TESAURO

CRONOLOGÍA

ARCHIVO F.X.

MÁQUINA P.H.

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PEDRO G. ROMERO

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Charles Mackintosh

27 de julio de 1909. Una escena medieval. Un locutorio. Convento de las Magdalenas. Convento de los PP de la Sagrada Familia en S. Andrés. Calle de Valencia. Barcelona. Serie, “Sucesos de Barcelona, nº 83”. Edición Ángel Toldrá Vinazo.

 

17 de julio de 1899. Mótivos medievales. Locutorio. Iglesia de San Mateo, Queen’s Cross. Garscube Road. Glasgow. Arquitecto Charles Mackintosh. Hunterian Art Gallery, University of Glasgow, Mackintosh Collection.

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Cuando llegamos a dicho, edificio el espectáculo era ho­rrible; aún ardía la hoja de puerta que había quedado a la entrada de la portería. En las habitaciones inmedia­tas al locutorio, que tal debía ser a juzgar por la es­pesa reja que dividía la estancia, todo era desorden: mue­bles rotos, sillas aplastadas y papeles quemados. Las iras populares no habían descargado allí con toda su furia. Seguramente porque no encontraron lo que buscaban. A mano izquierda hay un pasillo, por donde atravesa­mos dejando habitaciones a derecha e izquierda, completamente desamuebladas. En el centro de este pasillo hay una escalera que co­mplica con el principal, y otro tramo que desciende has­ta los sótanos. Hacia el patio principal hay otra habitación amplia dividida en celdas, de un metro cuadrado, con puertas de madera y pequeñas ventanas; allí la humedad es insoportable. Junto a estas habitaciones está el patio principal ro­deado de columnas y con un jardín en el centro. A la izquierda del jardín está la cocina, hermosa ha­bitación de ocho metros cuadrados, cuyas paredes de la­drillos blanquísimos delatan el aseo de aquella casa. Em­potrados en la pared hay una larga hilera de hornillos despedazados, y en el centro de la habitación un enor­me montón de platos rotos y útiles de cocina. Una puerta da entrada a los fregaderos, y de allí se pasa á otro patio tan grande como el anterior, conver­tido en huerto, lleno de árboles frutales; cuyas ramas desgajadas demostraban ,el atropello efectuado. La iglesia, que ocupa el centro del edificio (chaflán á la calle de Valencia), estaba completamente destruida por el fuego. En la puerta que da a la calle de Valencia había tro­zos de camas rotas, lana de colchones, una máquina de coser hecha añicos, planchas de hierro que habían ser­vido para reforzar las puertas y un sinnúmero de tro­zos de diferentes objetos. Hacia este lado debía estar situada la despensa, pues se veía por tierra cacharros con manteca, aceitunas y vino añejo que corría por la acera.

 

La inclinación de las caras visibles del campanario, subrayada por la rigurosa caída a plomo de la torreta, se ve aún precisada por dos molduras cóncavas; pero, mientras que la de la cima se interrumpe bruscamente cuando encuentra la torreta, la del primer tercio continúa suavemente antes de morir en la mitad de un paño del octógono virtual: no llegamos a saber bien si la torreta es una excrecencia de la torre o si sirve a ésta de rodrigón atada por el lazo de las cornisas. El espacio interior participa de la misma negación-exhibición de las constricciones técnicas. El rectángulo de la nave está cubierto por una sola bóveda «ojival» rebajada, tratada en madera oscura y que evoca indefectiblemente la quilla de un barco invertido. Esta forma se remite, desde luego, a cubiertas visibles de las iglesias o de las grandes salas medievales, combinando proeza técnica y majestad del espacio: su amplitud es tal que los muros tienen que ser reforzados con inmensos tirantes que atraviesan la nave e impiden que las vigas de la cubierta hundan el edificio. El problema del tirante ha sido resuelto de diversa manera a lo largo de los siglos. Unas veces es negado y tratado como un delgado hilo de metal «invisible»; otras es subrayado y magnificado mediante esculturas. En Queen’s Cross se puede decir que Mackintosh hace las dos cosas a la vez, atravesando un espacio globalmente «gótico» con tirantes que proceden directamente de los más modernos laminadores: grandes vigas metálicas que surgen en el primer tercio de la bóveda de madera y cuyos innumerables remaches sugieren los golpes de azuela de los artesanos medievales. El mobiliario, evidentemente diseñado por Mackintosh, testimonia el savoir-faire de los artesanos locales. Recortados en planchas macizas, los balcones de las tribunas son tratados como escudos o estandartes colgados de los muros de una sala de armas. Volveremos a encontrar este motivo diez años más tarde en la biblioteca de la escuela de arte. Los revestimientos del chancel, la mesa de comunión y el púlpito retornan todos los motivos decorativos más estimados por Mackintosh: briznas de hierba, tulipanes y cabezas de pájaros estilizados, derivados de la escuela Wilde-Bardsley -lo que puede resultar sorprendente para una iglesia- y sobre todo de los grandes precedentes góticos. La crítica anglosajona se muestra en general severa con la Queen’s Cross Church, en la que compiten “lo antiguo y lo nuevo». Pero quizás lo que ocurre es que se niega a ver el verdadero programa asignado a la arquitectura: construir rápido y barato, lo que explicaría la armadura metálica, expresando a la vez la fe presbiteriana mediante el “gótico» de superficie de los muros esviados, del encaje de piedra o del mini-arbotante.

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Una imagen del Comedor de la Virgen que no sólo se había quemado, cada uno de los personajes de la lámina había sido abrasado con el rescoldo de una colilla de cigarro.

 

Mackintosh que iluminó, más como un pirograbado que como una acuarela, el interior de La casa de un amigo del arte, cálida, calurosa, abrasadora. Dista tanto la vista que de ella tenemos ahora, apagada, cenicienta, desoladora.