El hombre que pudo reinar
Noviembre de 1936. Monumento al Sagrado Corazón, volado con dinamita. Monteagudo, Murcia. Causa General sobre La dominación Roja de España. Sección región de Murcia. Piezas nº 11. Anexo 1. Nº090639. España. Ministerio de Cultura. FC-1068. Exp. 5. Archivo Histórico Nacional.
Diciembre de 1975. El hombre que pudo reinar, filmado por John Houston. Montañas del Atlas, Marruecos. Sobre el cuento The Man Who Would Be King de Ruyand Kipling. Una historia de Afganistan. Allied Artist Pictures. Pinewood Studios, Iver Heath, Buckinghamshire, Reino Unido.
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Se puede leer en Nuestra Lucha: El día 25 de octubre de 1.936: “Fuera del orden del día, el concejal Sr. Arce, habla del monumento de Monteagudo y pide que desaparezca totalmente para que no se recuerde lo que fue. El alcalde le explica lo que se trata de hacer en ese sitio, o sea, transformar el símbolo religioso en una viva representación de la república, cuyo proyecto se traerá a la próxima sesión del ayuntamiento. Como lo de disfrazar la imagen no prosperó, el día 24 de noviembre de ese mismo año se podía leer: “Debiendo procederse al derribo del monumento que existe en lo alto del cabezo de Monteagudo el día 24 del actual, se previene a los vecinos de dicha diputación, que tan pronto oigan las detonaciones de los cohetes bomba que se dispararán, desalojen sus viviendas en evitación de perjuicios que no serían imputables al autoridad, y si al incumplimiento de las órdenes emanadas de esta alcaldía”. Y al día siguiente, 25 de noviembre; “A las cuatro y media de la tarde de ayer, se realizó en presencia del alcalde de la ciudad, camarada Piñuela, y bajo la dirección del arquitecto municipal, la voladura del monumento de Monteagudo. Al efecto de que los fragmentos del monumento no causasen daños a los habitantes del pueblo, se ordenó la evacuación del mismo, y también, con objeto de preservar los edificios, se clocaron unos cables tensores para que la caída de la imagen fuera hacia atrás. Dadas estas acertadas precauciones, no ha habido que lamentar el más pequeño incidente”.
Parece que la aventura es el hilo con el que se tejen los sueños, pero hay veces que la literatura se inmiscuye en la vida, y nos enseña que todo puede pasar en el universo. Kafiristán existe. Es una remota región a caballo entre la frontera de Afganistán y Pakistán. Los que allí viven creían en arcaicos dioses, hasta que aquel país de idólatras fue conquistado por un emir de Kabul, más piadoso o más diligente que los anteriores, tan sólo siete años después que Kipling concluyera su historia. Ahora todos sus habitantes, blancos como la leche, rubios como rubios ingleses de ojos verdes, son devotos musulmanes. Ellos se tienen por los hijos del ejército de Alejandro. Otros afirman que son gente más antigua, llegada a esas montañas cuando el cielo era más azul y la tierra más joven. Aquellos valles, que ignoraron a Gengis Kan o a Tamerlán, fueron la tierra fértil donde arraigó el pálido pueblo. Los Budas de Bamiyán son demolidos en la órbita de ese malentendido mitológico. Una cultura exótica había sobrevivido disfrazada de cultura autóctona y ese anacronismo acabó por ser desvelado con el paso de los años. Cuando los dioses sangran, las altas montañas empiezan a desmoronarse.