André Breton
Octubre de 1934. Imagen del Sagrado Corazón de Jesús, conocido como “El Cristo Rojo”, en las barricadas. Ediciones Nacionales de la República Española. Editado en Madrid, 1935. Bembibre. León.
Octubre de 1935. Imagen de André Breton, conocido como “El Papa Negro”, qué ha abandonado el Partido Comunista Francés. Edición francesa de L’Humanité, Invierno, 1935. Place du Combat. París.
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El Divino Cristo Rojo de los revolucionarios de Bembibre. La túnica escarlata de la sagrada imagen le salvó de la profanación, porque, fanáticos a la inversa, los rebeldes creían que la figura del que dijo: “Paz entre los hombres de buena voluntad” podía amparar sus crímenes de lesa humanidad.
Preocupado por la moral, es decir, por el sentido de la vida, y no por la observancia de las leyes humanas, André Breton, en virtud del amor que siente por la vida exacta y por la aventura, restituye el sentido que le es propio a la palabra “religión”.
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A los ojos de Dios./// La noche esta acechando. Las mujeres guardan en sus casas a sus hijos. Los monos azules están recién planchados para la jornada de mañana. El alfeizar lleno de agua clara. Las campanas marcan la hora del despertar. Hay que empezar la jornada de trabajo. En la puerta hay un abrazo interminable. El minero se despide y se saluda a su vecino, también minero. Caminan por los suburbios hacía la camioneta que los lleva a la mina. No es día de peonada. Hay huelga y habrá que sumarse a la protesta general. En casa la mujer sigue sus tareas domesticas y no sospecha la revolución inminente que va a comenzar. Los estruendos lejanos pueden ser en la mina y pronto los apaga el grito del bebé que llora. Un brasero de carbonilla mantiene el calor del hogar. Nadie sospecha en casa lo que está pasando afuera. La mañana deja algunas escenas extrañas. Los padres blancos corren despavoridos hacía el campo. Sospecha del ganado o de algún problema en las huertas. El olor a humo también es normal aunque este hollín no parezca carbonilla si no tizón. Demasiado temprano se abre la puerta y el compañero regresa. Habla con lo que le deja la respiración. Llegaron los guardias y se ha asaltado la Iglesia. Sólo los muros se mantienen en pie y el minero jura que ha sido él quien ha salvado al Sagrado Corazón. La mujer llora ante la hazaña. Cristo estaba al pie de las barricadas buscando, no su salvación, la salvación de todos. Los llantos y los abrazos se confunden con rezos. Los niños despiertos se suman a ese murmullo que parece alegría. El Señor vuela sobre el tiempo y ha repetido su triunfo en la casa del obrero.
A la mirada de las divinidades./// Un poco antes de medianoche cerca del desembarcadero. / Si una mujer desmelenada te sigue no te preocupes. / Es el azul. No tienes que temer nada del azul. / Habrá un gran jarro claro en un árbol. / El campanario del pueblo de los colores disipados/ Te servirá de punto de referencia. Tómate el tiempo, / Recuérdalo. El oscuro geyser que lanza al cielo los brotes/ de helecho/«Te saluda.»//La carta sellada de los tres ángulos de un pez/ Pasaba ahora entre la luz de los suburbios/ Como una enseña de domador. / Y al permanecer/ La bella, la víctima, la que se llamaba/ En el barrio la pequeña pirámide de reseda/ Se descosía para ella sola una nube semejante/ A un saquito de piedad.// Más tarde la blanca armadura/ Que vacaba de los cuidados domésticos y demás/ Tomando a sus anchas más fuerte que nunca/ Al niño en la concha, el que debía ser…/ Pero silencio.// Un brasero daba ya presa/ En su seno a una encantadora novela de capa/ Y espada./ En el puente, a la misma hora,/ Así se entretenía el rocío con cabeza de gata./ Con la noche, se perderían las ilusiones.// He aquí a los blancos Padres que regresan de las vísperas/ Con la inmensa llave por encima de ellos suspendida./ He aquí a los grises heraldos, por fin he aquí su carta/ O su labio: mi corazón es un cuclillo para Dios.// Pero del tiempo que habla, no queda más que un muro/ Golpeando en una tumba como un velo podrido./ La eternidad busca un reloj de pulsera/ Un poco antes de medianoche cerca del desembarcadero.
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En Bembibre, tras quemar la iglesia del pueblo, los rebeldes salvaron una imagen de Cristo, al que vistieron con túnica carmesí y colgaron el cartel: “Cristo rojo: a ti no te quemamos porque eres de los nuestros”.
Y la última vanagloria de esta fantasma será heder eternamente entre los hedores del paraíso prometido ante la próxima y segura conversión del pájaro Breton.