en mayo de 1904 a S. M. el Rey Alfonso XIII acompañado de su jefe de gobierno Antonio Maura. Encontrándose en Sevilla el Rey Alfonso XIII en la Semana Santa de 1906, hizo invitación a la centuria romana para que, a la entrada de la procesión, se desplazaran al Alcázar. Lo solicitado por el monarca fue una orden, y así llegaron al palacio siendo recibidos en la puerta por la Guardia Real formada, y en su interior revistados por el soberano saludando a cada uno de ellos y después invitó a un ágape. En los tiempos inestables de la República, habiéndose producido saqueos y quemas de distintos templos, la imagen de la Virgen de la Esperanza fue retirada del templo en varias ocasiones. Asimismo se hizo en el año 1936, en que se trasladó al domicilio del cofrade Antonio Román Villa, en calle Orfila. El Jefe del Estado Francisco Franco Bahamonde visitó a la Virgen en distintas ocasiones, en 1940, en 1953 y en 1964, con motivo de su coronación. En la década de los cuarenta, el general Queipo de Llano expresó por las ondas de Radio Sevilla el deseo de lograr un templo para cobijar a tan celestial Señora. En la mañana del Domingo de Resurrección de 1941, el paso de la Virgen fue trasladado al solar que había a espaldas de San Gil, donde se procedió a colocar la primera piedra. Ocho años después se bendijo y aperturó este templo. Fue, por tanto, a partir de los desgraciados sucesos de la Guerra Civil de 1936 que la hermandad de la Macarena comienza a ostentar ciertas riquezas y a atesorar un importante patrimonio, también para obras de Caridad, pero sin vergüenza de afirmar con riquezas a la que es Madre de Dios.

 

La producción y el consumo no suntuario que condicionan la riqueza aparecen así en tanto que utilidad relativa. La noción del potlatch propiamente dicho debe quedar reservada a los gastos de tipo agonístico que se hacen por desafío, que entrañan contrapartidas y, más precisamente aún, a aquellas formas de gasto que las sociedades arcaicas no distinguen del intercambio. Es importante saber que el intercambio, en su origen, fue inmediatamente subordinado a un fin humano, aunque es evidente que su desarrollo ligado al progreso de los modos de producción no comenzó más que en el estadio en el que esta subordinación dejó de ser inmediata. El principio mismo de la función de producción exige que los productos sean sustraídos a la pérdida, al menos provisionalmente. En la economía mercantil, los procesos de intercambio tienen un sentido adquisitivo. Las fortunas no se ponen ya en una mesa de juego y se convierten en relativamente estables. Solamente en la medida en que la estabilidad queda asegurada, y cuando ni siquiera unas pérdidas considerables pueden ponerla en peligro, llegan a someterse al régimen de gasto improductivo. Los componentes elementales del potlatch se encuentran, en estas nuevas condiciones, bajo formas que ya no son tan directamente agonísticas. El gasto sigue siendo destinado a adquirir o mantener el rango, pero en principio no tiene por objeto, ya, hacérselo perder a otro. Cualesquiera que sean estas atenuaciones, la pérdida ostentosa sigue estando universalmente ligada a la riqueza como su función última. Más o menos ajustadamente, el rango social está ligado a la posesión de una fortuna, pero aún con la condición de que la fortuna sea parcialmente sacrificada a los gastos sociales improductivos tales como las fiestas, los espectáculos y los juegos. Remarquemos que, en las sociedades salvajes, en las que la explotación del hombre por el hombre es todavía débil, los productos de la actividad humana no afluyen solamente hacia los ricos en razón de los servicios de protección o dirección sociales que, al parecer, prestan sino también en razón de los gastos espectaculares de la colectividad a los que deben hacer frente. En las sociedades llamadas civilizadas, la obligación funcional de la riqueza no ha desaparecido más que en una época relativamente reciente. La decadencia del paganismo entrañó la de los juegos y los cultos a los que los romanos ricos debían obligatoriamente hacer frente. Por esto es por lo que se ha podido decir que el cristianismo individualizó la propiedad, dando a su poseedor una plena disposición de sus productos y aboliendo su función social. Al abolir esta función, al menos en tanto que obligatoria, el cristianismo sustituyó los gastos paganos exigidos por costumbre por la limosna libre, bien bajo la forma de donaciones extremadamente importantes a las iglesias y, más tarde, a los monasterios. Las iglesias y los monasterios asumieron precisamente en la Edad Media la mayor parte de la función espectacular. Hoy las formas sociales grandes y libres del gasto improductivo han desaparecido. Sin embargo, no debemos concluir por ello que el principio mismo del gasto improductivo haya dejado de ser el fin de la actividad económica. Semejante evolución de la riqueza, cuyos síntomas tienen el sentido de la enfermedad y el abatimiento, conduce a una vergüenza de sí mismo y, al mismo tiempo, a una mezquina hipocresía. Todo lo que era generoso, orgiástico y desmesurado ha desaparecido. Los actos de rivalidad, que continúan condicionando la actividad individual, se desarrollan en la oscuridad y se asemejan a vergonzosos regüeldos. Los representantes de la burguesía muestran un comportamiento pudoroso; la exhibición de riquezas se hace ahora en privado, conforme a unas convenciones enojosas y deprimentes. De otra parte, los burgueses de la clase media, los empleados y los pequeños comerciantes, que cuentan con una fortuna mediocre o ínfima, han acabado de envilecer el gasto ostentatorio, que ha sufrido una especie de parcelación, y del que ya no queda más que una multitud de esfuerzos vanidosos ligados a rencores fastidiantes.

