TESAURO

CRONOLOGÍA

ARCHIVO F.X.

MÁQUINA P.H.

LA INTERNACIONAL

PEDRO G. ROMERO

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Brassaï

Desde 25 de julio al 27 de septiembre de 1936. Estatua de santo mutilada y portando sobre el pecho la incisión F.A.I. (Federación Anarquista Ibérica). Milicianos de C.N.T. Convento de la Concepción. Toledo.

 

Desde 25 de julio al 27 de septiembre de 1933. Figuras de terracota con inscripciones, A.V.E. y O.U.I. (Paris de nuit. Fotografías de Brassaï) Arts et métiers graphiques. Collection Réalités. París.

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El 25 de julio irrumpen en el convento milicianos y guardias de Asalto. Los milicianos convierten el convento y la iglesia en cuartel. Comienza la bacanal sacrílega. Manos vandálicas pasan por los altares destrozando imágenes, machacando cuadros, rompiendo aras, entre blasfemias y risotadas de energúmenos. A golpe de machete sacan los ojos a las Vírgenes y los Niños, o les mutilan el rostro con horribles chafarrinones. Lo revuelven y ensucian todo. Desvalijan el coro, rompen el órgano y las alacenas, y un montón informe de policromías y miembros rotos marca los restos de los Cristos destrozados a golpes y tajos. No se sacia con esto la fobia sacrílega de los monstruos sino que, llegando a los enterramientos, saltan las lápidas, exhuman las momias, danzan macabramente con ellas y esparcen, por fin, los huesos, entre los que es aventado el cuerpo de la santa Fundadora, que no ha sido respetado en su tumba con el último resto de pudor humano. Los milicianos han perforado el paño de los muros para batir el Gobierno civil, adosado al Alcázar, que está enfrente. Han abierto asimismo boquetes en el ábside de la iglesia y han levantado y destrozado las estatuas yacentes de mármol negro. Principalmente en el coro alto el artesonado de madera presenta grietas enormes y vanos de grandes mutilaciones. ¡Mutilados el templo y el cuerpo de Cristo!¡Qué dolor de esculturas! La imagen de un santo, mutilado el rostro y las manos, unos bayonetazos en el pecho, con una cuchillada profunda y la inscripción F.A.I. Todo un poema de satanismo.

 

La mano que traza los graffiti es normalmente la de un ser aislado, blanco de terribles conflictos. La infancia no es la edad de oro, sino la edad dura. No es un movimiento preservado de la vida, sino un tiempo de pruebas, un paso peligroso, tan peligroso que a veces, toda una vida no hasta para curar sus contusiones. Como nuestros lejanos ancestros, el niño se debate en la noche. Como ellos, se encuentra en una soledad pavorosa, fundamental. Un ser constreñido y maltratado, entregado a menudo a padres desunidos, estúpidos o brutales, viviendo siempre en un mundo hostil, como los primeros hombres entregados a los elementos, a la mala suerte. Más que protegerle, la inocencia le arroja a los lobos, a los ogros, a sus propios fantasmas. Y es una angustia parecida la que atrae hacia los muros a los «retrasados», los «simples», los inadaptados, los desheredados, frustrados y rebeldes -todas las revoluciones han nacido en los muros-, a todos aquellos que tienen algo que reprochar a la sociedad o a la existencia. Porque el muro exorciza. Si es refugio de todo lo reprimido, prohibido y opresivo, también es la catarsis. Lejos de los ojos adultos que le espían, el niño se siente seguro: el muro, como el confesor o el psicoanalista, guarda en el anonimato sus secretos más íntimos. De ahí su predilección por los pasajes mal iluminados, las callejuelas, los oscuros callejones sin salida, las casas abandonadas, las ruinas, los «lugares del crimen». ¡Cuántos «santuarios» de París, apartados del mundo, han sido acribillados a graffiti por múltiples generaciones de niños creadores!