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Alexander Kojève

11 de mayo de 1931. Imagen del Sagrado Corazón, entre las ruinas calcinadas del Colegio de Chamartín. Madrid. Archivos Prensa Española/Prensa del Movimiento. Copyright de Ediciones Españolas S.A. Positivo original de época 16 x 22 cm.

 

4 de diciembre de 1937. Alexandre Kojève imparte su conferencia, en el Colegio de Sociología. París, Francia. 21 h, 30 m. Collège de Sociologie, Salle des Galleries du Livre, 15, rue Gay-Lussac. Correspondance a Georges Bataille [1]. Edición de Denis Hollier. 1979.

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Los que hayan leído los "Episodios Nacionales" de Galdós, recordarán la estancia de “Napoleón en Chamartín”, título de un volumen del egregio novelista. El edificio donde la tradición suponía había acampado el emperador, fue con el tiempo convertido en Noviciado de Religiosas del Sagrado Corazón. La tragedia iba a enseñorearse con este lugar de historia y de poesía. En efecto, desamparado el Colegio, los incendiarios, muy escasos en número, no encontraron el menor obstáculo para hacerlo pasto de las llamas. Con la rapidez y eficacia de técnicos experimentados emprendieron ante todo el saqueo. ¿Quién no recordaría los viles días de José Bonaparte? Por la puerta sacaron primero varios cuadros religiosos. Poco a poco fue creciendo el montón con la lluvia de colchones, ropas, material escolar y muebles que comenzaron a llover por las ventanas. En seguida comenzó la hoguera. Un tanque de gasolina vertió sobre el acervo heterogéneo, líquido en abundancia. Los curiosos, cada vez mayores en número, contemplaban impasibles el triste espectáculo. Minutos después, rociadas puertas y paredes exteriores y habitaciones y dependencias con el chorro de unas bombas de gasolina, el vasto edificio ardía majestuosamente. Nadie lo impidió. Anochecía. El espectáculo era en extremo trágico y siniestro. Las llamaradas iluminaron todo el pueblo de Chamartín, y se dejaban ver desde el propio Madrid. Una mancha rojiza de terror –un terror napoleónico– iluminaba el horizonte. Y así el incendio continuó imperioso, alentado por la brisa de la madrugada hasta el amanecer. El mismo martes por la tarde todavía languidecían las últimas hogueras entre los muros incombustibles. No había aparecido un solo bombero en el lugar de la catástrofe. Y en el crepúsculo vespertino de aquel día, la contemplación del ruinoso edificio tenía ya una fuerza emocionante que arrancaba lágrimas. Porque sobre los escombros, sobre las hogueras, se dibujaba, incombustible, la silueta de la imagen marmórea del Sagrado Corazón de Jesús, que presidía el patio principal del convento. Y la efigie blanquecina y refulgente, con la mano en alto como deteniendo las llamas, era todo un símbolo de paz y de consuelo. Fin de la historia.

 

Desde el punto de vista cristiano, Napoleón hace efectiva la Vanidad: por tanto, es la encarnación del Pecado (el Anticristo). Es el primero que osó atribuir efectivamente un valor absoluto (universal) a la Particularidad humana. Para Kant, y para Fichte, él es das Böse: el ser amoral por excelencia. Para el romántico liberal y tolerante, es un traidor (traiciona» a la Revolución). Para el Poeta «divino», no es más que un hipócrita. La imaginación romántica, creadora de los “Mundos ficticios”, “maravillosos”, culmina en Novalis [2] (como acción creadora de un Mundo real en Napoleón). Pero incluso Novalis no toma en serio su “divinidad” El poeta nunca es reconocido más que por la minoría, por una “capilla”(¡ni siquiera una Iglesia!). (Napoleón, en cambio, se impone a todos.) El poeta que se reduce a sí mismo, acaba extenuándose y se aniquila en su propia nada. Es die absoluta Unwahrheit, la mentira llevada al extremo, que se aniquila a sí misma. Este Romántico sublimado y evanescente es la schöne Seele: = la Conciencia desgraciada (cristiana) que ha perdido a su Dios. El Poeta romántico ha querido ser Dios (y tenía razón en quererlo), pero no ha sabido hacerlo: se aniquila en la locura o en el suicidio. Es una “hermosa muerte” pero muerte al fin: un fracaso total y definitivo. Napoleón se ha vuelto hacia el Mundo exterior (social y natural): lo comprende, puesto que actúa con éxito. Pero no se comprende a sí mismo (no sabe que él es Dios). Hegel [3] se ha vuelto hacia Napoleón: pero Napoleón es un hombre, es el Hombre «perfecto» por la integración total de la Historia; comprenderle es comprender al Hombre, comprenderse a sí mismo. Al comprender (justificándolo) a Napoleón, Hegel remata, pues, su conciencia de sí. Así es como se torna un Sabio, un filósofo cumplido. Si Napoleón es el Dios revelado (der etscheinende Gott), Hegel es quien lo revela. Espíritu absoluto = plenitud de Bewusstsein y del Selbstbewusstsein, es decir, el Mundo real (natural) que implica el Estado universal y homogéneo, realizado por Napoleón y revelado por Hegel. Sea como fuere, la Historia está acabada. El incendio de la historia.