TESAURO

CRONOLOGÍA

ARCHIVO F.X.

MÁQUINA P.H.

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PEDRO G. ROMERO

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Gabriel Alomar

27 de julio de 1909. El señor arquitecto visita las ruinas en vista de proponer una reconstrucción económica. Casa Misión y restos del Colegio. Misioneros del Sagrado Corazón de María. Gracia. Barcelona. Serie, “Sucesos de Barcelona, nº 35”. Edición Ángel Toldrá Vinazo. Foto Merletti.

 

27 de julio de 1911. Reivindicación del Futurismo en la presentación de su obra poética La Columna de Foc, de Gabriel Alomar, padre ideológico e inventor de la idea antes que el señor Marinetti [1]. Prólogo de Santiago Rusiñol. Editor Antoni López. Barcelona. 1904. 242 pags. 19×14 cm. Foto Merletti.

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No tardaron las llamas en hacerse dueñas de la casa, que tuvieron que abandonar los asaltantes a toda prisa, a fin de no pe­recer en el incendio. Como en la quema de otros conventos, habían emplea­do el petróleo, con el que, después de amontonarlos en patios y salas, pegaban fuego a muebles, camas, ropas y otros efectos. La capilla, el colegio y el convento estaban convertidos en grandes hornos.

 

¿No sería también justo levantar uno a los xuetes de 1691, algunos de los cuales tuvieron la gloria, tan poco judaica, de la noble persitencia en su fe y murieron quemados vivos, mientras los conversos eran agarrotados y quemados después de la muerte? Edificar una piedra de rescate en el lugar de la ejecución es un caso idéntico al que movió a los parisinos a erigir la estatua del caballero De la Barre ante el Sagrado Corazón de Montmartre, o a los romanos la de Giordano Bruno en Campo dei Fiori.

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Al anochecer del martes, 2 de Julio, las turbas se pre­sentaron frente a los edificios que los Misioneros del Sagrado Corazón pose en el Campo de Grassot.

 

Al verlas llegar, desde el terrado de su residencia, des­de donde contemplaban las espesas humaredas que sa­lían de otros conventos incendiados.

 

La primera idea de los misioneros fue oponer resistencia; pero desistieron de ello, calculando la inutilidad que resultaría de cuantos esfuerzos hicieran para librar sus edificios del furor de los revoltosos.

 

Optaron, pues, por abandonarlos, y al efecto se despo­jaron de sus hábitos y vistieron otras ropas, para po­der pasar más inadvertidas de los tumultuarios. Por parejas, fueron saliendo del convento y aleján­dose de allí; y previo convenio, se reunieron a alguna distancia, desde donde se dirigieron a albergarse, unos en casas amigas y otros en diversos asilos religiosos.

 

En el preciso momento en que las turbas se presentaron en el Campo de Grassot, llegaba al convento el padre Vergés, quien fue agredido por los revoltosos. Sonaron varios disparos y el religioso cayó herido al suelo, con la cara ensangrentada. Cuando fue auxiliado se vio que había recibido un ba­lazo en un ojo, que le ocasionó la pérdida del mismo.

 

Dos religiosos, el padre Ferrán y el hermano Roca, se negaron á abandonar el edificio, despreciando el peligro que corrían. Hasta las nueve de la noche las turbas no dieron el asalto al convento. A aquella hora los más osados pre­tendieron violentar la puerta de la iglesia y la de la residencia de los hermanos, saliéndoles al paso los dos guardianes, que intentaron por todos los medios, evitar la destrucción de aquellos edificios. Fueron recibidos á ti­ros, y el padre Ferrán quedó herido de un balazo de revólver.

 

Los amotinados se precipitaron entonces dentro del edi­ficio, del que bien pronto empezaron a salir espesas co­lumnas de humo por puertas y ventanas.

 

-¿Qué os pasó un día con un obispo?

 

-¡Ah, sí! Que otro día, siendo yo muy joven y deambulando por esas callejas, encontré a un obispo muy solemne, el cual me echó su bendición. Como era natural, yo le correspondí en la misma forma. ¡No faltaba más! Como yo no pertenecía a su culto, le daba la bendición del mío. Y así comprendió que, por lo menos en aquellos barrios, no había un obispo, sino dos.

 

-¿No cree que hoy en el mundo el ser republicano va siendo una cosa un poco incolora, que el capitalismo es una de las partes beligerantes, luchando para mantener el capital que quiere arrebatarle el otro beligerante, el trabajo, para conseguir un equi­librio?

 

-Claro que si atribuimos a la palabra republicano un sentido de forma, será un concepto incoloro, no sólo en lo social, sino también en lo político. Ningún liberal dudará entre una Monarquía como la inglesa, la belga o las escandinavas, y una Repú­blica como tantas otras que hemos conocido y conocemos en América y Europa. Creo en la actual primacía de la lucha social. Pero no creo que la lucha política deba ser absolutamente menospreciada. Los conceptos Monarquía y República son para mí, a través de la historia, el antagonismo eterno de la política. Pero contra la visión superficial, la Monarquía es demagógica, y la República es aristárquica.

 

-¿No cree usted que un régimen soviético, una vez implantado, es más perdura­ble que un régimen fascista?

 

-Estoy convencido de ello. Porque el régimen soviético es una transición dictato­rial encaminada a asegurar el porvenir de la redención de una clase, y el régimen fascista es una defensa encaminada a impedir esa transformación. El sovietismo se basa en un ideal de perfectibilidad humana; el fascismo niega esa indefinida mejora. Aquél es dinámico; el otro es estático. Para mí, la mayor virtud del sovietismo reside precisamente en su indefinida potencia de transformación y superación.

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Desde fuera contemplaban la devastadora obra infinidad de curiosos y vecinos que emi­tían diversidad de juicios, según las ideas que cada cual profesaba. De cuando en cuando, se derrumbaba un techo con es­truendo, avivando las llamas que iluminaban el horizonte. A aquella hora ardían otras iglesias; densas humaredas, entre rojizas y negruzcas, se veían subir por diversos puntos del espacio. La capilla quedó llena de escombros, así como la es­cuela y otros locales. Pasada la semana terrible, volvieron los misioneros, dispuestos a reparar los grandes desperfectos que el fue­go ocasionó y restablecer allí su residencia.

 

Con Alomar. Y con Ras, podemos ver cómo los libertarios muestran el medio industrial urbano primeramente en sus aspectos negativos. En sus escritos señalan la antítesis ciudad-campo: ¿Hay aire? ¿Hay luz? ¿Hay campos? / Encerrados / En la fábrica estáis. En cierta forma, tal división, llegó a sustituir la simbología religiosa. El cielo es la utopía colectivista rural, el infierno es el medio ambiente industrial urbano. Y Alomar en el purgatorio.

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Hemos dejado que las turbas compongan nuestro principal cuerpo social.

 

La revolución es el hipérbaton de la sociedad.