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Hoy, Viernes Santo, como cada año la Esperanza Macarena desfila ante los ojos fervorosos de los sevillanos. ¡Quién iba a pensar en la actualidad que estos mismos piadosos ciudadanos casi la destruyen hasta en dos ocasiones basándose en unas ideas políticas que justificaban la destrucción de un patrimonio artístico religioso de tal calibre y que disfrutaba de una devoción universal! Esta época tan aciaga para las cofradías sevillanas comienza con la proclamación de la II República el 14 de abril de 1931, en teoría empezaba un período democrático, donde la libertad y la igualdad llevarían a España hacia ese progreso tan necesario para la Nación. Pero desde sus inicios, mayo de 1931, la violencia anticlerical se instaló en varios sectores de la sociedad española; destruyéndose iglesias, parroquias y conventos. Más concretamente en Sevilla, la situación política durante el primer gobierno democrático, una coalición republicano-socialista 1931-1933, era de una tensión social insostenible. Los ataques a la Iglesia, en general, era algo habitual en la ciudad. Durante estos años se quemó la iglesia de San Julián, abril de 1932, perdiéndose la Virgen y el Cristo de la Hermandad de la Hiniesta. Esta acción es condenada incluso por el máximo responsable del Partido Comunista en Sevilla, el cual muestra su desacuerdo a los ataques de las hermandades de barrio. Coincidiendo con este hecho, mayo de 1932, se decidió esconder a la Virgen Macarena para protegerla de estos ataques vandálicos. El Hermano Mayor de la época recibió el chivatazo del ataque a tan venerada imagen, decidiendo ponerla a salvo inmediatamente en un lugar insospechado. Se eligió ocultarla en la casa de Victoria Sánchez, limpiadora de la iglesia parroquial de San Gil, en la cual tenía la Hermandad de la Macarena su sede. Aquí pasó una de sus noches más largas, acostada en la cama de esta humilde mujer, que no sabía de política ni de pistolas, que tanto daño harán a España durante estos años. Finalmente, a los pocos días la imagen volvió a su iglesia, cuando la tempestad había pasado. Pero esta Virgen, tan querida por los sevillanos, aún tuvo que esconderse en otra ocasión, coincidiendo con el estallido de la Guerra Civil. El 18 de Julio de 1936 el general Queipo de Llano tomó el control del centro de la ciudad apoyándose en el ejército. Pero en las barriadas obreras del extrarradio, Triana, Macarena, San Marcos, etc., los trabajadores afines a la República se prepararon para resistir a los militares rebeldes. Este fue un día negro para los templos y las cofradías. Durante este día, varias iglesias fueron arrasadas por la barbarie revolucionaria, como ejemplo se puede citar la de San Julián, quemada por segunda vez, la de Santa Marina o la de San Gil, donde estaba instalada la Macarena. Esta talla de valor incalculable fue sacada de nuevo de su iglesia pocas horas antes, introduciéndola en una furgoneta y tras dar varios rodeos, fue llevada a una casa de la calle Orfila, donde se montó un altar improvisado con madera tosca, flores blancas y velones. Con esta acción se salvaba una de las imágenes más queridas de la Semana Santa de Sevilla. Como conclusión decir que la Semana Santa durante la II República fue un auténtico desastre para las cofradías. En 1932 sólo procesionó la Hermandad de la Estrella, conocida como la Valiente por este hecho. En 1933 es el peor año del siglo XX para las hermandades, ya que ninguna realizó la estación de penitencia, no hay que olvidar que en este año se cumplían diecinueve siglos de la pasión de Cristo. El resto de las estaciones de penitencias, hasta el comienzo de la Guerra Civil, se desarrollaron con relativa normalidad, gracias al giro conservador que dio el gobierno republicano. Por último citar la Semana Santa de 1937, que se recuerda como la más improvisada, ya que se dieron situaciones únicas, como por ejemplo ver desfilar a una hermandad compuesta por nazarenos de otras cofradías, cada uno con sus túnicas pertinentes por falta de gente debido a la guerra.

