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ENTRADA DE ARTE: DICCIONARIO ILUSTRADO

Definición Arte

Me gustaría aproximarme al trabajo que, supongo, se hace desde el Archivo F.X., por si desde ahí puede entenderse algo sobre su relación con eso que intentamos definir en la palabra Arte. Serán aproximaciones, sí. El punto de partida, entonces, estará, más bien, en el aserto de Víktor Shklovski: “Más importante que lo que las cosas son, importa cómo funcionan”.

 

Seguramente se trata de un trabajo que considera propia la tradición de las imágenes, sea del modo en el que la describe la historia del arte, en la manera en que la inscriben las llamadas bellas artes o en las cosas mismas, en sus huellas, impresiones e índices.

 

Ese trabajo del arte, como bien dice Rafael Sánchez Ferlosio, no es propiamente un trabajo, aunque muchas veces es mucho el trabajo, la cantidad de trabajo que se pone en marcha para esto que se llama Arte, tanto que a veces el propio Arte queda relegado a un segundo plano, sin importar mucho su caso.

 

Otras veces ese trabajo no es propio, ni de una máquina tan compleja como el Archivo F.X. Es la máquina social, la comunidad en la que nos inscribimos, la que lleva a cabo ese trabajo en complejidad y extensión suficiente, de forma que basta un pequeño gesto para que nos presentemos, casi de soslayo, ante ese bien común al que decimos Arte. Ese común, que no es bien privado ni cosa pública, está cerca de lo propio del Arte, por más que en su trabajo, por ejemplo, sí que litigan concepciones como la de institución pública o la industria cultural, casi cómo términos opuestos.

 

El papel de los artistas, de aquellos que se definen, que nos definimos así, no es por tanto determinante. No sólo por la importancia de la cadena de producción, sea artesanal, industrial o cibernética, sino porque los actores que definen el campo del Arte son ya muy variados y casuales. No sólo en el campo profesional, en el que curadores, historiadores, galeristas o críticos ejercen las funciones del Arte con la misma pericia y mayor relevancia que los artistas, sino que de muchas maneras, el ejercicio con las imágenes y las letras que se hace en muchos lugares de la comunidad participa más plenamente de ese Arte que los que lo afanan con profesionalidad.

 

Espero que se me entienda que hablo por igual de la participación en una poética y en una estética, una poiesis y una aisthesis, una forma de hacer y de representarse que se da hoy en día en un sentido ampliado, extenso, pero que no deja de recoger ecos de esa ut pictura poesis de los albores de la edad moderna. El desarrollo de este campo común, en torno a figuras y palabras, me parece en muchos sentidos el hegemónico en las prácticas artísticas actuales, más allá incluso de la propia aceptación de las reglas de este campo por parte de artistas y legos. El propio campo del Arte envuelve a las cosas de ese sentido.

 

El carácter político del trabajo del Arte se deriva, evidentemente, de que su marco sea la comunidad, sólo aquí, en el ámbito comunitario se entiende algo llamado Arte. Entonces todo Arte tiene un funcionamiento político, no hay más que ser consciente de la primacía que la polis tiene en la construcción comunitaria para entenderlo. Seguramente, la naturaleza de la cosa Arte no sea política, esté fuera del campo concreto en que se da, en que aparece el Arte. Después, el funcionamiento del Arte y sus consecuencias son políticas casi por prescripción. Ese extrañamiento entre el Arte y su campo de acción es fundacional, uno de  los principios de su funcionamiento. Entonces el llamado Arte político lo es porque hace explícito este vínculo funcional y toma partido ante sus consecuencias, pero el funcionamiento político del Arte se da siempre, “sea encajando un bonito conjunto de cortinas y sofá con el moderno televisor, sea trabajando la cartelería para el partido”, según escribió Juan del Campo.

 

La paradoja es notoria, trabajamos en una esfera donde las nociones nos son desconocidas pero después de nuestro trabajo las cosas entran en otro régimen, con un funcionamiento político, civilizadas hasta lo prosaico, y, además, sólo ahí podemos hacer nuestro trabajo. Los efectos del non sense, por ejemplo, son sometidos a un funcionamiento positivo, de sentido, tras el trabajo de los artistas, pero el trabajo nos llevará de vuelta a ese campo desconocido del non sense. No nos basta con ser dj’s semióticos. No se trata de comunicar nada, por más que parezca que estamos comunicando algo, que formamos parte de una cadena de emisores, receptores y medios. No se trata de comunicación. Hay figuras más allá de lo semiótico.

