Eli Lotar
Desde 25 de julio al 27 de septiembre de 1936. Cristo tallado en un solo bloque de marfil y que fue voluntariamente despiezado. Bárbaros. Fotografía Marín. Avances de la Causa General. Hospital de Tavera. Toledo.
Desde 25 de julio al 27 de septiembre de 1929. Pezuñas de bóvidos abandonadas para su posterior transporte. Abattoir. Fotografía Éli Lotar. Publicado en Documents, nº6. Matadero Municipal. París.
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Hallaron la iglesia cubierta de cascotes y escombros. Se vio en la primera inspección que el relieve lateral de Santiago estaba ennegrecido por el fuego ocasionado al derrumbarse la linterna de la cúpula incendiada. El aceite de la lámpara central había manchado con huellas indestructibles figuras bellísimas del enterramiento. Una visita posterior, detallada y meticulosa, descubrió en toda su magnitud la catástrofe. Los precintos del sepulcro habían sido violentados y desaparecida la protección del mismo; los ojos, la nariz de la estatua yacente, rotos y machacados; las cuatro figuras que representaban las Virtudes Cardinales, decapitadas; los amorcillos o niños que sostenían los carteles con las alegorías de la fragilidad humana, destrozados también a golpes intencionados o por la fuerza de las piedras derrumbadas sobre el sepulcro. Los rostros se demudan ante la realidad. Más no para en esto el desastre. Los altares están aquí mutilados, las pinturas deterioradas. Un Cristo de marfil, pieza importantísima, despiezada y totalmente destrozada. Una saña incivil ha rasgado el retrato del Cardenal Tavera, sin respetar que era un acierto insuperable del Greco. El noble y aristocrático perfil del Cardenal ha sido deformado por esa mano torpe con varios chafarrinones a punta de cuchillo. Todos los alimentos del espíritu han desaparecido.
El matadero se identifica con la religión en la medida en que los templos de la antigüedad (por no mencionar, en nuestros días, a los templos de los hindúes) se utilizaban con dos fines distintos, y servían al mismo tiempo para las imploraciones y para las matanzas. Sin duda esto daba lugar, como puede comprobarse por el aspecto de los mataderos actuales, a una sobrecogedora coincidencia entre los misterios mitológicos y la lúgubre grandeza característica de los lugares en los que corre la sangre. Curiosamente, en América se expresa una nostalgia obsesionante: W.P. Seabrookl, al comprobar que la vida orgiástico subsiste, pero que la sangre de los sacrificios no está incorporada en los cócteles, encuentra insípidas las costumbres actuales. Actualmente, sin embargo, se maldice al matadero y se le pone en cuarentena como a un barco infectado de cólera. Ahora bien, las víctimas de esta maldición no son los carniceros ni los animales, sino la propia gente, que ha Negado al punto de no poder soportar su propia fealdad, fealdad que responde en efecto a una necesidad maligna de limpieza, de pequeñez biliosa y de aburrimiento; la maldición (que sólo aterroriza a los que la profieren) les lleva a vegetar lo más lejos posible de los mataderos, a exilarse por corrección en un mundo amorfo, en el que ya no existe lo horrible, y donde, padeciendo la obsesión indeleble de la ignominia, se ven reducidos a comer queso.