 

Hay que añadir que la atenuación de la brutalidad de los amos que, por otra parte, no descansa tanto sobre la destrucción como sobre las tendencias psicológicas a la destrucción, corresponde a la atrofia general de los antiguos procesos suntuarios que caracteriza a la época moderna. La lucha de clases se convierte, por el contrario, en la forma más grandiosa de gasto social, en la medida que es retomada y desarrollada, esta vez por cuenta de los obreros, con una amplitud que amenaza la existencia misma de los amos. Al margen de la revuelta, a los atosigados miserables les ha sido posible rehusar la participación moral en el sistema de opresión de unos hombres por otros. En ciertas circunstancias históricas rehusaron, en particular por medio de símbolos más contundentes aún que la realidad, rebajar la “naturaleza humana” entera hasta una ignominia tan horrible que el placer de los ricos en provocar la miseria de los demás se hacía, de golpe, demasiado agudo para ser soportado sin vértigo. Se ha instituido así, independientemente de las formas rituales, un intercambio de desafíos exasperados, sobre todo del lado de los pobres, un potlatch en el que la escoria real y la inmundicia moral descubiertas han rivalizado de un modo espectacular con todo lo que el mundo contiene de riqueza, de pureza o de esplendor. Con esta clase de convulsiones espasmódicas se ha abierto una salida excepcional por la desesperanza religiosa que había en la explotación sin reserva. Con el cristianismo, la alternancia de exaltación y de angustia, de suplicios y de orgías que constituyen la vía religiosa, se plantea un contexto más trágico, confundiéndose con una estructura social enferma, desgarrándose ella misma con la crueldad más sórdida. El canto de triunfo de los cristianos magnifica a Dios porque ha entrado en el juego cruento de la guerra social, porque “ha despeñado a los poderosos de lo alto de su grandeza y exaltado a los miserables”. Sus mitos asocian la ignominia social, la ruina cadavérica del crucificado, con el esplendor divino. Así es como el culto asume la función de total oposición de fuerzas de sentido contrario, repartidas de tal modo entre ricos y pobres que los unos llevan a los otros a la pérdida. El culto se une estrechamente a la desesperanza terrestre, no siendo el mismo más que un epifenómeno del odio sin medida que divide a los hombres, pero un epifenómeno que tiende a suplantar el conjunto de procesos divergentes que resume. Según las palabras atribuidas a Cristo, que decía que él había venido a dividir, no a reinar, la religión no busca, pues, en absoluto, hacer desaparecer lo que otros consideran como la calamidad humana. En su forma inmediata, en la medida en que su movimiento ha quedado libre, la religión se encenaga, por el contrario, en una inmundicia indispensable a sus tormentos extáticos. El sentido del cristianismo viene dado por el desenvolvimiento de las consecuencias delirantes del gasto de clases, por una orgía agonística mental practicada a expensas de la lucha real. Sin embargo, cualquiera que sea la importancia que la lucha tenga en la actividad humana, la humillación cristiana no es más que un episodio en la lucha histórica de los innobles contra los nobles, de los impuros contra los puros. Como si la sociedad, consciente de su desquiciamiento intolerable, hubiera estado por un tiempo ebria, a fin de gozarlo sádicamente. Pero la ebriedad más pesada no ha podido borrar las consecuencias de la miseria humana y, aunque las clases explotadas se opongan a las clases superiores con una lucidez creciente, ningún límite concebible puede ponerse al odio. En la agitación histórica, sólo la palabra Revolución domina la confusión reinante y comporta promesas que responden a las exigencias ilimitadas de las masas. Una simple ley de reciprocidad social exige que a los amos, a los explotadores, cuya función social consiste en crear formas despreciables, excluyentes de la naturaleza humana –tal como esta naturaleza existe en el límite de la tierra, es decir, del barro– se les entregue al miedo, al gran atardecer en el que sus bellas frases quedarán cubiertas por los gritos de muerte de los amotinados. Es la esperanza sangrienta que se confunde cada día con la existencia popular y que resume el contenido insobornable de la lucha de clases.

