Felipe Alaiz
30 de julio de 1909. Casa rectoral e iglesia de Horta. Parroquia de San Juan de Horta. Barcelona. Serie, “Sucesos de Barcelona, nº 38”. Relatos de sedición e incendios en Barcelona y Cataluña. Barcino. Editorial Hispano-Americana. Postal Edición Ángel Toldrá Vinazo. Foto Merletti.
30 de julio de 1930. Felipe Alaiz se pone al frente de la revista Tierra y Libertad. Barcelona. Tierra y Libertad. Nº 0. Tercera época. 1930. Periodíco de batalla cenetista. Revista de aparición diaria. Edita la Federación Anarquista Ibérica (FAI). A partir de un dibujo de Helios Gómez [1].
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La especulación de terrenos en el barrio de Horta y la especialización de sus habitantes en trabajos de albañilería –la Societat de Paletes d’Horta sería conocida en toda Barcelona- caracterizó especialmente las actuaciones. Era difícil la especulación: pretender hacer torres donde convivían honestas habitaciones. Masías y Torres nada tenían que envidiar a viviendas más modestas. Los propios trabajadores se encargaban de vigilar la justa apreciación del terreno. Así, una trama más o menos anárquica fue consolidándose sin más administración pública que la autoconstrucción de sus titulares. De hecho el estallido especulativo de los sesenta coincidió con la llegada masiva de trabajadores que eran de fuera.
“Un cuadro puede tener valor en pesetas o en dólares. Esto es evidente porque el cuadro se vende. Si el cuadro se pignora por diez mil pesetas y es un paisaje, un huerto que solo vale dos mil en el mercado corriente, ¿qué podemos pensar del mercado de huertos y el mercado de cuadros? Podemos pensar que es una cosa convencional y que los cuadros y los huertos no habían de venderse, como tampoco habían de venderse los hijos, aunque a veces se vendan los hijos, los cuadros y los huertos”; antes había llegado a exclamar melodramáticamente: “¡Qué nunca un paisaje se venda por valor superior a la tierra que retrata!”
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La iglesia parroquial de Sant Joan de Horta tuvo el primitivo emplazamiento al lado de Can Cortada (queda el nombre de calle de la Esglèsia), al norte del centro del núcleo urbano (quemada el útimo día de la Setmana Trágica, se conserva hasta bien entrado el siglo). En el 1905 el Cardenal Casañas bendijo la colocación de la primera piedra de un nuevo templo en la ubicación actual, más centrica, que se inauguró en parte el 1911 y se acabó el 1917. Incendiado y devastado en julio de 1936, fue totalmente recontruido en la postguerra en un neogótico modernizado y no consiguió el aspecto definitivo hasta el año 1980, cuando fue inaugurada la portalada y el tímpano de la fachada, obra del pintor J. Torras i Viver, que también decoró el interior.
Una y otra vez. Una y otra vez en Barcelona se repite la función. Se queman las iglesias desde los años 30 del siglo XIX. Eso no es grave. Una y otra vez se empeñan en reconstruirlas. Volverlas a hacer. Con los costes que eso trae. Quemarlas sale, al día de hoy, a 2 pesetas, el precio del medio galón de petróleo. No hace falta más. Las iglesias están hechas de cosas que arden. La madera, los barnices, las pinturas y unas formas enroscadas que dejan pasar el oxígeno y permiten la rápida ignición. Arde bien el barroco. Pero del dinero gastado en la reconstrucción de templos y edificios religiosos de varia condición solo podemos sacar una consecuencia: el salario del obrero no sube puesto que quizás estamos costeando las nuevas obras. Una y otra vez, se repite el gasto y el estipendio.
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Como medida de precaución, y aunque no creían que aquella iglesia fuese incendiada, el cura párroco y el vicario habían sacado ya de allí días antes, los objetos de más valor, y ellos, por su parte, se habían refugiado en una de las muchas y bonitas torres que hay en la parte nueva de Horta.
En el terreno ideológico no hizo más que escurrir el bulto, en vez de ahondar y aquilatar, dándonos un ersatz de elaboración propia a base de ingeniosas simplicidades que camuflaban su manera superficial y torera de abordar ideas, situaciones y problemas.
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Momentos antes y procedentes de San Andrés de Palomar, había atravesado la población una masa bastante compacta, que se dirigió a la iglesia, enclavada al otro lado de la barriada y un poco separada de ésta. Cuando llegaron los revoltosos, fue lo primero que hicieron forzar la puerta, y después lo mismo que en otras iglesias: amontonaron imágenes, bancos y otros enseres, los rociaron con petróleo y les pegaron fuego; desparramaron el incendio por puertas y capillas y dejaron realizar, su obra al voraz elemento, que destruyó por completo la iglesia, de la que ha quedado en pie la torre, que se yergue firme como antes.
¿Y qué nos importan las novelas que no debieron escribirse? –Las que tú leías antes. -¿Quieres que las vendamos? –No, permite… Sería mejor quemarlas. ¿Tienes un poco de petróleo? –Aquí está. Dicho y hecho. Oro Molido amontona quince o veinte tomos amarillentos en el fogón. Una vez rociados con petróleo hasta las entrañas, el preocupado prende fuego. El opio de las cocotas, la morfina del diablo y las escenas de alcoba, arden que es un contento. Las ojeras de los señoritos y el chal de las terceronas se retuercen al compás de llamaradas intermitentes.