 

Otro ejemplo quizás más pertinente. Las desorientaciones y aperturas de conocimiento que nos proporcionaba la psicogeografía y las derivas situacionistas terminan, evidentemente, en herramientas al servicio de la policía y las agencias de tour operadores, que instrumentalizan positivamente lo que quería ser una herramienta fuera de control. El trabajo de los situacionistas ha hecho legible, entonces, espacios de la ciudad en los que nos interesaba penetrar por su ilegibilidad. Esta paradoja podría inmovilizarnos, abandonar nuestra actividad a la mixtificación más vacua o al caprichoso cinismo. Creo que es importante saber que la relación del trabajo y el Arte es paradójica, seguramente de una naturaleza próxima a la que hemos apuntado.

 

A menudo consideraciones sobre el Arte de este tipo apuntan hacía lo místico. Sin renunciar a la tensión que esta palabra provoca al invocarse peyorativamente, no está de más abundar en eso de lo místico. En fin, desde ya les digo que les regalo la palabra si queda relegada a matices irracionales, religiosos, espiritistas al fin. Hace años apunté a esa denominación localista del místico, que en la albufera valenciana designa a una barcaza de poco calado, que se mueve por la superficie del agua y no aguanta en pie los envites de aguas muy profundas. Finalmente hay místicos de tres palos, velamen y armados con artillería, así que el ejemplo de oposición entre superficie y profundidad no es suficientemente explícito. Me gusta, sin embargo, la definición que hace Giorgio Agamben cuando emparenta lo místico con el gag. Literalmente el gag proviene del número de los actores griegos que tenían que expresar algún argumento con un trapo dentro de la boca, con gesticulaciones, sin poder hablar. No sólo con un trabajo de mímica, aludiendo a otros sobreentendidos, gesticulando excesivamente, señalando cosas. El tópico de Wittgenstein, “es mejor callarse cuando no se puede hablar claramente”, o aquellas extrañas escenas que suceden en las películas de Buñuel serían ejemplos de gag.

 

Pienso que el Arte entonces se mueve en el campo del gag y que, en consecuencia, su indefectible trabajo político, el trabajo propio del Arte, está en relación con este campo. En ese sentido, por ejemplo, se ha malinterpretado considerablemente la aseveración de Walter Benjamin al final de La obra de arte en la época de la reproducción técnica, aquello de que el fascismo estetiza la política y el comunismo le responde politizando el arte. Las herramientas que Benjamin indicaba no se referían a la propaganda soviética, claro, ni tan siquiera a las considerables innovaciones del agit-prop constructivista. Por más que muchas de estas herramientas procedían de esos trabajos, Benjamin estaba hablando de “politización” con la cita, el fragmento, la imagen, el gesto, el resto. Terry Eagleton ha apuntado bien estas consideraciones nuevas que Benjamin aporta a la tradición revolucionaria e indica como camino a seguir en un hacer comunista: el paso del discurso a la imagen material, la restauración performativa del lenguaje del cuerpo o la celebración de la mímesis como una relación no dominadora entre la humanidad y su mundo.

 

A veces, se magnifica esta cualidad política intrínseca al trabajo del Arte. Por ejemplo, en el Arte de la Pintura de Francisco Pacheco se observan una serie de indicaciones que parece proceden de la influencia de los Charitatis, un grupo de iniciados que afirmaba la Caridad como principal energía de su credo frente a la Fe que propugnaba la jerarquía de la Iglesia. Velázquez, Zurbarán o Murillo asumen esta consecuencia y un cierto despojamiento, una veraz austeridad y su economía de medios procede en última instancia de ese hacer político. A día de hoy, las diferencias entre un modo de hacer propio del productivismo comunista y un modo de hacer ligado al capitalismo financiero no están lejos de aquellas diatribas entre caridad y fe.

 

Que el trabajo del Arte sea político, no quiere decir mucho más, no garantiza nada. La paradoja al que nos avoca a menudo el Arte es lo contrario de una calculada ambigüedad. El ejercicio de desambiguación que realiza el trabajo del Arte establece los límites de su campo. No obstante, como escribió Adorno, el paradójico campo del arte, abandonado a su suerte, permite que lo que no progresa en otros sitios, encuentre en el campo del Arte su adecuación. Así, no sólo la quiromancía o la magia, también la pedagogía radical o el leninismo encuentran en las ambigüedades del campo del Arte fácil acomodo.

 

Es difícil estar contra la historia y hacer historia a la vez. En Historia contra Tradición, Tradición contra Historia, Agustín García Calvo nos invita de la mano de Juan de Mairena a no tener miedo de ningún anacronismo. El desajuste entre cualquier Arte y su temporalidad más inmediata está íntimamente ligado a su definición. Por cierto, que si me refiero a Arte así, en mayúsculas, no es por elevarle a categoría alguna sino, más bien, una exigencia de estilo a la hora de encarar tamaña definición.