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Un comunista osó “mancillar” uno de los símbolos sagrados de la capital de Andalucía, que se proyecta mucho más allá de la propia ciudad y de la propia Andalucía. Alberti subió al estrado y leyó: “La Virgen del Baratillo,/ sobre cuarenta costales,/ sueña en la hoz y el martillo/ para aliviar tantos males./ Déjame esta madrugada/ lavar tu llanto en mi pena,/ Virgen de la Macarena,/ llamándote camarada…”. Y otros versos en la misma línea dedicados al Cristo del Cachorro y a la Virgen Esperanza de Triana. Incluso llegó a declamar: “Que no hay bien que resista/ hoy en la tierra y el cielo/ al Partido Comunista”. Para muchos fue algo insólito. “Insólito: versos del comunista Alberti sobre nuestras cofradías”, titulaba ABC. Lo curioso es que otro diario de la ciudad, El Correo de Andalucía, entonces propiedad de la Iglesia, no daba tanta trascendencia al hecho. Su colaborador habitual, el sacerdote Francisco Gil Delgado, se hacía eco del acontecimiento en su artículo Semana Santa y Congreso Comunista, pero el tono del texto era conciliador, dentro de una línea que estaba muy en boga entonces. No en vano, el PCE tenía una fuerte presencia en el colectivo Cristianos por el Socialismo que se dejaba sentir con unos carteles donde dos antebrazos recortados contra la luz del sol con las manos convertidas en puños formaban una cruz.

 

La lucha de clases no tiene más que un fin posible: la pérdida de quienes han trabajado por perder a la “naturaleza humana”. Cualquiera que sea la forma de desarrollo elegida, sea ésta revolucionaria o servil, las convulsiones generales constituidas durante dieciocho siglos por el éxtasis religioso cristiano y, en nuestros días, por el movimiento obrero, deben ser consideradas igualmente como una impulsión decisiva que constriñe a la sociedad a utilizar la exclusión de unas clases por otras para realizar un modo de gasto tan trágico y tan libre como sea posible, al mismo tiempo que a introducir formas sagradas tan humanas que las formas tradicionales lleguen a ser comparativamente despreciables. Es el carácter cambiante de estos movimientos lo que atestigua el valor humano total de la Revolución obrera, susceptible de actuar por sí misma con una fuerza tan constrictiva como la que dirige a los organismos elementales hacia el sol.

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Siendo pues, el Soberano Simulacro de Nuestra Señora de la Esperanza, obra de Pedro Roldán, debemos colocar su ejecución en el último tercio del siglo XVII, época de todas las bellas producciones de ese entendido artista, y período de su gloria y celebridad. Si pues, en la mediación de dicho siglo no existía la mencionada Imagen, ni existir pudo, porque contando Roldán entonces, pocos años de edad es imposible que tuviera ya los conocimientos necesarios para ejercer con acierto una profesión, que a más de ciertas dotes naturales requiere luengos años de estudio y laboriosidad; deduciremos por consecuencia forzosa que el hecho que se supone es uno de los muchos cuentos, forjados por una decrepitud ignorante, que corren entre el vulgo crédulo como verdades inconclusas. Tan imbuido está este en su certeza, que ha confirmado ya con actos su creencia. Es interesante recalcar que Bermejo no considera posible el trueque por no haber hallado documentación que lo probase, y por considerar que la autoría de Roldán era la auténtica, al situar la hipotética transacción durante una estancia de la Hermandad en la Iglesia del Hospital previa a su traslado a la Parroquia de San Gil en 1653, cuando Roldán no pudo haberla realizado.

