TESAURO

CRONOLOGÍA

ARCHIVO F.X.

MÁQUINA P.H.

LA INTERNACIONAL

PEDRO G. ROMERO

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Brillo Box

27 de septiembre de 1936. Auch die Toten haben Keine Ruhe. (Tampoco los muertos tienen descanso). Del libro de Propaganda Nazi: Das Rotbûch ubre Spanien. Publicado en Anti-Komintern. Berlin-Leipzig, 1937. Fotografía de los hermanos Burgos.

 

19 de abril de 1964. Das Ende der Kunstgsachichte?. La Brillo Box en la Galería Stable de la calle 74 Este de Manhattan. New York. Silkscreen ink on painted wood. 17 1/8 x 17 1/8 x 14 in. Private collection Foundation for the Visual Arts/ Artists Rights Society (ARS). Fotografía

Andy Warhol [1].

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El cementerio de Granja de Torrehermosa fue profanado por los milicianos del frente popular. Fueron abiertos nichos y féretros para robar posibles objetos de valor y destrozados los crucifijos e imágenes.

 

La crítica descalificó estas cajas como obra de arte. Un comentario irónico reivindicaba el valor para la misma caja pero abierta y con detergente, como en el Supermercado. Dentro de esta caja no había nada.

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No escarbaban la tierra en busca de ORO. El cáliz, el sagrario, la pátena, la corona, los clavos, la punta de lanza, el humilde candelabro… buscaban lo santo convertido en ORO. No es el sudor honrado de quién abre la tierra esperando que el mineral ilumine el rostro sofocado por el trabajo. Buscan un premio fácil, por eso no es la avaricia lo que nos lleva a llamarlos LADRONES. Es otro tipo de vício, una codícia de pecado, no quieren saciar su hambre con el ORO sino despertarla hacía otro tipo de crímenes. LADRONES, pero lo de menos es el ORO que nos quitan, nos roban otra cosa. Nos roban el rostro, la cabeza alta, el orgullo, lo que significa para nosotros ofrecerle ORO al SEÑOR. Nos dicen, ¡ay! también nuestros propios hermanos, que no es CARIDAD lo que hacemos como cristianos al regalar ORO y JOYAS al señor. La copa humilde que se hace sagrada convertida en CÁLIZ de ORO. No entienden, ¡ay! tampoco algunos de nuestros hermanos, que ese regalo hecho en ORO es nuestra ORACIÓN. No somos joyeros sólo porque trabajamos con el ORO, nuestro trabajo es nuestra ORACIÓN. Sólo el collar de la novia o la corona de un rey no satisfacen nuestro trabajo. Espera otro tipo de labrado el ORO de nuestra labor. Ahora, cuando la PATRÍA se ve asolada por todo tipo de LADRONES y no sólo se llevan nuestro ORO, también las JOYAS de nuestro trabajo, nuestra ORACIÓN. Reponer el ORO en los templos robados no nos costara dinero, es nuestra VIDA, su peso en ORO, la que ofreceremos al SEÑOR. Seremos nosotros quienes demos las gracias.

 

Lo único de lo que entiendo es de BILLETES VERDES. Ni bonos negociables, ni talones persona­les, ni cheques de viaje. Y si le das a alguien un billete de cien dólares en el SUPERMERCADO, llaman al director. El dinero es SOSPECHOSO, porque la gente pien­sa que tú no debieras tenerlo, aun cuando de hecho lo tengas. Ahora me pongo PARANOICO cuando voy a D’Agostino’s porque siempre llevo conmigo otra BOLSA DE COMPRAS Y me dicen que tengo que dejarla a la entrada, pero no quiero hacerlo. Si una señora no tiene por qué dejar su bolso en la entrada, yo no tengo por qué dejar mi bolsa. Es un principio. Entonces me pongo paranoico pensando que ellos piensan que robo, así pues mantengo la cabeza bien alta y pongo CARA DE RICO. Porque yo no robo. Voy directamente al mostrador de productos lácticos con todo mi dinero y me siento muy feliz porque recorreré todos los mostradores y compraré cosas para la repisa de la ventana de mi dormitorio. Las ricas no llevan el dinero en carteras de cuero de Gucci o de Valentino. Llevan el dinero en un so­bre comercial. En un largo sobre comercial. Los de diez van cogidos con un clip y lo mismo ocurre con los de cinco y los de veinte. Y el dinero suele ser nuevo. Los bancos -o las oficinas de sus maridos­ se los envían por mensajeros especiales. Lo único que hacen es firmar el recibo. Y allí se quedan hasta que tienen que sacar uno de veinte para la hija.

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Pero aquellas “ceremonias de ventrílocuos” –en referencia a la sentencia de Erasmo sobre “los que profanan los libros en los que la palabra celestial vive y respira”- eran ya percibidos intelectualmente como poderosos dispositivos de acción social ya no sólo para los estudiosos de las nuevas Ciencias Sociales, sino por aquellos que habían decidido proclamarse sus agraviados. La función de los objetos y lugares agredidos por la iconoclastia siempre había sido la de hacer psicológicamente significativos los pautamientos que regían la vida social, pero sólo se pensaba realmente que era así y que ese dominio despótico de lo social debía ser modificado y sustituido de forma traumática. Su lugar será ocupado por otros cuya autoridad no se vehiculará ya por la acción ritual, sino por medio de interiorizaciones éticas que prescindirán para su cumplimiento de la intermediación de una comunidad cuyo conservatismo le hará rea del delito de obstáculo para la Civilización. El lenguaje ritual que se quería acallar era portador de información social de igual forma que los símbolos que se destruían eran símbolos que ya eran menos signos de conformidad como de mal llevada resignación.

 

En los sesenta hubo un paroxismo de estilos, en el curso de cuya contien­da, me pareció (ésa fue la base de que hablase, en primer lugar, sobre el «fin del arte») y gradualmente se volvió claro, primero a través de los nouveaux rea­listes y pop, que no había una manera especial de mirar las obras de arte en con­traste con lo que he designado «meras cosas reales». Para utilizar mi ejemplo favorito, no hay nada que marque una diferencia visible entre la Brillo Box de Andy Warhol y las cajas de Brillo en los supermercados. Además, el arte con­ceptual demostró que no necesariamente debe haber un objeto visual palpable para que algo sea una obra de arte. Esto significa que ya no se podría enseñar el significado del arte a través de ejemplos. También implica que en la medida en que las apariencias fueran importantes, cualquier cosa podría ser una obra de arte, y que si se fuera a realizar una investigación sobre qué es el arte, sería nece­sario realizar un giro desde la experiencia sensible hacia el pensamiento.