TESAURO

CRONOLOGÍA

ARCHIVO F.X.

MÁQUINA P.H.

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PEDRO G. ROMERO

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Arthur Omar

Agosto de 1936.  Junto a un hélice colgaban la cabeza del Cristo. Cabeza del Cristo de la Sangre. Iglesia del Carmen. Murcia.  Iglesia parroquial convertida en almacén para útiles de aviación militar. Consejería de Cultura. Comunidad Autónoma de la Región. Museo de Bellas Artes de Murcia.

 

Agosto de 1993. Fotografía con los ojos que están volando. Arthur Omar. Trabajos sobre el éxtasis de las imagenes. Antropología da Face Gloriosa I, II y III. Museo de Arte Moderno de Rio de Janeiro. Centro Cultural do Banco do Brasil. Editado en 1997 por Cosac & Naify Edições.

Bienal de São Paulo [1].

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Los del sindicato habían sido menos cumplidos y no se habían andado con remilgos ni etiquetas. Se dirigieron en tromba al seminario y, ya por las escaleras comenzaron a degollar santos y a arrastrar bonetes y casullas. Después muchos de ellos se vistieron con sotanas, cogieron el incensario y el hisopo y organizaron una estrafalaria procesión por los claustros. Cuando a uno se le ocurría un cuadro y dejar tuerto a un santo, sacaba la pistola o apuntaba con el fusil y hacia una descarga. Las mujeres se ponían roncas gritando el matarile-ron. Ves al carnicero que ahora coge el machete y le corta la cabeza a Cristo de un tajo y espera riendo a que salga sangre y esta vez no se produce el milagro, ¿o sí? Pues es su sangre la que corre brazo abajo. Y la plebe embravecida en asamblea celebrada en recinto sagrado que lanzaban regüeldos y pedos mientras los soldados asustados se suicidan en el frente. Cómo en aquellos bombardeos en las ramblas alicantinas en donde los cristales de la ambulancia saltaron por los aires. Un burro que estaba parado junto a la acera quedó colgado de los barrotes de un balcón.

 

En la próxima secuencia, la continuidad es dada por el ruido del helicóptero. Este, que era la eminencia de la destrucción, prosigue ahora como referencia implícita de la cámara, de la mirada sobre la favela, representación de los excluidos por los cuáles la guerrilla luchaba. La melodía de la música que acompaña a las imágenes nos remite al bolero tocado en el inicio de la secuencia anterior, cuando Hebert se presenta como guerrillero, apuntando hacia el sueño perdido de la revolución. La letra romántica y kitsch de esa música, cantada por Julio Iglesias, parece referirse a una experiencia amorosa que aún no fue expuesta en la película, y que va a surgir en la segunda parte del discurso de Hebert: “Cómo voy a vivir en esta soledad, cómo fue perder su corazón, yo te pido, amor, vuelve a mí, alivia mi dolor…”. La novena y décima secuencias parecen totalmente aleatorias a la representación del universo del guerrillero que venía siendo descrita hasta ahora. Su presencia se da aquí con la intención de realzar la tensión inherente a la segunda parte del testimonio de Hebert Daniel, que viene a continuación. A seguidas de su parlamento, Hebert coloca la contradicción existente entre ser guerrillero y homosexual.