 

No obstante, tales simulacros se han convertido, con pocas excepciones, en la principal razón de vivir, de trabajar y de sufrir para todos aquellos que no tienen coraje para someter su herrumbrosa sociedad a una destrucción revolucionaria. Alrededor de los bancos modernos, como alrededor de los kwakiutl, el mismo deseo de deslumbrar anima a los individuos y los involucra en un sistema de pequeñas vanidades que ciegan a unos contra otros como si estuvieran ante una luz muy fuerte. A algunos pasos del banco, las joyas, los vestidos, los coches esperan en los escaparates el día que servirán para aumentar el esplendor de un siniestro industrial y de su vieja esposa, más siniestra aún. En un grado inferior, péndulos dorados, aparadores de comedor, flores artificiales prestarán servicios igualmente inconfesables a reatas de tenderos. La emulación del ser humano al ser humano se libera como entre los salvajes, con una brutalidad equivalente. Sólo la generosidad y la nobleza han desaparecido y con ellas la contrapartida espectacular que los ricos devolvían a los miserables.

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Desde un punto de vista antropológico estamos hablando de un gasto, un caso de derroche social. Un grupo de hombres, hermanos y devotos de esta Virgen, en un momento dado, dejándose llevar por sus mismas convicciones, deciden destruir la imagen, poner fin a su relación de comunidad con ella. Esta pérdida, para ser ejecutada, necesita de una situación emocional y social alterada, un periodo revolucionario. Aunque los años republicanos trajeron distintas ocasiones, el desenlace final tiene lugar bajo la presión de un golpe de estado, es decir, la irrupción de una fuerza enemiga. La excitación del grupo no tiene otra salida que la eliminación del núcleo de su comunidad, es decir, el incendio y asalto del templo donde se encuentra la Virgen y las riquezas que la hermandad le ha considerado durante largo tiempo. Lo de menos es que en esta ocasión la “muchacha perdida”, en este caso la Virgen de la Macarena, se salvara por circunstancias más bien novelescas. Es un lugar común, una historia que se repite. Tras la destrucción ritual, la imagen o el ídolo o el símbolo se han salvado. Tras el hecho de guerra hay una recuperación de la imagen. Tras el gasto, el derroche del saqueo y el incendio, la imagen, la muchacha, la Virgen recuperada viene cargada con todo el valor de la pérdida. Ha acumulado todo lo perdido. El templo, el oro, la comunidad todo a mayor gloria de la Señora. Por eso decimos que es Moneda, por excelencia, acumulación de capital, de todo lo que se ha perdido en el inmenso gasto social improductivo –fiestas, regalos, guerras–. El origen de las medallas tiene ese específico valor simbólico. Un recordatorio sencillo del valor de la pérdida que une la memorabilia con el gasto social improductivo en el seno de la comunidad.

 

De hecho, de la forma más universal, aisladamente o en grupo los hombres se encuentran constantemente comprometidos en procesos de gasto. La variación de las formas no entraña alteración alguna de los caracteres fundamentales de estos procesos cuyo principio es la pérdida. Una cierta excitación, cuya intensidad se mantiene en el curso de las alternativas en un estiaje sensiblemente constante, anima las colectividades y las personas. En su forma acentuada, los estados de excitación, que son asimilables a estados tóxicos, pueden ser definidos como impulsiones ilógicas e irresistibles al rechazo de bienes materiales o morales, que habría sido posible utilizar racionalmente (según el principio de la contabilidad). A las pérdidas así realizadas se encuentra unida –tanto en el caso de la “muchacha perdida” como en el del gasto militar– la creación de valores improductivos, de los cuales el más absurdo y al mismo tiempo el que provoca más avidez es la gloria. Junto con la degradación, la gloria, bajo formas siniestras o deslumbrantes, no ha dejado de dominar la existencia social y hace imposible emprender nada sin ella, a pesar de que está condicionada por la práctica ciega de la pérdida personal o social.