Daniel Buren
Agosto de 1937. Imagen abandonada a la puerta de un paria. Ni tan siquiera le permitía entrar en su casa. Una aldea de Huesca. Textos de Francisco Mateos. La Tierra (1931); Tierra y Libertad (1937). Archivos estatales. Foto-testimonio Kati Horna.
Octubre de 1968. Limpiadora española a la puerta de la milanesa Galerie Apollinaire Galerie Apollinaire [1]. Bandas verticales blancas y verdes pegadas sobre la puerta de la galería, sellándola y “cerrando” por tanto, la “exposición”. Milán. www.danielburen.com. Foto-recuerdo de Daniel Duren.
______________________
Fui un poco lejos cuando llamé a todos los artistas parias del momento actual. El artista no es un paria si sabe especular bien, diciendo a tiempo y donde le oigan, en la antesala de un ministro, por ejemplo: «la política no da la serenidad que el arte necesita para producirse; el arte, que tiene bastante de divino, no puede trabajar la intriga, porque no lo permite su espíritu elevado y “superior”». Ante esta estupidez de mala fe, el político aplaudirá y, metiendo las dos manos en el arca del Estado, le lanzará unas monedas en perjuicio de la «querida», que ese día verá mermada su ración de prostituida por un prostituido más. El paria, yo lo hago en su defensa, es un poco idealista, y ante el hecho monárquico y ante el hecho republicano seguirá siendo paria, con su puro camino de las bellas ideas y los bellos actos. El paria pudo sentirse socialista, pero el ser socialista tiene sus inconvenientes -y en verdad os digo que no pienso en ese socialismo demasiado fisiológico que ahora se lleva, sino en esa porción de creación poética que el socialismo tuvo en otros tiempos. Yo, artista, por hablar de alguien, fui al socialismo en el año 1912, y en él he permanecido hasta ayer. Soñé con esa «lucha final» y asistí a las escaramuzas preliminares, aunque tanta merienda con música de La internacional y El sitio de Zaragoza me fueron haciendo un poco irónico. Actué, pues, con mis medios, y he pintado la miseria en todas sus facetas: muerte de mineros, rondas de cárceles, campesinos amenazantes, cargas de la Guardia Civil y martillos, y damas jóvenes representantes de un día mejor para el trabajador. Creo haber acotado el tema; pero en cada trabajo se ha ido quedando un poco de mi fe al contrastar que el socialismo «es» pintar como querer. Empero el idealista ha permanecido insobornable y su juventud ideológica tiene aún perennidad para reempezar. Sin embargo, si quisiera volver a mis antiguas estampas, ¿no sería una herejía? ¿Cómo participando los socialistas en el poder podría dibujar a los pescadores de paisajes ametrallados? ¿Cómo el bombardeo grotesco de la casa Camelia? ¿Cómo la aplicación de la Ley de Fugas en Sevilla? ¿Cómo las rondas de obreros presos en todas las cárceles españolas? Y en esas alegorías del Primero de Mayo, ¿cómo al frente de tanta alimaña, pintar al general Burguete cantando La internacional y Obrero despierta… ? El socialismo está lleno de caminos, que no podrá salvarlos, ni con intenciones aviesas ni con una sonrisa, hace tiempo iniciada, ancha y profunda, el artista. Quedan pues para el paria el comunismo y el anarcosindicalismo. El artista es fácil que vuelva a tender la cinta de la esperanza; pero él, que fue socialista, tendrá su apetencia indecisa, enfermo de tristeza, al ver toda la ilusión, la ingenuidad estrangulada. Empero su responsabilidad espiritual volverá a vibrar para el arte antiestatal, antisocialista fisiológico, y para el momento en que su arte sea preciso a los otros parias sociales, su arma estará dispuesta, en una vuelta otra vez a la juventud suya, de paria.
En concreto, tal como están las cosas hoy día, el papel del artista no es de mucha trascendencia. Produce para una minoría burguesa con formación cultural. Conscientemente o no, juega el papel de la burguesía, que es su público, y la burguesía, en reciprocidad, acepta de entrada el producto propuesto por su artista-productor. Incluso le gusta especialmente el llamado arte subversivo (mental o políticamente), no sólo para tener la conciencia tranquila, sino porque saborea la «revolución» cuando cuelga «alineada» en las galerías o bien dispuesta en sus apartamentos. Tomemos pues, como hipótesis de trabajo, que es necesario cambiar radicalmente el circuito “impuesto” hasta ahora al producto artístico, con objeto de encontrar un nuevo público, otros consumidores, aquellos incluso que no tienen derecho a la “cultura”. Esto querría decir, por ejemplo, hacer exposiciones de arte en las fábricas. Es llegado este punto cuando se revelará de forma aguda el verdadero papel nefasto del artista. Al sistema no le da miedo ver el arte en las fábricas. Al contrario. La empresa de la alienación quedará acabada cuando “cualquiera” pueda participar en la cultura. Porque la cultura, y el arte, tal como se conciben en la actualidad, son, desde luego, el elemento más alienante. Porque aquí encontramos la virtud política e, incluso, intelectual del arte: la distracción. El arte que es sólo ilusión, ilusión de lo real, es necesariamente distracción de lo real, falso mundo, falsa apariencia de sí mismo. «El arte es la venda que se coloca sobre los ojos del espectador y no le permite volverse sobre la realidad, la suya o la del mundo» (Michael Claura). En estas condiciones, el arte en la fábrica tendrá como resultado positivo hacer el entorno de trabajo más agradable, ni más ni menos. Llevado al extremo, esto creará batallas estéticas donde, de lo contrario, podrían surgir voluntades revolucionarias. El arte es la válvula de seguridad de nuestros sistemas represivos. Mientras exista y, más aún, cuanto más prevalezca, el arte se convertirá en la máscara de distracción del sistema. Y un sistema no tiene nada que temer mientras su realidad esté enmascarada o mientras sus contradicciones permanezcan ocultas. El arte es inevitablemente un aliado del poder. Esto todavía no se sabía a principios de siglo, cuando se cerraban las exposiciones de los impresionistas y los fauves. Pero hoy es tan obvio que se envían 5.000 policías para defender una bienal de arte de vanguardia. El artista, si quiere trabajar para la construcción de una nueva sociedad, debe comenzar por enfrentarse a los fundamentos del arte y asumir su total ruptura con el mismo. Si no, será la próxima revolución la que se encargue en su lugar. El arte es el más bello ornamento de la sociedad tal como es hoy y no el signo premonitorio de una sociedad tal como debería ser, eso nunca. ¿Cómo puede un artista enfrentarse a la sociedad cuando su arte, todo arte, «pertenece» objetivamente a esa sociedad? Él cree, ¡ay!, en el mito del arte revolucionario. Pero el arte es objetivamente reaccionario.