Critique
26 de agosto de 1937. Objetos de culto, en informe montón, robados de las iglesias y almacenados por los marxistas de Santander, tal como fueron hallados al entrar las gloriosas tropas de Franco en la ciudad. Documento del libro Esto es el comunismo. Doscientos documentos gráficos e inéditos de la barbarie roja en el mundo y en España. Librería Santaren. Valladolid. 1939.
26 de octubre de 1946. Il faudrait que la conscience humaine cesse d’être compartimentée. Critique cherche les rapports qu’il peut y avoir entre l’économie politique et la littérature, entre la philosophie et la politique. Documento de la revista Critique, revue générale des publications françaises et étrangères fundada por Georges Bataille [1]. Éditions du Chêne. París. 1949.
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Es necesario también anotar el robo sacrílego de innumerables objetos de culto que, despojados de las piedras preciosas, rotos, retorcidos, se convertían en planchas aplastadas de oro y plata y pasaban a primitivos crisoles con el fin de fundir y vender los metales. Cálices, custodias, bandejas, candelabros, cruces, coronas y peanas, todo iba al fuego a convertirse en masa o materia pignoradle, en lingotes para negociar y vender. Durante siglos, la piedad y el respeto de las pasadas generaciones habían acumulado estos tesoros para servir al culto y adornar a las imágenes benditas. Tierra de indianos la Montaña, cuando volvían a su patria después de muchos trabajos y fatigas, con sus donativos se enriquecían iglesias Y monasterios y con ellos reconstruían fábricas y edificios, regalaban para el culto los ricos ornamentos que testimoniaban su gratitud y su piedad. Se comprende con qué ansia tendían las garras los ladrones de iglesias y de conventos, ávidos de los tesoros de templos y de cenobios. Puede calcularse en varios millones el valor de los piadosos donativos, riqueza enviada durante siglos por la piedad religiosa y por el amor a la patria chica. El sacrílego expolio había empezado antes, pero se agravó y tomó sus formas más descaradas durante los trece meses de la bárbara dominación de las hordas. En la iglesia de los Jesuitas, convertida en arsenal y polvorín, se instaló el depósito de parte de los objetos robados, y decimos parte porque muchos de ellos desaparecieron entre las manos y los bolsillos de los requisadores. De esta manera, jefes y jefecillos se agenciaban fondos de reserva para los tiempos que ellos mismos presentían que habían de llegar. El importe de lo robado no puede calcularse y probablemente jamás se averiguará.
Más allá del cristianismo, el arrebato espiritual se dirige hacia una conciencia cada vez más clara de los objetos, hacia una discriminación cada vez más precisa. La historia de las religiones es el resultado más claro de esta búsqueda, por el hecho de que la religión manifiesta la preocupación que los hombres tienen por concederse a sí mismos una verdad íntima. Así la conciencia de los objetos, que en su origen es el resultado del hombre angustiado por su propia intimidad, llega al final de su desarrollo a destruir el trabajo de disociación que la hizo posible. En su origen, la conciencia clara nacía de una execración de la embriaguez o de la violencia y de una atención volcada en el mundo de la actividad útil. Por un lado, la embriaguez por ingestión de un tóxico, y por otro el éxtasis resultante de la exaltación de una muchedumbre, obtenido al tomar conciencia de los arrebatos. Efectivamente, hay razones para comparar el estado que se produce por la absorción de un tóxico con el que depende de la formación de una muchedumbre, y tanto uno como otro con el éxtasis de los santos. Unas veces la violencia se ejerce dentro y los recursos consumidos son los del grupo o del individuo que tiene la embriaguez, otras se ejerce fuera y entonces las víctimas son las vidas y los bienes ajenos. Todo ocurre como si las facultades superiores tuvieran que economizar energía o, más en general, recursos disponibles, cuyo empleo es necesario subordinar a operaciones de beneficio, tales que la suma de recursos si es posible sea aumentada, pero en cualquier caso nunca disminuida. Pero este papel de la conciencia y de la razón nunca es fácil; en cuanto se relaja un poco la tensión, se empieza a destruir o consumir sin provecho la riqueza accesible. El movimiento exterior puede ser sólo un puro consumo interno, pero puede traducirse en acción destructivo de los objetos, que pueden ser ya los bienes propios, ya personas ajenas o sus bienes. Pero el objeto sólo se abandona al frenesí para de alguna manera ser negado.