Fernando Renes
20 de julio de 1936. Iglesia de la Trinidad, Sabadell. Los niños saludan al fotógrafo, puño en alto, bajo el cartel que denuncia la intervención de la iglesia de parte de los facciosos. Desde su atalaya, un cura trabucaire y su faccioso compinche disparando contra los obreros revolucionarios. El cartel humorístico fue colocado días antes del incendio del templo, reducido después a mero solar y urinarios públicos. Archivo Diocesano de Barcelona.
20 de abril de 2007. Distrito Cu4tro. Madrid. Dibujos de trazo infantil que recuerdan el lenguaje del cómic y animaciones llenas de un humor que se cuela hasta en las imágenes más serias; desde el humor irónico desarrolla temas como el calentamiento global, el sexo, la muerte y el consumo de drogas. El resultado son figuras e imágenes coloridas y directas que esconden un sutil misterio. Dibujos de Fernando Renes.
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Desde el levantamiento militar de julio de 1936 se repetían estas figuras, el cura trabucaire disparando contra los obreros desde el campanario de la iglesia. Siempre por medio de ilustraciones o de monos, aunque también lo hemos visto en alguna animación fotográfica. Una reducción humorística cuyas consecuencias fueron el crimen sistemático y el martirio. Este tipo de caricaturas, digamos de trazo grueso, prosperaron con un público iletrado que atendía más al dibujito mientras descifraba la leyenda del dibujo. La tradicional aversión al clero, con sus estereotipos tan abundantes en nuestra literatura humorística, hacía el resto. Unas críticas venales e infantiloides, fruto de una mente enfermiza.
Desde el año 2000 produce dibujos y animaciones basadas en un desfile de figuras de significado ambiguo que fluyen y se metamorfosean sin seguir una narrativa, con alusiones, nos dicen, a experiencias personales del artista. Está bien hecho (dentro de su sencillez), es simpático, tiene notas de humor, de ironía, es imaginativo, e incluso hace guiños a algunos mitos artísticos contemporáneos, y juega en algún momento con las relaciones entre soporte e imagen. No es poco. Pero se inscribe en esa infantilización del arte actual que muchos museos y centros de arte asumen sin cuestionarse qué papel están jugando en la consagración de la banalidad.